Así languidece y se desvanece la Amapola

“Tenía 28 años cuando intenté morir por suicidio en 2022. Mi hermana Amaranta se suicidó el 28 de noviembre de 2019. He estado viviendo procesos muy dolorosos en los últimos cinco años. Hace un par de años estuve trabajando la develación de un abuso sexual sufrido a los 14 años, después vino la muerte de mi querida hermana y luego la pandemia. Estresores de alto impacto que me han desgarrado, en mi tránsito a la adultez.

Me fui a vivir con mi pareja y me llevé conmigo un montón de vivencias que aún no estaban sanadas. Yo necesitaba a mi hermana Amaranta para afrontar esta nueva vida de independencia. Sin ella me sentí abandonada, sola, sin tener con quien compartir ni mis sensaciones ni mis penas.

En un punto empecé a sentirme un total fracaso. Una decepción para mis padres y mi familia, una desgracia en mis relaciones. Mi dolor era no poder ser funcional para hacerme cargo de mi misma, de mi trabajo y de mi casa. No ser capaz de establecer una buena vida con mi pololo. Les estaba fallando a todos y a todas.

A la izquierda Amaranta, a la derecha su hermana Amapola.

Todos los dolores que había llevado por años estaban más latentes que nunca. La percepción sobre mi persona era muy negativa al punto de creer que no era merecedora de vivir en este mundo. Se instaló en mí la idea de ser una carga para los demás”.

Amapola Saball López, mide un metro cincuenta y dos. Muy expresiva, contesta cada pregunta sonriendo con un aire de niña. Responde gesticulando al aire y mirando al techo para articular mejor sus pensamientos. Hacia la izquierda de su cara, le cae un mechón de pelo blanco. En su nariz está el piercing de argolla que le regaló su hermana, igual que el tatuaje de una vasija de la cultura Aconcagua, que se hizo en su antebrazo derecho. “Cuando falleció mi hermana me corté mi mechón blanco, lo que me causó un impactó tan grande que lo tuve que volver a recrear”, cuenta.

Es arqueóloga y tiene 28 años. Vive en Ñuñoa en una casa muy luminosa y tibia de paredes blancas con quien hoy es su marido, desde diciembre del año pasado. En su dormitorio hay unos colets de su hermana colgando junto al cuadro de un zorrito hecho por una seguidora de su instagram, donde publica sobre el dolor de haber perdido a Amaranta, pero también de esperanza.

“Fui en busca de un diagnóstico para todos mis sentires. Entonces a mi depresión mayor se agregó el diagnóstico de autismo. Eso fue muy potente. Ya era una superviviente de abuso, una superviviente de duelo por suicidio y ahora había otro flanco a resolver: el estigma del autismo”, dice. “Después de esa evaluación vino la visión de túnel, donde se pierde la perspectiva de la magnitud de un problema y lo más mínimo se maximiza”, relata.

“El gatillante de mi intento de suicidio fue pequeño. Un problema laboral. Tenía una semana muy exigente en la que tendría que rendir al máximo en unos seminarios. Justo mi mamita se enfermó de Covid y yo era contacto estrecho. Ahí todos los planes se truncaron. Sentí impotencia total. Esa era la gota que rebalsaba mi vaso, en un ambiente tan turbulento que me devolvió de golpe la sensación inexorable de fracaso total. Mi dolor fue tan atronador e indescriptible, que creí que lo único que podía acallarlo era la muerte”, dice.

Sus papás son muy presentes. A su familia y amigos los califica como seres extraordinarios. Pero su estima estaba tan destruida que su pensamiento fue: No merezco tener estos seres tan maravillosos en mi vida. Yo no les puedo retribuir. Soy una persona inútil que los ha decepcionado.

Estaba en su casa ese 18 de noviembre de 2022. Había roto con mucha ira una guitarra, un vestido y unos cuadros. “Me fui al dormitorio con la idea de terminar todo. Al rato después del intento de suicidio, le mandé un audio a Feña, una de mis mejores amigas. Ella se contactó con mi pololo y ambos llegaron rápido a la casa”, cuenta.

Era un soleado, bello y caluroso día de primavera. Faltaban pocos días para que se cumplieran tres años sin Amaranta. Y entre el duelo y la depre, todo complotó para llevarla a ese momento.

La emergencia de salud mental que preocupa a Estados Unidos

Entre 2001 y 2019 la tasa de suicidios en los EE.UU se elevó en un 40% entre quienes tienen 10 a 19 años. Las visitas a urgencias por autolesiones e intentos suicidas aumentaron en un 88% en 10 años, según el Centro para el control y prevención de enfermedades de Estados Unidos. Los profesionales de la salud advirtieron a las autoridades que están frente a una gran emergencia de salud mental.

Antes los riesgos para este grupo etario eran el consumo de alcohol y drogas ilícitas, la conducción en estado de ebriedad, el tabaquismo y el embarazo adolescente; hoy en la generación de cristal –los nacidos entre 1995 y 2015– son la ansiedad, la depresión y las autolesiones ligadas a la salud mental.

En Chile, si bien los intentos de suicidio aumentaron pospandemia y según la experiencia de funcionarios de salud las edades de quienes tienen afecciones mentales o cometen intentos suicidas van bajando, la realidad es preocupante pero no es similar a la de Norteamérica.

El Centro de Vigilancia Centinela de Intentos de Suicidio de la Posta Central, registró 556 intentos de suicidio en 2022. Tres terminaron en muerte. El hospital de urgencias empezó a hacer registros en 2017 cuando se contaron 130 casos, el año pasado se cuadriplicó de sobra esa cifra.

La población es principalmente joven-adulta, casi un 80% presentaba dos o más afecciones de salud mental, y un 70% fueron mujeres. Los desencadenantes fueron en su mayoría términos o conflictos en relaciones de parejas, estresores psicosociales y conflictos familiares. También, se registró que la persistencia en la ideación suicida, permanecía en la mitad de los casos. Y, un 66% de esas personas habían tenido un intento de suicidio anterior.

De los 556 casos, un 47% o para ser más exactos 266 hombres y mujeres adolescentes entre 15 y 24 años no querían seguir viviendo. Y aunque esta data da cuenta de una realidad local muy focalizada, se abre la pregunta: ¿Qué estará pasando en los otros cientos de recintos asistenciales que existen en cada ciudad de Chile? ¿Qué está pasando con los adolescentes chilenos?

Son múltiples factores lo que desatan la “tormenta perfecta”

El suicidio es multicausal. Hay que analizar los estresores que está viviendo ese niño o adolescente y su familia: incertidumbre laboral, dinámicas familiares disfuncionales, violencia verbal o física, quiebres de amistades o de pareja. Los adolescentes viven todo muy intensamente. La soledad influye mucho en el riesgo suicida. Los abusos sexuales y el bullying dejan huellas que a veces hay que trabajar toda la vida.

Paulina del Río, cofundadora de la Fundación José Ignacio –nacida a raíz de la pérdida por suicidio de su hijo de 20 años– enfatiza que además hay “agregar las características genéticas, psicológicas, la disposición a afecciones mentales, el mundo social, económico y cultural donde se inserta ese adolescente”.

“Alguien que jamás tuvo riesgo suicida llevado a un punto de dolor emocional intolerable puede cometer suicidio si los estresores forman la tormenta perfecta”, explica y agrega que “por eso debemos estar atentos al dolor de los otros”.

“Una persona que intenta suicidarse siente una desolación insoportable. Se siente atrapado: haga lo que haga no disminuye su dolor psíquico. Entonces si no hay salida posible, la única forma de acallar ese dolor es la muerte. Siempre hay un hecho gatillante donde hay poco espacio entre la ideación y el intento o consumación”, explica.

La Generación de Cristal

El término “Generación de cristal”, que hace alusión a los “Z” o “Centennials”, fue acuñado por la filósofa española Monserrat Nebrera en una columna de opinión. Aún no hay total consenso en el año de cohorte donde nacen estos niños –algunos académicos lo sitúan en los dos mil–, sin embargo, hay conformidad en sus características.

Nebrera escribió en 2021: “Están inmersos en el mundo digital, rodeados de prestaciones y servicios que son vistos como conquistas irreversibles (...) La generación de cristal es transparente, pero puede estar cubierta por el polvo de la inactividad o agrietada por la presión de vivir a toda marcha”.

“Muchos se dan cuenta de que no quieren morirse, sino sanar en un lugar seguro. Pero ese espacio seguro, que cobija y protege, que podría ser el hogar, no siempre está disponible, porque es fuente de conflictos”, dice el psiquiatra.

Juan Pablo del Río, psiquiatra infanto-juvenil de la Universidad de Chile atiende a jóvenes que llegan con autolesiones, ideación suicida y con depresión.

“Algunos adolescentes vienen con un síndrome presuicida donde predomina la desesperanza y la soledad. Se dicen a sí mismos: Nada va a mejorar. Nadie entiende por lo que estoy pasando. También cargan con una inmensa culpa: Mi entorno estaría mejor sin mí, soy una carga para mi familia”, cuenta el psiquiatra. “Eso mismo, paradójicamente, es lo que los detiene: Mis padres no van a aguantar mi muerte”, agrega.

Según el especialista la autolesión es un canje del dolor psíquico insoportable por el dolor físico, donde por un rato se desvía la atención con cortes en los muslos o en el antebrazo. “Un joven que se autolesiona no necesariamente va a pensar en suicidio”.

“Yo busco la motivación dentro de ellos mismos para seguir. Les pregunto: ¿Qué crees que va a pasar después de la muerte? Ahí muchos se dan cuenta de que no quieren morirse, sino sanar en un lugar seguro. Pero ese espacio seguro, que cobija y protege, que podría ser el hogar, no siempre está disponible, porque es fuente de conflictos”, expresa.

¿A qué deben estar atentos los padres?

Retraimiento social marcado, estar demasiado tiempo encerrado en su dormitorio y rechazar la interacción social, dice el experto. “También se hace presente la anhedonia: a los niños no les da placer hacer actividades que antes les encantaban o disfrutaban”. El doctor también llama a poner atención en los comentarios o frases negativas sobre sí mismos, que se vuelven recurrentes: No sirvo para nada, soy un inútil, o frases de ausencia, No estaré para las próximas vacaciones.

Los padres de algodón

Los nacidos a mediados de los 60, en los 70 y 80, son en su mayoría los padres de los niños de cristal. Se habla de padres súper protectores que tratan con algodones a sus hijos. Son quienes han criado a una generación que necesita ser validada constantemente, que quieren todo rápido –a la velocidad de un clic– con poco aguante a la frustración y al ‘no’. Les cuesta transitar procesos como son la creación de vínculos, mejorar en los estudios o crecer profesionalmente. Creen tener todos los derechos y pocas obligaciones.

Si bien terapeutas, padres y empleadores dan cuenta de que es real esta forma de ser generacional, Paulina del Río, enfatiza que a estos niños y jóvenes no se los puede juzgar con criterios de hace treinta años. Ellos están insertos en una sociedad que cambió radicalmente.

La doctora Del Río se refiere a las nuevas formas de hacer familia: “Muchas son monoparentales, no hay hermanos o solo uno. Ya no existen esas redes de apoyo de antaño en que tías y abuelos ayudaban a criar”. A eso se le suma el ciberbullying, que hace imposible escapar de la burla de los compañeros. “Antes se exponían al matonaje en el colegio y después se refugiaban en sus casas. Ahora el bullying los persigue en las redes”.

Los adolescentes te dicen: No sé qué sentido tiene estar vivo. Ven a padres que trabajan demasiado, que no ven mucho y se dan cuenta que no quieren esa vida para ellos mismos.

El psiquiatra Juan Pablo del Río agrega: “Los padres tienen un rechazo al aburrimiento, al dolor y a la muerte. Buscan que sus hijos estén entretenidos todo el día haciendo actividades y que no se enfrenten a sensaciones o situaciones desagradables. Aprender a aburrirse es fundamental. Es en los momentos de ocio donde sucede la creatividad. Por otro lado, en consulta veo una pérdida de sentidos trascendentes de la vida. Los adolescentes te dicen: No sé qué sentido tiene estar vivo. Ven a padres que trabajan demasiado, que no ven mucho y se dan cuenta que no quieren esa vida para ellos mismos”.

“También, está presente el gran temor a no cumplir las expectativas, muchas veces absolutamente irrealistas de los padres”, recalca.

“Los adolescentes que escucho tienen muy claro que no es lo mismo estar cara a cara con su pares, abrazar o tocar a otro, que conversar horas a través de un chat. Pero ese es el tipo de conexión que mejor conoce la Generación de Cristal. El uso de pantallas ha reducido sus horas de sueño y hacen menos ejercicios que, junto a la interacción social real, son primordiales para un desarrollo sano y su transitar a la adultez”, comenta.

En otra arista la sobrediagnosticación de los terapeutas en los colegios y la sobremedicación de los mismos psiquiatras es otro tema a abordar, expone Del Río.

“También está la hostilidad en redes y los challenges de TikTok, algunos muy peligrosos. Hay adolescentes más vulnerables que los hacen como una forma de buscar pertenencia”, enfatiza.

La conexión faltante

Pocos saben que el cerebro está en formación hasta los 22 o 24 años. Momento en que acaba la adolescencia. Las hormonas adolescentes impulsan una conexión sináptica que aún no se ha formado: la de la amígdala –una de sus funciones es el procesamiento de las emociones– con la corteza prefrontal que es donde reside la capacidad de juicio y permite estimar los riesgos de un acto. De ahí nace la sensación de invulnerabilidad de los jóvenes.

“También ha cambiado el perfil de consumo con drogas nuevas como el Tusi, el Éxtasis, la Ketamina y la naturalización de la Marihuana. En un cerebro extremadamente plástico esos químicos no sólo dañan su formación, también establecen hábitos que pueden quedar para siempre arraigados desde los positivos como el deporte, tocar un instrumento, el gusto por las artes, como también las adicciones”, explica Del Río.

Al psiquiatra le preocupa que las edades de consulta hayan bajado a menos de trece años, cosa que ha constatado en sus años de práctica.

Alfabetización emocional

Denisse Teillery, psicóloga coordinadora del equipo de psicotrauma que implementó el proyecto Centinela en la Posta Central, cuenta que desde la data recopilada, los quiebres en las relaciones de pareja –que son vivenciadas de forma intensa por los adolescentes– y los problemas familiares son muy nombrados por quienes han tenido un intento suicida.

“Ellos están en plena maduración y modulación de su sistema nervioso, por lo tanto, todo les llega más. Son más reactivos e impulsivos. Su intensidad emocional es distinta a la de los adultos y no tienen los recursos para gestionar esas emociones. A eso se agrega la presión escolar, los cambios en su cuerpo, la conformación de identidad, las influencias externas que promueven imágenes corporales o ejemplos de éxito inalcanzables”.

Por eso es importante la alfabetización emocional en los colegios, para que desde niños aprendan a reconocer y gestionar sus emociones, no a controlarlas. Hay que recordar que los padres son el referente emocional de los niños. Ellos también deben estar alfabetizados.

La Amapola retoma el sentido y florece

“Mis padres son todo para mí. Siempre tuvimos una relación muy estrecha. Cuando estábamos los cuatro, éramos una familia súper unida, lúdica y cariñosa. La partida de mi padre, después de mi hermana, fue súbita. Quedamos sólo mi madre y yo. Ambas estamos reconstruyendo nuestras vidas con mucho amor, llenas de recuerdos, nos afirmamos la una a la otra”, reconoce Amapola.

Amaranta, Amapola y su madre.

Y agrega: “Me motiva mucho escribir y contar mi historia para que quienes estén pasando por lo mismo puedan vislumbrar alternativas. También me hizo empoderarme sobre la situación social de mi país; la salud mental debe ser prioritaria en la políticas públicas y se debe encontrar una forma de colectivizar el dolor para trabajarlo en sociedad y no en la soledad. Yo ahora saco la voz para mostrar un camino distinto al que mi hermana escogió y el que yo intenté tomar.

Mis apoyos son mi familia, mis amigos, mis procesos terapéuticos bien llevados, el trabajo que realizo con mi autoestima. Ahora sé que puedo estar sin sufrir aprendiendo a resignificar los dolores.

Ese camino me lo enseñaron mis padres, mis amigos, toda mi red humana de contención que están presentes sin juicios. Ellos me han mostrado la luz que hay en la vida, el amor y compasión que podemos experimentar, en un punto en que pensé que no iba a experimentar más la felicidad. Ellos con paciencia me animan a que vaya a terapia, siga mi rutinas y a retomar de nuevo mi trabajo de forma no destructiva. Es un camino arduo y trabajoso que se hace en comunidad”.

Amapola es parte de los primeros nacidos dentro de la generación de cristal, pero su resiliencia demuestra que no es una ex adolescente ni de lejos frágil.

El suicidio sí se puede prevenir

Paulina del Río, afirma: “Todos podemos ayudar a prevenir el suicidio. En un mundo individualista donde no miramos al otro y los abandonamos con su inmenso dolor en la soledad, podemos evitar un suicidio haciendo redes, creando comunidad, para que, en una crisis, tengas a alguien a quien recurrir y ese alguien no minimice tus sentimientos”.

Un gran factor de riesgo es la soledad. “Muchas personas que piensan en suicidio no quieren morir, si no aliviar su dolor. Los seres humanos son gregarios, buscan ser parte de un grupo que los valore; ser parte de un grupo escolar, deportivo o religioso donde se promueva el autocuidado es vital.

El paradigma de la soledad hay que reemplazarlo por pertenencia, compañía y atención al otro. Cuando una persona se suicida fallamos todos”.

Si tú o alguien que conozcas necesita ayuda, comunícate con:

-Línea *4141, “Tú no está solo, no estás sola” para personas en crisis de salud mental relacionado al suicidio. Atención 24 horas, todos los días

-600 360 7777 opción 2 línea para urgencias psicológicas. Atiende de 8.30 a 20.00

-Fundación José Ignacio (Acompañamiento a cuidadores que han perdido un hijo por suicidio)

-Fundación Katy Summer (Prevención de la ciberviolencia y suicidio juvenil)

-Fundación Míranos (enfocada en los adultos mayores)

-Fundación Toda Mejora (Promueve el bienestar de la comunidad LGBTIQ+)

-Colegios y universidades se pueden comunicar con las fundaciones Katy Summer y José Ignacio, para capacitar a sus alumnos, administrativos o profesores. El objetivo: detectar a tiempo cuadros que pueden llevar a intentos suicidas, prevenirlos y dar opciones de ayuda.