En 2018 llegó a mis manos el libro de Caitlin Moran “Cómo ser mujer”, una novela que narra cómo una mujer feminista, inglesa, proletaria, describe ser mujer post voto femenino, píldora. Y sobre todo después no quemarnos en la hoguera por brujas.

Y es desde ahí que parto mi invitación. Tal vez me inspiro en una nueva conmemoración del día internacional de la mujer (antes llamado el día de la mujer trabajadora) (que no es celebración, pues se conmemora, entre otras cosas, el horror de 123 mujeres calcinadas en una fábrica de Estados Unidos que no pudieron escapar de las llamas por encontrarse encerradas) o lisa y llanamente porque nací mujer. O más bien, citando a De Beauvoir, llegué a serlo.

Sin mucha consciencia me crié en los ochenta en un contexto donde casi no había dobles lecturas respecto de cómo ser mujer. Podías acceder a ciertos privilegios, incluso ser par en algunos aspectos con tus compañeros de curso, pero se esperaba respecto de las niñas cosas muy claras: “Las niñas son más inteligentes”, “Son más maduras”, “Son más conversadoras”, “Les gusta la copucha”, “Cuando se pelean a muerte, se pueden sacar hasta los ojos”. Y fue así como a muy temprana edad entendí que los prejuicios que se tenían respecto de cómo ser mujer, se convirtieron en cómo me sentiría tratada más adelante.

Entendí que debía cumplir mandatos como juegos que debían gustarme (siempre odié saltar al elástico, por ejemplo). Tener que ir linda al cumpleaños del compañero X, tener que ayudar en la casa -porque es tarea de las mujeres-, aprender a cocinar rico -porque cuando fuera grande tendría que cocinarle a mi familia- pero, además tenía que irme bien en el colegio y ser buena amiga. Agotador para ser una niña ¿no?

Entendí que ser mujer era hacerse cargo de otros y si quería y podía, podría estudiar una carrera, pero que no era el foco principal, porque si me casaba bien, el hombre sería el que proveería.

Fui creciendo en la tercera ola del feminismo y alcancé mi madurez en la denominada cuarta ola. Siento que he vivido distintas vidas de ser mujer en una misma vida.

Toda ocurrió muy rápido y por tanto, me fui quedando corta respecto de las conceptualizaciones, pero por sobre todo, cómo era ir siendo mujer en ese sentido: estar en un permanente estado de deconstrucción, de ir reflexionándo(me-nos), de cómo ser mujer se va convirtiendo en un nuevo mandato. Como si existiera el feminismo y no los feminismos, como si todas las mujeres tuviéramos el súper poder de opinar igual, sin diferencias.

Cuando pienso en cómo ser mujer en lo concreto, pienso en exigencias sobre -por ejemplo- mantener cuerpos hegemónicos, convertirte en madre y además ser la mejor de todas, realizarte profesionalmente, incluso en la exigencia de mantener vínculos fuertes y sanos, porque las mujeres sabemos. Todo lo anterior, en un perfecto y coordinado orden, que hasta Marie Kondo reconoció no poder seguir su propio método.

Respecto de cómo ser mujer se me aparece la idea de estar en constante falta, en ser a medias, en estar en un permanente estado de alerta, donde no puedes pedir ayuda, porque si te esfuerzas, puedes sola.

Para mi hoy ser mujer cansa y sobre todo, no te da derecho a equivocarte en el camino.

* Dominique es Psicoterapeuta -sistémica, centrada en narrativas- y magíster en ontoepistemología de la praxis clínica. Se desempeña como docente universitaria y supervisora de estudiantes en práctica. Atiende a adultos, parejas y familias. Instagram: @psicologianarrativa.

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