La doctora canadiense Steffanie Strathde (57) fue nombrada una de las 50 personas más influyentes en el cuidado de la salud para 2018 por la revista TIME. Su nombre es reconocido entre científicos e investigadores por su trabajo en la documentación y prevención del VIH y otras enfermedades infecciosas. Y lo que nunca se imaginó es que su marido se convertiría en un objeto de estudio, pero por otras razones. En la última entrega del Congreso Futuro, la especialista protagonizó una charla llamada ‘Los virus que nos salvarán la vida’, mientras su pareja, totalmente recuperado, la miraba desde el público.
Era febrero de 2016 y Strathde junto a su marido, Tom Petterson, tuvieron que interrumpir sus vacaciones en Egipto. Tras cruzar el Nilo, Tom empezó a sentirse mal. Un terrible dolor de estómago lo atacó y el pronóstico no era bueno. A medida que avanzaban los minutos, también empeoraba su condición. Al quedarse sin respuesta en El Cairo, volaron hasta Frankfurt, Alemania. El diagnóstico se demoró en llegar, pero se trataba de Acinetobacter baumannii, una agresiva bacteria resistente casi a todos los antibióticos.
Esta bacteria ya se había hecho conocida mundialmente como ‘Iraqi Bacter’, cuando se coló al cuerpo de varios soldados estadounidenses heridos en Medio Oriente, quienes pudieron sobrevivir a explosiones y balas, pero no a este organismo. De hecho, la Acinetobacter baumannii encabeza la lista de patógenos peligrosos de la OMS y se busca incesantemente un antibiótico para ella. Su mecanismo de acción dentro del cuerpo es el de un ladrón que roba los genes de la resistencia antimicrobiana de otras bacterias, por lo que -sin antibiótico para su tratamiento- esta crece y se reproduce de manera acelerada.
Por eso, tras haberlo intentado todo, o al menos casi todo lo convencional, Steffanie sujetó la mano de Tom, quien estaba moribundo y le habló. Le dijo que se les estaba acabando el tiempo y que necesitaba saber si él quería vivir. Ella no sabía si Tom podía escucharla, estaba tumbado, inmóvil, con los ojos cerrados, asistido por máquinas para seguir con vida. Fue entonces que él respondió apretándole la mano de vuelta.
¿Cómo se salvó el hombre? Strathdee se puso a buscar en internet y encontró información sobre el tratamiento con bacteriófagos. Un procedimiento bien establecido en países del antiguo bloque soviético, pero que en Occidente había sido descartado.
“No fui yo quien hizo el descubrimiento”, cuenta la especialista desde San Diego, “pero los fagos son virus que han evolucionado naturalmente para atacar bacterias. Han coexistido con ellas durante casi 4 mil millones de años y fueron identificados hace más de un siglo, en 1917, por el microbiólogo franco-canadiense Félix d’Hérelle. Incluso antes de que la penicilina llegara al mercado, se usaban para tratar infecciones bacterianas en personas y animales. Sin embargo, cuando la penicilina se introdujo, la terapia con fagos cayó en el olvido en Occidente, aunque continuó siendo utilizada en la antigua Unión Soviética. Occidente dejó de lado esta terapia y optó por las grandes farmacéuticas y los antibióticos, así que podríamos decir que la redescubrí y ayudé a reintroducirla porque estamos agotando nuestras opciones de antibióticos”.
¿Qué desafíos tuvieron que superar para usar esta alternativa?
“El conocimiento y el tiempo fueron cruciales. La terapia con fagos nunca se había utilizado realmente en los Estados Unidos. Mi esposo estaba hospitalizado en la Universidad de California, San Diego, y carecíamos de experiencia en este ámbito. Nos dimos cuenta de que necesitábamos encontrar fagos que coincidieran con la bacteria aislada de su infección, pero no teníamos una guía clara sobre cómo hacerlo. Por lo tanto, tuve que iniciar todo el proceso por mi cuenta, contactando a completos desconocidos y estableciendo conexiones con otros investigadores para ver si podían ayudarme a encontrar los fagos adecuados para combatir la infección bacteriana y, así, salvar su vida. Todo se desarrollaba bajo la presión del tiempo”.
¿Cómo los encontraron?
“Los fagos están presentes en todos lados, siendo los depredadores naturales de las bacterias. Se hallan en el suelo, en el agua y en nuestros cuerpos. De hecho, hay más fagos en el planeta que estrellas en el cielo. Diariamente, unos 30 mil millones de fagos ingresan y salen de nuestros tejidos. Es fundamental encontrar el fago adecuado para combatir la bacteria responsable del problema.
El proceso de aislamiento de fagos es bastante anticuado, aunque existen métodos para acelerarlo. Básicamente, solo es necesario sembrar colonias bacterianas en una placa de Petri y agregar una muestra de aguas residuales, por ejemplo. Tras incubarla a temperatura corporal durante 24 a 48 horas, se examina la placa en busca de signos de actividad fágica. Si hay fagos que coinciden con la bacteria objetivo, se observarán agujeros en el agar donde estaban sembradas las bacterias. Aunque los fagos no son visibles a simple vista debido a su tamaño, aproximadamente 100 veces más pequeños que las bacterias, su actividad destructiva es evidente. Esto indica una coincidencia de fagos, lo que permite cultivarlos en mayor cantidad mediante suspensión bacteriana y luego purificarlos antes de su uso en pacientes”.
¿Hay algún sesgo en Occidente sobre este tratamiento por su desarrollo en la Unión Soviética?
“Sí, absolutamente. Está ampliamente documentado que el hecho de que la terapia con fagos fuera adoptada por la antigua Unión Soviética, especialmente en torno a la Segunda Guerra Mundial, llevó a que se estigmatizara como una práctica asociada con la ciencia soviética y la medicina del bloque comunista. Este tipo de lenguaje discriminatorio fue común en las discusiones sobre el tema, como se evidencia en varios ejemplos de la literatura científica. Es importante tener en cuenta que los fagos fueron descubiertos antes que los antibióticos, pero la ciencia en los primeros días de su estudio era bastante primitiva, lo que complicó su aceptación. Como resultado, muchos científicos y médicos en Occidente consideraban que la terapia con fagos era obsoleta y no valía la pena investigarla. Después de que mi esposo recibiera tratamiento con fagos, utilizamos su experiencia y otros casos tratados con el mismo protocolo para desafiar este sesgo, aunque ha sido un proceso lento. Además, escribimos nuestro libro, “El depredador perfecto: una científica corre para salvar a su esposo de un super bicho mortal”, con el objetivo de crear conciencia sobre la resistencia antimicrobiana y destacar el potencial de la terapia con fagos para abordar este problema global”.
¿Cómo podemos abordar el problema de la resistencia bacteriana y cómo puede la terapia con fagos ser una alternativa prometedora a los antibióticos en el futuro?
“Los antibióticos han sido efectivos en el pasado, pero nuestro uso excesivo o incorrecto de ellos ha llevado a que las bacterias desarrollen resistencia. Estas bacterias son astutas y han adquirido genes que les otorgan superpoderes para resistir los efectos de los antibióticos. Lo mismo ocurre con los fagos. Sin embargo, debido a su abundancia, se estima que hay 10 millones de billones de billones de fagos, o 10 a la potencia de 31 fagos, en el planeta. Los fagos pueden encontrarse en la naturaleza en cantidades infinitas, y además, pueden ser modificados mediante ingeniería genética. Esta es una alternativa realmente prometedora”.
¿Cuáles son los pasos que quedan por dar para establecer la terapia con fagos como una alternativa certificada por los organismos de salud?
“Primero necesitamos realizar ensayos clínicos para demostrar que la terapia con fagos es eficaz en comparación con los antibióticos, o que es igual o incluso mejor. Estos ensayos llevarán tiempo. En países como la República de Georgia y Polonia, donde la terapia con fagos ha sido estándar de atención durante mucho tiempo, no se considera necesaria la realización de estos ensayos. Sin embargo, en Occidente el estándar de oro para cualquier nuevo tratamiento, ya sea para infecciones bacterianas o VIH, es un ensayo clínico. Por lo tanto, estos ensayos son imprescindibles y no se puede realizar solo uno, ya que hay muchas bacterias diferentes y condiciones diversas que pueden ser tratadas con terapia con fagos, como infecciones del tracto urinario o en articulaciones protésicas.
En países como Chile necesitan ser más cuidadosos con el uso de antibióticos, especialmente en la agricultura, donde se ha observado que su uso excesivo en la cría de salmones está causando problemas de resistencia antimicrobiana en los seres humanos. Personalmente, recibo llamadas todos los días de personas con infecciones que solían ser tratables con antibióticos, pero que ahora no lo son. A menudo, estas personas están recibiendo tratamientos intensivos con antibióticos intravenosos, lo que puede tener efectos secundarios graves. Es evidente que necesitamos alternativas a los antibióticos, y tanto los probióticos como la terapia con fagos pueden desempeñar un papel importante en este sentido. Es importante destacar también que, al observar las principales causas de muerte en Chile, vemos que las enfermedades relacionadas con la resistencia antimicrobiana ocupan el tercer lugar. Esto indica que es un problema significativo para el país y subraya la importancia de abordarlo de manera efectiva”.
Actualmente, Steffanie codirige IPATH, un lugar único en el mundo y el primero en Norteamérica, en dedicarse a la investigación de los fagos. Es imposible, estando en esta parte de su carrera, que Strathdee no mire hacia atrás. “He estado trabajando en esta área durante toda mi carrera tratando de asegurar que las personas vivan una vida más larga y saludable”, dice. “Cuando era estudiante universitaria, estalló la epidemia de SIDA. Un día, un profesor nos entregó exámenes para completar y nunca los devolvió porque en ese corto período de tiempo, falleció de neumonía por Pneumocystis Carinii (PCP). Esa fue una de las infecciones oportunistas que eran muy comunes en los primeros días. Y ese fue el primer momento en el que el SIDA realmente me impactó a nivel personal. Todos habíamos leído sobre Rock Hudson y estábamos estudiando epidemiología en clase, y luego, cuando me convertí en estudiante de doctorado, fue porque estaba interesada en esta área y mi asesor de doctorado era un hombre gay que falleció también, y eso realmente consolidó mi vocación, por así decirlo, para trabajar en esta área. Después mi mejor amigo murió de SIDA el año en que nació mi hijo. Tenía 27 años. Su objetivo era vivir hasta los 30. Y no lo logró. Hemos avanzado mucho en este campo, pero aún enfrentamos mucho estigma y muchas barreras para acceder a la atención médica”, cuenta.
Cuando comenzaron a inyectar la solución con fagos a Tom a través de un absceso en el abdomen, nadie garantizaba que iba a funcionar o que no iba a empeorar la salud del paciente, pero al constatar su leve mejoría, empezaron a administrarle la solución cada dos horas. Tres días después Tom Petterson levantó su cabeza de la camilla y volvió a la vida.
¿Cuál es tu definición del amor?
“Creo que es cuando estás dispuesto a hacer lo que sea para salvar a alguien que conoces y cuando te conviertes en una mejor persona. Sé que amo a mi esposo. Sabía que no quería que muriera. Cuando apretó mi mano y me dijo que él tampoco quería morir, aunque no podía hablar, supe que si él moría, quería saber que hice todo lo que pude. Y tuve suerte. Tuve una red global de investigadores que estaban dispuestos a ayudarme y, de alguna manera loca, como investigadora del VIH, vi morir a muchos amigos, incluso mi supervisor de doctorado murió. Y siento que los espíritus y las almas que toqué y que mi esposo tocó en el camino ayudaron de alguna manera a salvar su vida. No tengo ninguna prueba de eso, pero siento que había mucha gente allá afuera que estaba ayudando y todas las estrellas tenían que alinearse para que esto funcionara y ciertamente no merezco todo el crédito. Y estoy muy agradecida de que mi experiencia como investigadora del SIDA y también como voluntaria en un hospicio de SIDA me haya dado la fuerza para cuidar de mi esposo. Y nunca olvidaré ese regalo”.