Paula 1155. Sábado 30 de agosto de 2014.
Es una mañana fría. La niebla cubre la playa La Boca en Concón. Pero los ocho adolescentes (7 niños y una niña) del Centro de Tránsito y Distribución (CTD) de Playa Ancha, dependiente del Sename, no parecen intimidados por los 10 grados de temperatura: se quitan la ropa y quedan en calzoncillos; uno, incluso, Gustavo (13), se mete al agua, mientras se acerca a la playa una van celeste con varias tablas amarradas en el techo.
–Hi, boys– dicen Henry Myer y Jon Steuber, bajándose de la van, abrigados con guantes y bufanda.
Los niños se acercan e intercambian con los gringos saludos de surfistas. Luego, ayudan a bajar las tablas y los trajes de neoprén.
Henry Myer (28) y Jon Steuber (28) son surfistas y norteamericanos. Henry es de Massachussets y Jon, de Nueva Jersey, y buscando olas y aventuras visitaron Chile en 2008 y conocieron Valparaíso. Dos años después –en 2010 y justo tres semanas antes del terremoto– decidieron instalarse en el puerto y, junto al también norteamericano Wiley Todd (28) y al porteño Andrés Ponce (27), echaron a andar Valpo Surf Project, una ONG cuyo objetivo es enseñar, gratuitamente, surf e inglés a jóvenes de escasos recursos o en situación de riesgo. "Partimos con esta idea con la ciudad temblando", recuerdan.
La iniciativa surgió luego de que los gringos hicieron el siguiente diagnóstico. "Hay una desconexión entre la gran mayoría de la gente de Valparaíso y el mar. Aunque lo ven todos los días casi desde cualquier lugar, nos dimos cuenta de que hay chicos que no saben nadar y que ni siquiera se les había pasado por la cabeza la idea de surfear", revela Jon.
A esa conclusión llegaron luego de recorrer los cerros del puerto, incluso los más pobres. Cuando en 2010 un carabinero sorprendió a los tres gringos esperando el colectivo en el Cerro Las Perdices, los invitó a subir al carro policial, les dijo que allí no estaban seguros, que mejor él los bajaba al centro. Hoy, Jon cuenta riendo que señaló hacia arriba y le dijo al carabinero: "acabamos de firmar un contrato de seis meses por esa casa". Así partieron, en lo alto de los cerros, con vista al mar, pero bien lejos de la playa.
"Es un barrio bien brígido", recuerda Jon cargando la tabla al hombro, seguido por los chicos rumbo a la orilla. Y explica: "Nosotros teníamos súper pocos recursos en ese momento. Habíamos hecho algunos eventos de recaudación en Estados Unidos y recibimos también algunas donaciones de trajes y tablas de algunas compañías".
Fue Andrés, el fundador chileno, quien logró conseguir la casa que arrendaron y difundir la idea que se puso en práctica cuando logró captar al primer alumno: Claudio Ignacio Pino Cabrera, de 14 años, que andaba practicando skate por las bajadas de los cerros. Le preguntó si quería aprender a surfear diciéndole la palabra mágica: "gratis". El joven aceptó entusiasmado, pero le dijo que antes tenían que hablar con su familia. No fue tan sencillo convencerlos, porque los padres creían que había gato encerrado: le estaban ofreciendo enseñarle al chico inglés, natación y surf a cambio de nada. Pero accedieron. Ese primer alumno hoy tiene 19 años y tan bien aprendió a surfear que hoy es instructor de Valpo Surf Project.
Claudio Ignacio Pino, el primer alumno del proyecto, dice: "Surfear me cambió la vida porque aprendí un deporte nuevo, un poco de inglés y tuve contacto con gente de otros países. Porque acá no solo son gringos los instructores, a veces los voluntarios son alemanes, canadienses, argentinos. Eso me dio ganas de expandirme", cuenta. Hoy tiene 19 años y es instructor de surf.
ALEJARSE DE LAS MALAS JUNTAS
Antes de aventurarse en el mar, los gringos entregan instrucciones a los niños en la orilla. La primera es enseñarles a estar acostados encima de la tabla y flotar esperando las olas. "No pueden poner la tabla paralela a la ola, porque los dará vuelta", explican. La segunda, es que una vez en el agua mantengan el cuello levantado, lo que les permite una rotación de su cabeza para poder mirar las olas que vienen atrás. "El centro del equilibrio, donde deben depositar el peso de su cuerpo es en el abdomen, caderas y muslos, que deben estar en contacto con la tabla", agregan.
Giovanka (13) presta atención. "Es la más aperrada", opina Martha Rigby (24), una voluntaria norteamericana que está haciendo su pasantía en VSP, mientras la ayuda a ajustarse el traje. Hace algunas semanas, en su primera clase de surf, se animó a subirse a la tabla, sin saber nadar, sin nunca haber tenido la experiencia de sumergirse en el mar.
Desde que partieron en 2008, 130 niños han participado del proyecto. La junta vecinal del Cerro Mariposa se convirtió en el primer grupo beneficiario del programa. Todavía, semana a semana, los acoge en su sede para llevar a cabo las clases de inglés que los gringos les hacen a los chicos del barrio. También trabajan con niños del Club Deportivo Cochrane en lo alto del Cerro Toro, con la Escuela Laguna Verde y con el CTD de Playa Ancha. En total son cerca de 60 niños los que están participando del programa hoy día.
¿Cómo ha beneficiado esta iniciativa a los niños que han participado? Claudio, el primer alumno, responde: "Surfear me cambió la vida en hartas cosas. Primero, porque estaba practicando un deporte nuevo. Segundo, aprendí un poco de inglés y tercero tuve contacto con gente de otros países. Porque acá en VSP, no solo son norteamericanos los instructores. A veces los voluntarios son alemanes, canadienses, argentinos, peruanos. Yo creo que me enriqueció y me dio ganas de querer expandirme, de querer ver el mundo de otra manera", cuenta. Y agrega: "Otro aspecto bueno es que esto te aleja del ocio, las malas juntas y los vicios".
Claudio está estudiando Ingeniería en Construcción en la Universidad de Valparaíso y tiene un hijo que se llama Tomás que está por cumplir 2 años. A los 17, supo que su novia estaba embarazada. Entonces dejó el proyecto, porque "uno puede ser alumno del VSP hasta los 18 no más". Este verano regresó a Valpo Surf Project y les dijo que quería participar como instructor y las puertas le fueron abiertas.
Y ese es el objetivo principal de la organización: nunca cerrar las puertas, nunca suspender las clases, tratar de estar siempre presente para los niños con los que trabajan. Jon recuerda que al comienzo los chicos le preguntaban seguido cuándo terminaría el programa. Ellos contestaban: "Esto no para", ante la mirada incrédula de los chicos. Y según Jon la idea es que el proyecto se convierta en algo autosustentable, "que cuando las personas egresen del programa, tengan ganas de ayudar como profesores de inglés, como instructores de surf o de cualquier otra forma".
En cuatro años 130 niños han participado de Valpo Surf Project. Actualmente hay 60 tomando las clases de surf que realizan los fines de semana en las playas de Concón.
NAVEGAR EN OTRAS AGUAS
Pedro López Mena (17) también forma parte de la primera generación de alumnos que participó de Valpo Surf Project y piensa que no habría logrado ni la mitad de las cosas que ha logrado si no fuera por "los tíos": "El enfoque del programa nunca fue solo inglés y surfear. Va más allá de eso: los tíos se meten en la familia. No sé qué sería de mi vida hoy si es que ellos no hubieran entrado en mi círculo. De hecho, son un pilar súper fundamental. Cada vez que tengo un problema o necesito algo, les pregunto a ellos. Nunca me han dicho que no. Jamás".
Actualmente, Pedro está terminando cuarto medio en el Liceo Eduardo de la Barra, participando del programa educacional de talentos académicos Beta de la Universidad Católica y preparándose para rendir la PSU. Quiere estudiar Derecho en la misma universidad para poder ayudar a la organización en el futuro. Le gustaría ser director de alguna de las ramas del proyecto. Sueña con hacer un intercambio en los Estados Unidos.
Durante 2011 su liceo estuvo en toma por seis meses. Con el correr de las semanas, comenzó a sentir que estaba perdiendo el tiempo y, en una conversación con Henry, le comentó que tenía ganas de trabajar como cocinero. "Recorrí el Cerro Concepción puerta a puerta buscando restoranes y me encontré con Sebastián de Bijoux. Fue súper buena onda y estaba abierto a la idea de recibir a Pedro en su local", cuenta Henry con una sonrisa. Pedro, agrega: "Yo pensé que me iban a mandar a trabajar a un puesto de completos y llegué a un restaurant gourmet. De los 30 clientes que entraban, cinco eran chilenos y todos los demás eran turistas".
En el restorán, cuenta Pedro, pudo poner en práctica todo el inglés que aprendió en las clases del VSP. Le gustó tanto que trabajó allí durante casi un año y tuvo una carrera meteórica en la que empezó como lavacopas y terminó como sous chef. Cuando volvieron las clases, le dolió un poco dejar el trabajo. "Nosotros podemos navegar en otro círculo donde, a lo mejor, estos chicos no tendrían un pituto. Nosotros somos como un puente. Podemos conectar a algunas personas que están dispuestas a ayudar y a los que están más necesitados", cierra Jon recordando la experiencia con satisfacción.
LA PERSEVERANCIA
Cuando ya es mediodía el sol ha comenzado a brillar en la playa La Boca de Concón. Pese a que hay viento y el agua está helada, todos se preparan para zambullirse. Porque es el momento esperado de toda la semana y solo una tormenta podría evitar que entren al mar.
"Si el surf era algo imposible o inalcanzable para estos cabros, ahora es algo que ya es parte de su vida cotidiana. Entonces, frente a cualquier otro objetivo que les parezca inalcanzable, ahora saben que si se esfuerzan, pueden lograr cualquier cosa ", explica Jon. Y hay algo de superhéroe en él y todos los aquí presentes.
Álvaro (14) es el que mejor lo entiende. "Álvaro nunca surfea, pero se divierte mucho", cuenta Martha. "Porque él entra y sale del agua, tira poderes de Dragon Ball y juega con los instructores. Pero no le interesan tanto las tablas. Cada tanto, sediento, toma litros de agua de un botellón, mira al cielo, infla la panza y eructa con notable volumen. Repite el procedimiento unas tres veces y luego explica: 'En Chile, para los hombres, tirarse un chancho es como liberarse de la vida. Se hace para relajarse'".
"Si el surf era algo imposible para estos niños ahora es parte de su vida cotidiana. Entonces, frente a cualquier otro objetivo que parezca inalcanzable, ahora saben que si se esfuerzan pueden lograr cualquier cosa", dice Jon.
Mientras, mar adentro, sus amigos del Cerro Mariposa toman las olas. Algunos, llegan parados hasta la orilla. Otros, caen de bruces sobre la espuma. Beatriz Bolaños (23), norteamericana que también está haciendo su pasantía en VSP, piensa: "A veces, es difícil saber si estamos logrando un impacto en la vida de los niños. Pero es algo que se ve en situaciones pequeñas. Ellos tratan y tratan y después de como cinco semanas que no consiguen pararse, cuando lo logran su cara lo dice todo: es una emoción que se puede ver en los ojos".
La recompensa, para todos los que empeñan su tiempo generando un vínculo e inspirando a estos niños, está en saber mirar: en poder ver en el correr de los días cómo van avanzando. El valor más importante que intentan transmitirles es el de la perseverancia: "En el proceso de aprender a surfear hay que intentar pararse sobre la tabla y caerse mil veces. Necesitan tener perseverancia para seguir con el deporte. Y eso también es algo que se puede aplicar a cualquier otro aspecto de la vida", reflexiona Jon.
Así, el principal desafío para los niños de los cerros de Valparaíso parece ser conectarse con las corrientes marinas. ¿Qué son los cerros sino olas quietas? ¿Qué son estas olas de la tierra donde todo parece moverse tan lento? El mar siempre trae todo lo nuevo. Y con todo ello, fue que Valparaíso se construyó a sí mismo. En la aventura de conquistarlo, los niños acceden a conocer a gente de otras partes del mundo. Así, la apertura mental resulta inevitable. El mar es dinámico y en tan solo un día puede haber miles de nuevas oleadas. Valpo Surf Project no hace más que repetir la historia, pero sus olas no llegan tan solo a la costa. Como un tsunami, llegan hasta lo más alto y arrasan contra la idea de que hay sueños imposibles.
Henry Myer y Jon Steuber.