Cuando la investigadora y docente de la Universidad de Buenos Aires, Verónica Gago, habla de la reproducción social como un terreno de politización y lucha, que tiene el potencial de desmantelar –o al menos cuestionar– las dinámicas abusivas instauradas en Latinoamérica por el modelo neoliberal, su análisis es puntual y concreto; la reproducción social se refiere a todas aquellas actividades, acciones, relaciones, servicios, instancias e infraestructuras necesarias para el desarrollo de la vida o, como lo dice el mismo concepto, para la reproducción de tal. A veces, como explica la especialista, se nos olvida que la vida no se produce de manera automática y que ese trabajo –porque es un trabajo– requiere de esfuerzos y condiciones favorables para que se lleve a cabo como tal. Es justamente en los momentos de crisis, como el que vivimos hoy, que volvemos a concientizar respecto a la idea de que la reproducción social, algo que en otros momentos pareciera evidente y fortuito, no está ni mínimamente garantizado y no es por ningún motivo un acto automático.
Para que se realice, por el contrario, se requiere de ciertas garantías y derechos básicos que en la actualidad han sido privatizados y transformados en terreno de negocio. “El concepto de reproducción social nos sirve para evidenciar la profundidad de la crisis actual. Que las actividades de la reproducción social no sean ni obvias ni estén aseguradas, pero que además sean terreno de valorización y concentración de negocios para el capital, nos da una característica histórica de este momento”, reflexiona.
Es ese el debate que se ha abierto en este último tiempo en los países de la región, especialmente en aquellos en los que los indicadores tradicionales utilizados para mostrar el desempeño económico (que durante mucho tiempo mostraron ser exitosos) contrastan con la realidad que viven los sectores medios bajos, totalmente precarizados.
En Chile, en particular, ese segmento –que ha superado la línea de la pobreza pero que vive endeudada– alcanza un 43% de la población, del cual un 44% son mujeres jefas de hogar. Para ese segmento, la promesa neoliberal no se cumplió. Y es eso lo que hoy está en cuestión; ¿de qué manera se reproduce la vida si los elementos básicos que permiten la realización armónica y digna de nuestras necesidades vitales no están garantizados?
“Durante mucho tiempo se pensó que con el salario bastaba para reproducir la vida, pero en momentos de crisis vemos que con eso no alcanza para realizar nuestras actividades cotidianas ni tener los recursos indispensables para un bienestar”, explica Gago.
Es ahí, según profundiza, donde convergen el feminismo y la reproducción social, porque son las luchas feministas las que han tematizado este conjunto de actividades. “Lo que hacen los feminismos es poner la reproducción social como un terreno de lucha y por lo tanto también mostrar quiénes están hoy poniendo el cuerpo para que esa reproducción, en condiciones críticas, se pueda realizar. Es una relación ambivalente; por un lado están cuestionando los mandatos de género que hacen que las mujeres sean las que están a cargo de garantizar la reproducción social, pero a su vez están mostrando que ese trabajo es clave para garantizar la vida colectiva y comunitaria”.
Gago, recientemente invitada a la Cátedra Norbert Lechner, organizada por la Universidad Diego Portales, sostiene que son los movimientos feministas los que le dieron dignidad política a las luchas de la reproducción social, que durante mucho tiempo se perfilaron como causas subsidiarias a la gran lucha salarial. “El neoliberalismo se quiere vender como una especie de pacificación de las energías sociales, una en la que más bien es la energía empresarial la que organiza lo social. Y creo que el feminismo, siendo uno de los movimientos más relevantes de la región, viene a decir que el neoliberalismo es violento y que la violencia patriarcal es a su vez neoliberal”.
Hablas de que los movimientos feministas son los que trasladaron la noción de violencia a otra dimensión, reformulando incluso el relato binario de víctima y empoderada.
Los movimientos feministas son los que están haciendo una caracterización de la violencia que no se queda únicamente al interior de los hogares y que no se lee en términos de violencia intrapersonal, sino que más bien conecta eso que pasa en las casas con otras formas de violencia estructural y pone los hogares como una de las terminales privilegiadas de esas violencias. Pero no la encierra únicamente al interior de las cuatro paredes. Eso le da un carácter político a la violencia y a la explotación que sucede en la casa y desprivatiza esas dinámicas. Desprivatiza el trabajo gratuito que se hace en la casa y en el barrio y expone la violencia como una forma de explotación de cuerpos y territorios.
Esa es otra de las potencias de los feminismos actuales; su capacidad de enlazar y trenzar luchas diversas, que son por el territorio, la naturaleza, la vivienda, por los servicios sociales, por la educación sexual integral y la gratuidad de la educación. Es decir, el movimiento ha construido una matriz de comprensión que hace que todas esas luchas puedan conectarse y a la vez mostrarse como luchas en contra de la violencia sistémica.
A eso se le suma que los movimientos feministas develan los matices dentro de la narrativa víctima/empoderada. Por un lado, el relato de la víctima le permite al poder dictaminar cuáles son las buenas víctimas, las que son creíbles, porque no cualquiera es aceptada. Y a su vez, cómo no caer en el contrario discurso empoderado de la empresaria de sí misma. Ahí está es la trampa.
Por eso es tan importante pensar cómo se desarma concretamente este binarismo, que incluye dos posiciones muy cómodas para el neoliberalismo. Son las únicas dos que nos ofrece. Creo que, por lo mismo, el movimiento feminista está evidenciando las otras experiencias que estamos produciendo para entender la violencia y al mismo tiempo generando instancias de confrontación y también de acompañamiento, duelo y contención. Integrar esas dos dimensiones, la de la lucha y el dolor, es intolerable para la oferta neoliberal. Porque justamente, cuando aceptamos ser víctimas pareciera ser que renunciamos a nuestra capacidad de deseo y lucha, y cuando aceptamos ser solamente empoderadas, estamos negando la violencia sistémica. Es un par que hay que desarmar porque funcionan juntas.
Además, son dos posiciones que se sustentan sobre una idea de individuo cerrado sobre sí mismo y desde el feminismo se están haciendo experimentaciones personales y colectivas para ver qué otras posiciones subjetivas hay, posiciones que son capaces de combinar la lucha y el dolor, que son capaces de combinar la necesidad de una autonomía económica sin que eso sea un discurso capturado por lo neoliberal.
¿Los feminismos populares que han problematizado las dinámicas de la reproducción social y que proponen dinámicas organizativas y colaborativas surgen como una resistencia al modelo?
Las crisis facilitan cierta creatividad política y también la autogestión y reapropiación de funciones. Creo que la reproducción social es un terreno de experimentación en el que los movimientos feministas han podido evidenciar las carencias y a su vez proponer otros modelos de organización. Porque lo que está en disputa ahora es de qué manera, a partir de la organización de la reproducción social, organizamos la política. Creo que al politizar este terreno, las luchas feministas están poniendo la pregunta de qué significa transformar la vida cotidiana y desde ahí, todo lo demás.
Hablas del patriarcado del salario, ¿cómo lo explicas?
Es un concepto de Silvia Federicci, que postula que el salario no es solo una suma de dinero, sino que una herramienta política. Es lo que permite dividir la clase trabajadora entre asalariada y no asalariada; en ese sentido, a las y los trabajadores que no reciben salario, no se les va a reconocer su capacidad de trabajo ni su trabajo en sí. Eso aplica para los trabajadores campesinos, que no cobran salario, y también para las mujeres, con el trabajo doméstico y de cuidados. Al no recibir un salario, quedan automáticamente subyugadas a quienes sí cobran salario y se instaura una jerarquía y un orden sexual al interior de los hogares. El escenario más extremo de esto, es cuando por falta de autonomía económica, las mujeres quedan fijadas a situaciones de subordinación y abuso.
En países latinoamericanos en los que se han privatizado los derechos fundamentales que se requieren para vivir, ¿la deuda se ha vuelto una obligación?
En países en los que hay que comprar las cosas elementales, existe una financiarización de la reproducción social, y eso significa que para vivir, necesitamos endeudarnos. La deuda ya no es una excepción en casos de emergencia; es una obligación. Y que la deuda sea hoy la que organiza y posibilita la reproducción social, es lo que permite una invasión del sistema financiero en las vidas de cada quien. A la vez es una manera de amortiguar la precariedad, porque cuando nos endeudamos, asumimos que los ingresos que tenemos no son suficientes pero en vez de generarnos furia y pensar de qué manera demandamos más ingresos, lo que hacemos es responsabilizarnos y sentirnos culpables. Para salir de ese ciclo, nos endeudamos porque finalmente es lo que hace más vivible la precariedad.
Esto, en un momento determinado, es insostenible, insoportable y finalmente explota, anímicamente, afectivamente, el cuerpo se manifiesta con dolor y enfermedad y luego explota socialmente. Por eso hay estallidos en nuestros países.
En Chile explotó. Incluso se empezó a hablar de salud mental y de que este modelo nos tenía a todos sumidos en una depresión. ¿Se quería un cambio estructural realmente?
Creo que sí. Y el cambio sucede, lo que pasa es que toma tiempo y se va traduciendo de a poco en distintas temporalidades y dimensiones de la transformación. Si pensamos en términos procesuales, es difícil condensar que todo ese proceso político quedó anulado por un resultado. No digo que el resultado del Plebiscito no sea sumamente importante, de hecho abre muchas preguntas y debates que hay que enfrentar. Pero no hay que cerrar un proceso en relación a un resultado.
Hoy hay que pensar qué tipo de estrategias van tomando las organizaciones, los movimientos, las dinámicas sociales y la política. Y no se puede negar que hay un cambio importante en el tipo de discusión y conversación pública sobre qué es el neoliberalismo, la necesidad de recursos, infraestructura y derechos sociales. Hay también una pregunta que permanece abierta y es ‘qué significa enfrentar hoy las formas de re-colonización de nuestro continente’. Lo interesante es que nuestra región está permanentemente en movimiento respecto de estas cuestiones. No hay pacificación en Latinoamérica.