Bárbara Wiedman estuvo embarazada de su segunda hija en plena pandemia. Una tarde en la que se sentía mal, se echó un momento a descansar, y cuando volvió a incorporarse para seguir en sus quehaceres, se dio cuenta de que su hija mayor había agarrado un frasco de talco y se lo había echado en el pelo. También en la cara, en los brazos, en la cama, en cada uno de sus juguetes, muñecas, objetos, ropa, zapatos, alfombra; cada rincón de su pieza estaba cubierto con un cerro de talco encima. Bárbara terminó de colapsar, estaba agotada. Intentó limpiar el desastre pero fue en vano; entre más aspiraba más salía talco por atrás de la aspiradora. Finalmente tiró la toalla, la habitación de su hija iba a tener talco pegado durante meses y punto. Porque así vive, entre plumones manchados de tinta, sillones con zapatos marcados, la alfombra sucia con restos de tomate. “Antes de ser mamá nunca fui maniática del orden, pero sí disfrutaba tener mi casa limpia. Era más fácil mantenerla así, ordenada, funcional, que la comida alcanzara, que rindiera, que no estuviera repartida por toda la casa. Pero después de ser mamá eso cambió. Los hijos crecen y es una locura, todo se desordena”.
Mantener el orden, la limpieza y la organización de un hogar es un quehacer que ha sido históricamente solapado en el silencio de la vida doméstica. Poco se valora el nivel de detalle que significa mantener en orden un hogar y mucho menos quiénes están detrás de esa labor; las mujeres. Y si ya significa una carga mental y física para ellas, cuando llegan los hijos la demanda se hace mucho más exigente. Bárbara lo sabe por experiencia, pero también porque trabaja como psicóloga perinatal y ha podido observar cómo el desorden y el caos doméstico no solo le afecta a ella, sino que es un factor de estrés común entre las madres que asisten a su consulta; “El desorden nos altera totalmente, lo veo día a día con mis pacientes. Nos genera aún más caos mental.”
La neurociencia y la psicología han estudiado largamente cómo influye el orden en nuestras emociones, nuestra salud mental, nuestro comportamiento y nuestra capacidad de decisión. Según un estudio de la Universidad de California publicado en 2010, el desorden no solo afecta la atención y el estado de ánimo de las personas, sino que puede inducirnos a un estrés crónico al hacer que nuestro cuerpo libere cortisol, la hormona del estrés vinculada a las reacciones de alarma. En otro estudio de la misma universidad, se demostró además que las mujeres eran las que más se estresaban por el desorden, sobre todo las que eran madres. Aquellas que vivían en hogares desordenados tenían un estado de ánimo más deprimido durante el transcurso del día y un perfil asociado con resultados adversos a la salud. Débora Balbaryski, quien se dedica a acompañar embarazadas y madres para ayudarlas a alcanzar un mayor estado de bienestar emocional, coincide en la importancia del orden exterior para resguardar la salud mental: “El orden viene de adentro hacia afuera y de afuera hacia adentro. Para tener calma y paz mental muchas veces necesitamos que el espacio que habitamos mantenga cierto orden”. Con respecto específicamente a las mujeres que son madres, Debora señala que el caos doméstico puede ser una causa de mucho estrés para ellas. “La maternidad implica una gran revolución en todo sentido para las mujeres, y para aquellas que están acostumbradas a tener todo bajo control, al orden y a lo planificado, la llegada de un hijo irrumpe de forma tal, que puede derribar lo conocido y generar una desestabilización”.
Uno de los factores que más incide en este colapso doméstico de las mujeres al convertirse en madres, es sin duda la escasa corresponsabilidad. En un país donde un 38% de los hombres confiesa destinar cero horas semanales a las labores domésticas, y un 57% cero horas también al cuidado de los hijos, las mujeres son las que enfrentan la crianza sin abandonar las tareas domésticas, todo a costa de su propia salud mental. Débora Balbaryski dice que, a pesar de que contamos con grandes avances del feminismo, las labores domésticas continúan en la actualidad siendo realizadas mayormente por mujeres, por lo que al convertirse en mamás, hay doble carga para ellas. “La sobrecarga mental de las mujeres está generando un estrés totalmente invisibilizado por la sociedad y está teniendo un impacto enorme en su salud mental”.
Otro factor importante en el estrés que genera en las mujeres el desorden del hogar, son los altos estándares de autoexigencia y perfección en los que suelen caer con respecto al orden y la limpieza. “A las mujeres generalmente nos han criado bajo estándares de orden y perfección. Desde pequeñas el mandato es que tenemos que sentarnos como señoritas, quedarnos quietas, no hablar mucho. A los niños se les permite ser más desordenados. Entonces así fuimos creciendo con estos patrones que luego se terminan de incorporar como una exigencia. Ese mandato también implicaba que tener la casa limpia y ordenada era algo que correspondía a las mujeres”. Socialmente, dice Débora, la presión que se ejerce sobre las mujeres de tener la casa perfecta es mayor que a los hombres. Además, se espera que sean capaces de ocuparse de manera simultánea de los hijos, el marido y el trabajo remunerado, al mismo tiempo en que mantienen el orden y limpieza de la casa. “Las madres nos juzgamos y nos culpamos mucho por este ideal de perfección impuesto, pero el costo por intentar alcanzar estos estándares es el deterioro de nuestra salud mental”.
Según Débora la exigencia de mantener un buen funcionamiento de la casa impacta más encima en el autoconcepto que las mujeres tienen como madres. Es decir, miden con la vara del orden, la limpieza y la organización del hogar si son o no buenas madres. Precisamente para apoyar ese sentimiento constante de culpa y autoexigencia es que Catalina Schaerer abrió la cuenta de instagram @mamasincaos, que más tarde se convertiría en su emprendimiento. Allí, comparte información y herramientas prácticas que le han servido a ella para no sucumbir al caos doméstico y lograr llevar una maternidad centrada en el bienestar mental de la madre. “Hay que dejar de glorificar el maternar hasta colapsar, porque no es ni una medallita de honor ni algo para aplaudirse”, dice en su cuenta. Ha confeccionado varios libros descargables donde aplica un método para lograr que las mujeres aprendan a delegar las tareas del hogar, darse tiempos de autocuidado, y bajar las exigencias de perfección.
Luego de varios cambios, y de haberse ido a vivir a Canadá con su familia, donde la ayuda y la red de apoyo es más escasa, hoy Bárbara, con una hija de 4 y otra de 2, lleva el caos con más calma. Con su marido se dividen las tareas domésticas y las labores de crianza, pero sobre todo, dice, ha bajado los niveles de autoexigencia y ha aprendido a disfrutar más. “Obviamente hoy mi casa no es todo lo ordenada que yo quisiera, pero prefiero una casa así que vivir desesperada y angustiada por mantener un orden ilusorio”. Con su marido han aprendido a organizarse y buscar en conjunto herramientas que les hagan la vida doméstica más sencilla, tomando conciencia de lo que son en verdad capaces de hacer. Al recordar su vida de antes -con el episodio del talco- y también su propia casa de infancia, donde su madre siempre tuvo todo en orden, se da cuenta de los estándares de exigencia que ha tenido que dejar atrás. “Después de ser mamá tuve soltar el control, adaptarme a ese caos. Fue un duelo grande. A veces es difícil, pero cada día me convenzo de que lo necesito para vivir más tranquila. ¿Realmente es importante tener todo impecable todo el tiempo? No creo. Que mis hijas y nuestra salud mental estén bien, es mucho más importante que tener la casa impecable.”