Cuando la socióloga de la Universidad de Chile Sandra Vera estaba comenzando una de sus investigaciones más recientes, su intención era identificar los factores que habían dado paso a una convocatoria y recepción tan amplia en las movilizaciones feministas del 2018.
El problema que se estaba exponiendo ciertamente no era nuevo, pero el nivel de empatía era inédito. Su teoría radicaba en que la figura de la víctima –aquella que había encontrado un espacio y validación en las demandas del MeToo– tenía un enorme potencial movilizador, tanto en el ámbito social como en la política.
Esas mismas voces, que al fin contaban con cierto podio y que buscaban colectivizar la experiencia del dolor –luego de que ninguna autoridad hubiera tomado en cuenta ese dolor–, habían sido las responsables de conmover y sensibilizar a gran parte de la población. De eso, no había duda. Pero a su vez, muchas habían quedado nuevamente a la deriva luego de exponer sus historias.
La intención inicial de Vera fue, justamente, dar cuenta de esa disyuntiva; el papel que había jugado la híper exposición de las víctimas había sido fundamental para la causa y para una mayor sensación de liberación, contención e incluso reparación. Pero habían problemáticas asociadas.
En ese contexto, y mientras entrevistaba a académicas, activistas y teóricas feministas, se dio cuenta que había un debate subyacente pero aun no del todo abordado; Por ese entonces, las funas se habían planteado como la alternativa a un sistema judicial carente, ¿pero eran realmente la forma de abordar y revertir una problemática profunda, histórica y estructural? Y, de ser así, ¿cuál era el sentido de justicia que buscaban?
De esas conversaciones surgió un estudio cualitativo y un posterior análisis titulado La funa feminista. Debates activistas frente a las acusaciones públicas de violencia de género, por el cual Vera entrevistó a 30 activistas de distintas generaciones y organizaciones sociales para así dar paso a un desglose de la protesta feminista contemporánea en Chile.
Lo que se develó es que para muchas, las funas respondían a una falla del sistema; la impunidad histórica había conducido a una desconfianza en la institución y, en ese contexto, la denuncia pública –el escratch, la funa o la cancelación– se había transformado en el modo más viable de ponerse al día con una justicia ausente. En su génesis, buscaba hablar del agravio y ponerle nombre.
Pero esa certeza no contrarrestaba la creciente incomodidad y conflicto interno que despertaba la alianza entre el feminismo y la tendencia punitivista, por lo que el desafío parecía ser –según respondieron las entrevistadas– el de repensar la justicia en una clave distinta a la del derecho penal.
Hoy, lejos de invalidar y deslegitimar la importancia de la funa –para muchas una experiencia liberadora, catártica e incluso reparadora–, es ese mismo espíritu crítico del movimiento feminista el que hace que con el tiempo sea posible analizar desde otra perspectiva un fenómeno propio de estos tiempos. La funa, como dicen los especialistas, fue y sigue siendo una alternativa a un sistema judicial en falta, pero es válido cuestionarse hoy: ¿Hasta qué punto individualizar la responsabilidad –y matar simbólicamente a alguien– nos sirve para generar un cambio profundo? Y, sobre todo, ¿qué pasa después?
“Una cosa es la solución a corto plazo en una era híper tecnologizada en la que la funa tiene un efecto inmediato y masivo. Pero otra es lo que puede servir para realmente generar un cambio a largo plazo. Para empezar a hablar de esto, hay que destabuizar estos temas, porque aun es criticado decir que existe la posibilidad de reintegrar a un sujeto que cometió un agravio. Pero si no le damos espacio a esa posibilidad, ¿con qué nos quedamos?”, reflexiona Vera. “La funa es uno de los síntomas –no es la causa– de una tendencia que imposibilita desarrollar un conflicto. A su vez, ciertos sectores de derecha se aprovechan y abusan de ese discurso y dicen que no se puede hablar nada por la cultura de la cancelación. No me quiero ir por ese lado, pero sí creo que retirar a alguien de la conversación es una solución simplista”.
Empieza a existir, a su vez, el miedo a la funa, al no fallar nunca en nada, porque cualquier cosa que no haya quedado clara, o cualquier equivocación, puede conducir a una cancelación absoluta.
En tu opinión, ¿se puede reintegrar a una persona que ha sido funada?
Depende del agravio. Creo que es muy importante establecer que no todo es lo mismo. Aquí entramos en un tema delicado porque alguien podría decir que es una relativización, pero la verdad es que un abuso sexual o un no pago de pensión de alimentos, no es igual a una irresponsabilidad afectiva, sin invalidar el dolor que pudo haber sentido la víctima en todos esos casos.
Se piensa también que la sociedad tiene que darle respuesta a todo tipo de dolor que tengamos en nuestras vidas. Pero el dolor es parte constitutiva de la vida; como seres humanos nos hacemos daño constantemente. Lo que pasa es que hay daños y daños, y ponerlos a todos en un mismo nivel, da paso a un purismo moral.
Así mismo, no se puede meter a todas las personas que no son bondadosas en un mismo saco, porque ahí, como dicen algunos autores, solo generamos la moral del monstruo y nos posicionamos a nosotros como los dueños de la verdad. Empieza a existir, a su vez, el miedo a la funa, al no fallar nunca en nada, porque cualquier cosa que no haya quedado clara, o cualquier equivocación, puede conducir a una cancelación absoluta. Pero las personas nos podemos equivocar, y eso no hay que olvidarlo.
Al final se genera una situación binaria y dicotómica entre víctima y victimario, para que ojalá todos nos pongamos del lado de la víctima, que le corresponde a las buenas personas, y así excluir a los demás. Si bien eso sigue una lógica de reivindicación y liberación necesaria, también es muy reduccionista y limita lo que podría ser una conversación profunda y compleja.
Y de última, ok aislémoslos, pero ¿qué hacemos después? ¿Eso va a parar la violencia estructural? Históricamente no ha sido así.
De hecho, cuando se habla del sistema carcelario en Chile, la mayoría coincide en que existe un punitivismo excesivo y que la marginalización es contraproducente. Pero con las personas funadas no lo tenemos tan claro.
Hay algo que ya es una forma de hacer política y de comunicarse entre los seres humanos, que es entender que la exposición del daño es buena moralmente y va a traer consecuencias positivas.
Y eso puede ser, hasta cierto punto. El problema, como dice una autora argentina, está en generar una ficción de que al implementar un sistema de castigo y justicia sobre una persona, va a existir un cambio profundo. Es decir, suponer que una persona que opera en base a las relaciones sociales históricas, es la única responsable de sus agravios, nos impide ver la magnitud del problema.
Esta violencia es estructural y hay que entenderla como algo comunitario, sin que la expulsión sea necesariamente la solución. Lo que pasa es que en nuestros sistemas de comprensión del mundo, la justicia penal predomina. Pero hay que empezar a pensar en otros tipos de justicia, como la restaurativa, que apunta a reincorporar un sujeto que cometió un agravio.
Y esas propuestas tienen que surgir desde las comunidades. En las universidades hoy pasa que cuando un estudiante es sancionado porque se comprueba que cometió un delito de violencia sexual, tiene un castigo que implica dejar de participar de clases durante un tiempo. Pero a muchos de ellos ya les toca reincorporarse y se están enfrentando a que las estudiantes, con justa razón, no quieren estar en la misma sala que ellos. A su vez, y también con justa razón, ellos dicen que ya cumplieron su sanción. Lo que se está haciendo es derivándolos a tutorías particulares, pero esa no puede ser la solución a largo plazo.
También veo que muchos profesores no cuentan con las herramientas para entender lo que pasa y creo que tienen el derecho a comprenderlo.
Una colega argentina habla de una sanción que implica lectura feminista, pero eso no es posible si eliminamos socialmente a la persona. Y lo que está ocurriendo hoy es que esas personas se están incluso auto descartando para evitar que ocurra eso que les va a cambiar la vida. Todas esas son soluciones parche, pero hay que lograr desestabilizar la violencia de raíz y eso no se está abordando.
En las tomas feministas del 2018, se dieron pistas concretas para hacer un diagnóstico adecuado a largo plazo y así lograr una transformación profunda; por algo la consiga era ‘Educación no sexista’. Dejaron claro desde el principio que no se trataba de una sola persona sino que de instituciones que estaban potenciando e incluso creando victimarios.
La funa como éxito y fracaso del movimiento feminista
En el estudio previamente mencionado, Vera reveló que muchas de las que habían denunciado públicamente habían logrado dormir por primera vez en mucho tiempo. En ellas reinaba un sentido de alivio, de justicia, y de al fin haber sido tomadas en cuenta. Pero así mismo, muchas no habían logrado dimensionar el alcance que iba a tener esa denuncia y la posibilidad de ser demandadas –y así mismo revictimizadas– por injurias y calumnias.
A su vez, surgió el conflicto con el fervor punitivista propio de la funa y la pregunta que parecía rondar era la siguiente: ¿Con quién estamos haciendo alianzas –políticas, ideológicas y éticas– cuando coincidimos en el placer o satisfacción que nos da que alguien reciba castigo?
“En ese sentido, la funa concentra los logros y fracasos –Catalina Trebisacce, antropóloga argentina habla de los ‘fráxitos’– que se dan simultáneamente en el corazón mismo del movimiento feminista”, explica Vera. “Por un lado, no hay que olvidar que de base la funa busca una experiencia liberadora y de colectivizar el dolor. Pero por otro, nos hace darnos cuenta que hay algo que provoca que en la violencia de género, como en la delincuencia en general, haya una tranquilidad cuando alguien recibe castigo”.
Se ha perdido la parte más nutritiva y enriquecedora de la conversación, que es darle espacio al desarrollo de argumentos, o a ese ‘yo opino esto’, y que el otro diga ‘no estoy de acuerdo’.
Como explica Vera, muchas de las entrevistadas asociaron las funas contemporáneas a las denuncias públicas que surgieron después de la dictadura; “A esa idea de que había violadores de derechos humanos que andaban sueltos y que nadie los iba a juzgar, por lo que había que aplicar una sanción moral. Pero ahí el alcance era distinto. El alcance de hoy no permite margen de error”.
Esa misma experiencia de masividad que toda feminista aplaudió en su momento, es la que hoy Vera propone revisar y criticar. “¿Qué es en realidad lo que estamos diciendo y buscando? Y, ¿de qué manera lo hacemos para que no se genere una situación castigadora con cualquier desacuerdo?”, reflexiona. “Hay una autora que dice que el punitivismo ya no tiene que ver con la maquinaria legal, sino que con sistemas de representación que en muchos casos vienen a aplanar los conflictos y a reducir los matices de la discusión”.
¿La funa está limitando o reduciendo, en ciertos casos, las posibilidades y complejidades de la conversación? Y a su vez, ese miedo a la funa, ¿hace que las mismas personas se limiten?
Lo que me pregunto tiene que ver con el marco que existe hoy para la conversación democrática. Eso creo que está en jaque. Porque lo que se ha perdido hoy es la parte más nutritiva y enriquecedora de la conversación, que es darle espacio al desarrollo de argumentos, o a ese ‘yo opino esto’, y que el otro diga ‘no estoy de acuerdo’, y que después yo diga ‘ah en realidad ahora opino esto otro porque pude darle una vuelta’. Lo más importante de una interacción, que finalmente es escuchar, asimilar la experiencia de otro, enterarnos y cambiar de opinión.
La funa recrea en un espacio virtual una situación muy binaria y dicotómica entre víctima y victimario, en la que por un lado hay una posibilidad acusatoria y por otro, los dueños de los valores morales, no de una experiencia. Entendiendo también que el reconocimiento es de las cosas más importantes para los seres humanos y que reconocerse uno como víctima también es un momento político de liberación muy relevante. No quiero por ningún motivo que se entienda que ser víctima es ser manipuladora, porque eso no es así, solo que el predominio del discurso de la víctima puede en algunos casos hacer callar a todos respecto a un asunto que se podría seguir conversando en profundidad.