“Nuestra estudiante estrella camina hacia la mesa de la cafetería con lo que parece ser una buena noticia. Ganó la beca de investigación y el próximo otoño viajará al otro lado del mundo para dar clases de inglés. Durante muchos meses, invirtió su energía en alcanzar esta meta y quiere aceptar su triunfo con gratitud. Pero sus ojos están enrojecidos y cansados. No está segura de querer el premio por el que se esforzó tanto. Su asesor acaba de asegurarle que esta experiencia le ‘abrirá puertas’. No debe preocuparse por el futuro, pues quienes dedican unos cuantos años a este tipo de becas al final tienen muchas opciones. Pero ese pensamiento, que alguna vez le emocionó, está empezando a asustarla. ¿Qué sentido tiene una vida que no es más que una serie interminable de oportunidades? Mientras sus pensamientos revolotean entre las posibilidades que se supone que desatará este próximo paso, parece menos emocionada por la promesa de tantas aventuras y más agotada por la idea de tener que tomar tantas decisiones. Se pregunta en voz alta si es mejor solo volver a casa y trabajar en una cafetería”.

Con este relato comienza un artículo publicado en The New York Times, en el que los autores Benjamin Storey y Jenna Silber plantean que la decisión sobre qué hacer con nuestras vidas, específicamente lograr ser conscientes de lo que realmente queremos y nos hace felices, es un arte. Su análisis apunta especialmente a los jóvenes, cuando se enfrentan a la decisión de qué hacer de su futuro, por dónde encaminar su vida profesional. “Las universidades suelen funcionar como máquinas que presentan oportunidades incesantes a personas que ya son privilegiadas. Nuestro sistema educativo se enfoca a un grado obsesivo en ayudar a los estudiantes a dar el siguiente paso. Pero no les brinda el apoyo adecuado para pensar en la esencia de la vida hacia la que se dirigen. Muchas instituciones en la actualidad han olvidado que el objetivo de la propia educación liberal era enseñar el arte de elegir, capacitar a los jóvenes para que razonaran al momento de decidir a qué proyectos vale la pena dedicar su vida”, dicen.

En el mismo texto cuentan que en las universidades donde han trabajado pasaron muchos años dedicando sus horarios laborales a ayudar a estudiantes confundidos, y que luego de un tiempo, decidieron atender este problema de manera sistemática, con el diseño de un curso que pretende instruir a los jóvenes sobre el arte de elegir. El objetivo es que los estudiantes puedan considerar la posibilidad de que las personas son capaces de razonar en conjunto y decidir cuál es la mejor manera de vivir. “Es un ejercicio interesante, pues a los jóvenes muchas veces les cuesta descubrir que tienen propósitos finales y aprender a evaluarlos, pues siguen patrones impuestos por sus padres o por generaciones anteriores, y también por un sistema que ha definido el éxito en determinadas profesiones y estilos de vida. Muchas veces quedan atrapados en estos patrones y no se abren a la posibilidad de buscar nuevas formas de vida, les resulta difícil hacerlo porque salirse de un esquema a veces es visto como una falta, como un fracaso”, explica la psicóloga Loreto Vega.

Dar esos espacios de reflexión es interesante pues –como se demuestra en el ejercicio que describen los académicos en la columna– cuando les piden a los estudiantes que expliquen las razones detrás de sus opiniones sobre la mejor manera de vivir, comienzan a hacerse preguntas entre sí. Empiezan a enumerar premisas, a hacer inferencias y a sacar conclusiones. “Cuando a los jóvenes se les enseña a hacer esa reflexión, se le dan espacios para hacerla, y cuando tienen las herramientas para ser conscientes de que detrás de sus decisiones personales hay un objetivo personal –valga la redundancia– y no impuesto, ahí son verdaderamente libres de elegir aquello que quieren ser. Dejando de lado los miedos y prejuicios que existen sobre ciertos estilos de vida. Pero es un trabajo profundo, no se trata solo de decirles ‘tú puedes ser quien quieres ser’, si a su alrededor sigue viendo el éxito asociado a ciertos estereotipos. El trabajo consiste en mostrarles otras formas de vida”, agrega la psicóloga.

Y los estudiantes se sienten agradecidos al descubrir el arte de elegir. Aprender a razonar la felicidad despierta un “poder permanente en el alma”, como lo explica Sócrates, algo que es igual de grato que descubrir que nuestra voz puede entrenarse para cantar. “Las universidades deberían dar prioridad consciente a que los estudiantes se familiaricen con una cultura de reflexión racional sobre cómo vivir, y esta intención debe ser evidente en su misión declarada, sus discursos de convocatoria, la contratación y ascenso de su cuerpo docente y sus planes de estudio. Esto afirmará su responsabilidad de cumplir con su deber: ayudar a los jóvenes a aprender a razonar las decisiones que dan forma a su vida y a reflexionar sobre los propósitos que buscan. El arte de elegir es lo que más necesitan sus alumnos, y es lo que la educación liberal, si se comprende debidamente, siempre debió impartir”, concluyen los expertos.