Hace unos días la psicóloga y autora española, Marta Novoa –quien hace poco publicó su primer libro, titulado Que sea amor del bueno–, compartió en sus redes una reflexión que decía lo siguiente: “Cuando me sobreproteges, no me apartas del fracaso, me apartas de cómo saber enfrentarlo. Cuando me sobreproteges no me ayudas a decidir, me abocas a la indecisión constante (…) Cuando me sobreproteges, no me das un lugar seguro, me abres un mundo en el que me siento insegura sin ti”.
Abajo, en la descripción de la publicación, aclaró: “Hace unos días escribí sobre la idealización y me pareció buena idea hacerlo también sobre la sobreprotección, ya que ambas dinámicas tienen algo en común: cuando las llevamos a cabo, creemos que estamos haciendo o sintiendo lo mejor por la otra persona, pero en realidad lxs estamos haciendo esclavxs de la propia dinámica. Y esto se aplica a todo tipo de relaciones humanas”. A lo que sus seguidoras no tardaron en reaccionar. Una de ellas respondió: “Qué cierto es, seguramente quien lo hace piensa que lo hace por el bien del otro, pero al final, la persona sobreprotegida se queda con una duda constante”. Otra lectora aclaró que esto sucede tanto en la crianza como en las relaciones de pareja y que cuando se sobreprotege, se termina por anular a la otra persona, sin aceptarla tal cual como es. A otras tantas les surgió la inquietud; ¿cómo distinguir, entonces, entre el cuidado –esencialmente ejercido desde una intención positiva– y la sobreprotección? Y, si se entiende la sobreprotección como algo limitante ¿es, acaso, una manera de control?
La psicóloga clínica y terapeuta de parejas, Ximena Pereira, explica que la sobreprotección, tal cual como lo dice la palabra, implica una protección que va más allá de lo necesario. “La protección, entendida como un acto ejercido desde el cuidado y a través de lo amoroso, es importante en cualquier dinámica relacional. Sentirse protegidos y seguros con la pareja es positivo, partamos por ahí. Pero con la sobreprotección, lo que aparece es una relación asimétrica y una jerarquía de poder; el que protege es superior al que está siendo protegido, y por lo mismo se atribuye a sí mismo el poder del saber y la objetividad absoluta respecto a lo que está bien o mal en la pareja. Eso hace que el o la sobreprotegida quede en una posición inferior, menos válida y poco legítima”, explica. “Y esta dinámica, en casos más extremos, puede dar paso al sometimiento”.
En cambio, profundiza la especialista, cuando hablamos de cuidado, apelamos al vínculo amoroso, uno en el que todos los involucrados tienen una posición válida, más allá de que se pueda oscilar, temporalmente, entre distintas posiciones. “Y es que también es importante saber que cuando se está en pareja, se puede tener un rol más preponderante en algunas situaciones, siempre y cuando eso no sea rígido y se pueda transitar de una más activa y decisiva a una un poco menos. Esa flexibilidad es sana”, explica. En cambio, cuando se ejerce una sobreprotección, ese tránsito entre distintas posiciones más o menos activas se ve limitado, porque es siempre uno el que ejerce el control, mientras el otro queda en un lugar de indefensión y totalmente disminuido.
Eso, como reflexiona la especialista, alimenta la inseguridad de la persona sobreprotegida, que con el tiempo empieza a dudar de sus propias capacidades. Y esa asimetría es compleja, porque da paso a que la persona sobreprotegida sienta cierta dependencia hacia con el otro. “Una relación sana busca el crecimiento de todos los miembros. Con la sobreprotección y el control, uno tiene el poder del saber y el otro acata”, termina Pereira.
Y es que la sobreprotección genera en el sobreprotegido miedo, conductas evitativas y una sensación de incapacidad de enfrentar ciertas situaciones adversas. Por eso, como explica la psicoterapeuta de parejas y familia, Dominique Karahanian, es importante no dejar de ver al otro como un equivalente. “Las dinámicas de sobreprotección se dan mucho en parejas heterosexuales, que responden a los estereotipos y normas tradicionales de género. Muchas veces el hombre es el proveedor y sobreprotector que ‘cuida’ a su familia, pero eso deriva en un control, una limitación y una relación asimétrica, no complementaria. La sobreprotección tiene que ver con dejar de ver al otro y eso no solo frustra mucho, es peligroso”, explica.
“En esos casos es sumamente importante comunicar cuando nos estemos sintiendo sobreprotegidas o sacadas de nuestro lugar de adultos. Se suele malinterpretar y asociarlo al amor, pero la sobreprotección apela a que somos incapaces y que sin el otro, no podemos hacer nada. Así opera. Más allá de que el otro pueda creer que está cuidando y que en sus actos no hay necesariamente una mala intención”, termina la especialista. Por lo mismo, es necesario que la persona que lo esté experimentando, lo esté sintiendo, lo comunique.
Pero, ¿cómo –y desde dónde– surge la necesidad de sobreproteger al otro? Según la psicóloga clínica y forense especialista en género y académica de la Universidad Diego Portales, Guila Sosman, en las dinámicas relacionales en las que uno de los involucrados tiene una inclinación hacia la sobreprotección, que en muchos casos pueden ser dinámicas de violencia, lo que se devela son ciertos rasgos narcisistas. Y es que la persona que ejerce la sobreprotección, suele necesitar que el otro esté a total disposición de sus necesidades, de atenderlo, cuidarlo y escucharlo y para eso, crea un escenario mediante el cual la persona sobreprotegida requiere y depende, igualmente, de que el otro le diga qué y cómo hacerlo.
“Esto es para los casos más extremos, de relaciones tóxicas y violentas, en las que el agresor necesita que la otra persona esté en función de él. Para lograr eso descalifica, critica, y cuestiona todas las otras relaciones de la víctima. Termina generando un ambiente amenazante y hostil, en el que la víctima solo piensa recurrir a él. Y esto, a su vez, genera una dependencia emocional muy alta, que ayuda al narciso a perpetuar su posición de poder, de ser el que sabe y el que decide según sus propias necesidades”, explica Sosman. “El narciso termina por alejar a la persona sobreprotegida de su entorno, la aísla y así la controla. Y a su vez, la víctima, como se va quedando invalidada y sola, recurre más y más a su agresor”.
Ya no se trata, como profundiza la especialista, de una relación de libertad, en la que cada uno tiene su espacio y tiempo, sino que de una relación de protección y dependencia, en la que ambos dependen de manera extrema del otro; el narciso depende de esa valoración e idealización, y la persona sobreprotegida de esa malentendida ‘protección’, que confunde con amor y cuidado. Es, por ende, una dinámica paulatina de control y poder, en la que solo hay espacio para las necesidades, ideas y requerimientos de una de las personas.
El antónimo de esto, según explica Sosman, sería la responsabilidad afectiva. Porque busca el respeto hacia los sentimientos de todos los involucrados, más allá de la duración de la relación. “Es importante cuestionar la sobreprotección, porque apela a que una de las partes requiere de esa protección y se la disminuye. Eso es muy distinto al cuidado, que es horizontal y que no depende de que uno ejerza un poder o control sobre el otro”, termina.