Los niños están cada uno en su pieza conectados en sus computadores haciendo las clases virtuales del colegio. Los oigo hablarle a alguien al otro lado del computador, probablemente sea la profesora. O quizás a algún compañero. Se escuchan contentos, así que estoy bien, tomando mi café mañanero, sentada en el comedor y mirando al jardín, cosa que me encanta.

Me levanté temprano, hice el desayuno para los niños, el café para mi marido, desinfecté y lavé con jabón las manzanas, naranjas y las papas que pedí por despacho a domicilio, limpié la cocina y guardé la vajilla. Aún más me merezco mi café. También le di desayuno al perro y al gato, ordené el patio e hice un poco de yoga siguiendo un video de Youtube.

Buen comienzo el de hoy. No todas las mañanas de pandemia han empezado así. El ánimo sube y baja. No es fácil.

A esta edad, mi edad, cuando has tenido hijos cerca de los 40, uno es la madre de todos los que te rodean. El universo te pone en este lugar de tiempo y espacio para cuidar y proteger a los hijos, a los padres, al marido, al perro y al gato. Ellos confían ciegamente en esta madre poderosa, joven, pero conocedora de la vida, sana, firme y fuerte. Perfecta para el trabajo duro que significa ser madre y fiera para cuidar a su familia de todo mal. Con pleno conocimiento de la ruta a seguir. Guía protectora que sabe dar los mejores consejos. Independiente, interesante y atractiva.

Qué bueno que eso crean, porque sin esa certeza estarían a la deriva.

Por la edad y la experiencia es que corresponde que uno sea la matriarca de la vida a su alrededor. Somos para ellos la isla firme hacia donde nadar y buscar refugio. Es un momento potente, solo posible para nosotras las mujeres.

No es feminismo, para nada. Es algo que está ligado al género, es lo medular de ser mujer. Lo femenino en su máxima expresión. El vientre que cobija y sostiene la vida. Esa esencia que nos ha sido arrebatada.

Ahora te llaman más seguido tus padres, tus suegros. Te hacen video llamadas para conversar, para ver a los niños y sabemos que corresponde ser el eslabón entre esas generaciones, estar presente, escucharlos y preocuparse de que estén conectados. En esta larga cuarentena toca estar más pendiente de los adultos mayores, incluso de las cosas más prácticas como pedirles el gas para la calefacción, hacerles un pedido de supermercado por internet, encargarles los remedios a la farmacia. ¡No salgan por favor!, les decimos.

A mí, aquí en mi casa, me buscan. Todos. Quieren estar conmigo en todo momento. Me siguen por la casa, quieren jugar, que los acaricie, quieren dormir conmigo cada noche, el niño, la niña, el perro, el gato y el hombre. Se pelean por mí. Desean conversarme cada día, a cada instante. Me aman. Me adoran. Me necesitan. Soy su aire, su alimento, su energía vital.

A veces pesa tanta confianza, pero maravilla tener tanto para dar. Te cansas, vives cansada, pero ninguna mujer sabe de dónde siguen saliendo fuerzas. Todas lo sobrellevamos porque instintivamente sabemos que, si todo sale bien, será sólo una magia temporal. Un momento en la vida. Que ya luego estaremos solas de nuevo y dejaremos de ser el centro de su universo. Que será de otra ese rol.

¡Qué suerte tengo ahora! En esta pandemia, puedo estar, puedo volver a mi esencia. Y aquí estoy. En cuerpo y alma, para ser usada, bebida y comida por ellos.

Bárbara (45) es ortodoncista. Está casada, tiene 2 hijos, un perro y una gata.