Sobre la maldad latinoamericana
Editado por la periodista argentina Leila Guerriero, el mes pasado Ediciones UDP lanzó Los malos, una aguda radiografía que perfila a 14 personajes latinoamericanos que encarnan el mal: Pandilleros, torturadores, tratantes de personas, narcos y violadores. La primera edición ya se agotó y acaba de llegar a librerías la segunda. Aquí, una entrevista con su editora.
¿Cómo surgió la idea del libro?
Fue idea de Matías Rivas (editor de Ediciones UDP). Hace muchos años que trabajamos juntos y creo que ya hay cosas que medio nos adivinamos. Y todo lo que él diga me parece fantástico, es un tipo brillante, que entiende muy bien la no ficción, para dónde van las cosas. La idea de Matías era hacer una suerte de mapa de la maldad contemporánea en Latinoamérica. Encarnar la maldad en hombres y mujeres latinoamericanos actuales, vivos. La única muerta es Ingrid Olderock, y el otro muerto involuntariamente es un pandillero que lo mataron un mes después de que termináramos el texto.
¿Cuánto tiempo llevó hacerlo?
Como dos años, más o menos. Después vino un proceso de poner en marcha todo un mecanismo enorme: son 14 periodistas en unos 10 países. Busqué los posibles autores de los perfiles y abrí con cada uno una especie de línea de diálogo, un sumario.
Que ellos te propusieran.
Sí, pero en algunos países yo tenía claro algunas cosas. En México, por ejemplo, que fuera alguien relacionado con el narco. En Colombia alguien relacionado no tanto con las FARC sino más bien con los paramilitares, para que fuera realmente un mapa de todos los tipos de perversidades y daños y violencias posibles. No solo la violencia de Estado sino también la violencia de los individuos, como los tratantes de blancas.
¿Y cómo se afinó el criterio, al momento de seleccionar a los periodistas? ¿Qué había atrás de cada elección?
Tenían que escribir muy bien, por supuesto, pero también tenía que ser gente dura. Tenían que ser buenos sabuesos, digamos. Periodistas curtidos, gente con posibilidad de llegar a un tipo detenido en una cárcel colombiana, gente que supiera cómo llegar a un fiscal.
"No me interesaba tener perfiles con el dedo levantado. Nosotros no estamos acá para decirle al lector lo que tiene que pensar o lo que no. La idea es mostrar a estas personas en su compleja oscuridad, pero eso va a incluir necesariamente zonas de luz, y hay que ver si están dispuestos a enfrentarse con eso."
Que no le temblara el pulso de hablar con un narco cara a cara, por ejemplo.
Exacto. Pero para hablar con ese narco cara a cara también hay que tener una agenda que te posibilite hacer eso. Es mucho mejor si eliges a gente que ya tiene un ejercicio en ese tipo de periodismo. Y si bien no son periodistas de investigación, es gente que ha hecho temas muy duros y que tiene una agenda, que sabe cómo moverse. Entonces además de esa capacidad de escribir asquerosamente bien, tenía que ser gente que supiera manejarse en un mundo y sostener eso en un tiempo que iba a ser largo, porque nos son perfiles que empiezan y terminan en dos semanas. Con cada uno de ellos abrí una línea de diálogo en términos de que en algunos lugares sabía lo que quería y en otros me abrí un poco más a que los periodistas de cada sitio me contaran cuáles eran estos personajes. Suena horrible pero fue como una especie de "casting".
Y tiene que ver también con cómo define cada uno la maldad.
El punto es que no tenía que ser un libro de casos, eso lo tenía muy claro. No es un libro de casos policiales. Mucha gente me proponía casos de gente que había aniquilado a una familia completa, por ejemplo. Yo necesitaba gente que tuviera un recorrido en la maldad, que hubiera una convicción de maldad. Una especie de malo con currículum.
Una intencionalidad.
Claro. No un tipo que había tenido un arrebato. O un asesino serial, tampoco sería muy representativo de la maldad latinoamericana. El asesino serial es el malo gringo, por antonomasia, igual que el chico que se mete en un colegio y mata a 47 compañeritos a los tiros o a los flechazos. Eso es un tipo de daño social más típico de otras sociedades. La idea de este libro era que fuera representativo de nuestros males: trata de mujeres, narcotraficantes, violencia en las guerrillas, violencia de Estado, todo ese tipo de cosas que son muy típicas de nuestro continente. Y por eso el libro focaliza en lo latinoamericano. No son casos policiales: hay malos con convicción y recorrido. Tampoco son malos de diversa procedencia nacional. No hay acá malos rusos, ni franceses, ni polacos, ni chinos. Es muy local porque es un libro que creo que intenta, no sé si lo va a lograr, interpelar a la misma sociedad de la que surgieron estos personajes. Ninguno de estos tipos hubiera sido posible, o la mayoría de ellos no hubiera sido posible sin una sociedad que de alguna manera se estructurara así.
Cada sociedad tiene el malo que se merece, de alguna forma.
Algo así. Ni el Tigre Acosta, ni el Mamo Contreras, ni las FARC, ni Sendero Luminoso, ni nada de todo esto hubiera sido posible en una sociedad que de alguna forma no hubiera creado los mecanismos de poder y contrapoder, de sumisión y de energía tóxica social, como para que estos tipos surgieran.
¿Y encontraste cosas bien distintivas de cada país?
No tanto. En algunos lugares había sobreabundancia de algún tipo de cosas, por ejemplo en Panamá había mucho malo de un perfil de estafador. Es un lugar en el que hay mucho dinero dando vuelta, entonces había otro perfil de maldad. Nos costó mucho encontrar un malo más siniestro. Porque había que tener cuidado con eso: no se puede, en un libro como este, que es súper extremo, incluir a un tipo que se robó un banco, porque en el fondo hasta la gente le tiene como cierta simpatía, que me parece horrendo. Y en Panamá había muchos casos de este tipo. Después en Argentina y Chile las puras propuestas eran policías de la dictadura, torturadores, había como una especie de sobreabundancia de eso. Y de hecho casi todos los perfilados de esos dos países terminaron por ese lado. Brasil, bueno, es como un continente en sí mismo, había cosas increíbles, daban ganas de hacer un libro solo de la gente de Brasil. Pero eran de muy difícil acceso.
¿Cómo fue el tema del acceso? ¿Los perfilados accedían?
El 60 o 70 porciento están, más de la mitad.
¿Pero ellos sabían que era para un libro sobre los malos?
Sí, sabían. No sé exactamente cómo lo planteó cada periodista, pero por ejemplo sé que Juan Miguel Álvarez, el autor del texto de Chaqui Chan, un tipo de los paramilitares en Colombia, habló con la mamá del entrevistado y le recordó, con mucho respeto, que era un perfil para un libro en el que iba a aparecer otra gente así y asá, y ella le dijo: "Sí, sí, yo sé". "¿Y está de acuerdo con esto? ¿Usted quiere que le mande el libro cuando se publique?", le preguntó, y ella le dijo: "Le pido por favor que me lo mande". Así que me parece que hubo un pacto honesto en ese sentido, con aquellos que accedieron.
"Es muy local porque es un libro que creo que intenta, no sé si lo va a lograr, interpelar a la misma sociedad de la que surgieron estos personajes. Ninguno de estos tipos hubiera sido posible, o la mayoría de ellos no hubiera sido posible, sin una sociedad que de alguna manera se estructurara así."
Hubo otros que nunca aceptaron.
(Rubén) "la Chancha" Ale, por ejemplo, nunca nadie pudo llegar a él. Pero el psicópata del Alto Hospicio le mandó una carta a Rodrigo Fluxá, el periodista; el pozolero le mandó una carta a Marcela Turati. Había un contacto, y los periodistas a la hora de pedir un contacto o un acceso a esa gente les tenían que explicar que estaban haciendo un perfil suyo para un libro así. Pero sí, el acceso fue difícil, muy difícil.
Es interesante que hayan esas respuestas, que cada caso sea distinto. En el fondo también es un dato eso.
Sí, también es un dato que haya gente que no haya querido hablar. Los más reticentes eran los relacionados con violaciones a los derechos humanos, violencia de Estado. Por otra parte, más allá de eso, todos los perfiles incluyen las voces de las víctimas. De reportajes, del expediente, de lo que sea, pero este libro no podría existir sin el testimonio de las víctimas, de las personas que padecieron las consecuencias de los actos de los protagonistas de cada perfil.
Pero la idea del libro no es recalcar lo malos que son estos personajes, sino mostrar una profundidad, luces y sombras.
Es que este libro no es un libro moralista. Cuando al principio hablé con todos los autores, lo que decía es que no me interesaba tener perfiles con el dedo levantado. Nosotros no estamos acá para decirle al lector lo que tiene que pensar o lo que no. La idea de estos perfiles es mostrar a estas personas en su compleja oscuridad, pero eso va a incluir necesariamente zonas de luz, y hay que ver si están dispuestos a enfrentarse con eso. El hecho de que el Mamo Contreras, por ejemplo, sea un buen abuelo, no lo hace menos hijo de perra, pero en este libro siento que cada estrategia narrativa planteada por los autores es a la vez casi una estrategia moral. O sea: la forma en que uno va mostrando las cosas, y cuándo y cómo decide mostrarlas, forma parte profunda de ese retrato complejo que se va armando. Por ejemplo, Juan Cristóbal Peña se encuentra, al final del perfil, con el Mamo en la cárcel. Y se encuentra con un hombre viejo, que le habla de los ovnis, en una pieza bastante precaria, y Cristóbal cuenta eso al final del perfil. Cuando uno llega a ver a ese señor, que está despotencializado, llega a ese momento del perfil tras haber atravesado 70 páginas en las que Juan Cristóbal cuenta todo lo que hizo este señor, las secuelas que dejó en las vidas de otras personas, de su hijo, etcétera. Muy lejos está del periodista la posibilidad de querer lanzarle al lector el mensaje de "pobrecito este hombre que está en decadencia". Entonces, aunque el perfil no levanta la mano, no levanta el dedo, nunca dice "este señor es tal cosa o tal otra". Hay una mirada, un lugar en el que se pone la cámara.
Una distancia prudente.
Sí. Lo que pasa es que detrás está la idea de que la gente no es monolíticamente mala ni monolíticamente buena. A ver: la idea de que la gente no es monolíticamente buena uno se la puede tragar. Ahora, la idea de que la gente no es monolíticamente mala es mucho más difícil de aceptar. ¿Viste la polémica que se armó en aquella película La Caída, donde aparecía Hitler como un devoto de su perro? Una polémica que a mí me pareció de lo más estúpida, porque el hecho de que Hitler le acaricie la cabeza a su perro no dice de él nada determinante. Por mí que leyera cuentos de Hans Christian Andersen antes de dormir, o que sea el mejor abuelo y padre de familia... Pero lo que pasa es que de alguna forma, como dice Javier Cercas cuando habla de su nuevo libro, El Impostor: "entender no es justificar". Los perfiles estos intentan entender, pero no están justificando nada.
"El estereotipo tranquiliza. Como periodistas no es bueno meter a la gente en un casillero. No existe eso. Estos son retratos más complejos. El mismo tipo de intención periodística que uno aplica a construir el perfil de cualquier otra persona que se dedica a lo que sea, pero aplicado a estos seres con estas vidas tan dañinas."
Demonizarlos solamente los aleja de la humanidad.
Es mucho más perturbador esto. Todos estos tipos son personas perfectamente camuflados en lo social. De Hitler quizás sí uno podría pensar que es un monstruo, un tipo que surge una vez cada 100 años, una anomalía.
Y las circunstancias que le permitieron hacer las cosas que hizo.
Exactamente, todo eso sin el apoyo de la sociedad alemana, ni modo. Pero estos tipos son seres socialmente funcionales, tipos que vivían en el vecindario, con vecinas a las que les compraban el pan, con novias, mujeres, maridos, hijos, nietos. No son monstruos, digamos. Y el punto es ese: que lo tranquilizador sería pensar "bueno, el malo tiene estas características", para construir un malo se necesita: un trauma en la infancia, una adolescencia pesarosa, y una sociedad civil dispuesta a contribuir. No: hay cien maneras de ser malo, y no es tan fácilmente identificable.
Es la necesidad de un estereotipo.
El estereotipo tranquiliza. Como periodistas no es bueno meter a la gente en un casillero. No existe eso. Estos son retratos más complejos. El mismo tipo de intención periodística que uno aplica a construir el perfil de cualquier otra persona que se dedica a lo que sea, pero aplicado a estos seres con estas vidas tan dañinas. La idea era que la realidad se mostrara sola, no que cada periodista estuviera recalcándolo. Y la verdad es que aunque mi tarea de edición fue dura, y fuerte, con cada uno de los perfiles, creo que esa base se entendió perfectamente. No hubo problemas de concepto de fondo. Lo que sí pasaba muchas veces era que era muy perturbador para los periodistas hablar con las familias de estos personajes.
Porque de pronto volvía un periodista de hablar con la madre, una viejita pobre, que se pasaba cada 15 días diez horas sentada al lado del teléfono, esperando que su hijito la llamara desde la cárcel. La viejita estaba en una situación social paupérrima, y el tipo preso era un alguien que se dedicaba a disolver gente en soda cáustica, los cadáveres que le llevaba el narco. Esas dos cosas eran tan extremas. Un periodista que realmente está entregado a su tarea, y que viene con esas dos realidades, a veces se perturba mucho. A veces decían: "Ya no sé si estoy ante un hijo de puta o una especie de pobre diablo víctima de las circunstancias". Ahí está la labor de uno como editor de decirle "acordate que ese pobre diablo hizo esto, y esto, y esto, y esto".
* Los Malos. Ediciones UDP. $18.000 en librerías.
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