Cuando la actual matemática y académica de la Universidad de Potsdam, Sylvie Paycha, tenía 17 años, entró a una academia especializada en matemáticas. De los 45 alumnos que ingresaron ese año, solo tres eran mujeres. Ahí supo lo que era ser parte de un rubro históricamente masculinizado en el que muy pocas mujeres han tenido la oportunidad de llegar a la cima. Esos puestos, como dice Paycha, los ocupan hasta el día de hoy hombres que no están dispuestos a ceder su posición. Y para mantenerlos, se protegen entre ellos, lo que dificulta que las mujeres puedan irrumpir.
Tras haber presidido la asociación European Women in Mathematics (EWM) y Association of Women in Mathematics –ambas organizaciones que buscan promover la participación de mujeres en las ciencias y la investigación–, actualmente Paycha se dedica al estudio de ideas que provienen de la física teórica y que ella traduce en términos matemáticos, tales como la cuantificación del infinito. Pero, además, siempre se ha preocupado de visibilizar el trabajo de mujeres en el rubro. “Me interesa que se muestre lo que vivimos y los obstáculos que enfrentamos, pero eso en la matemática no se aprecia, se lo ve como una pérdida de tiempo. Para los académicos matemáticos deberíamos dedicarnos a la matemática pura, no a incentivar la igualdad de oportunidades en el rubro o a analizar las condiciones a las que se someten las mujeres matemáticas. Eso es cosa de mujeres, dicen”.
Por lo mismo, en 2016 recopiló junto a su colega Sara Azzali –matemática alemana– 13 testimonios de matemáticas europeas que expuso en la exhibición gráfica Women of Mathematics Throughout Europe en el séptimo Congreso Europeo de Matemáticas, y que ahora son parte del recientemente lanzado Retratos de matemáticas: Entrevistas a mujeres matemáticas de América Latina y Europa (Ediciones Contramaestre), libro que busca incentivar la participación de niñas en las ciencias.
Chile tiene una de las brechas de género en matemáticas más grandes del mundo y, según los especialistas, está instalada casi en su totalidad desde kínder. Fue de hecho la psicóloga y académica de la Universidad Diego Portales, Francisca del Río, la que se percató en 2010 que en las pruebas estandarizadas que se aplicaban en el país, a los niños les iba notoriamente mejor que a las niñas en esa asignatura. Se preguntó a qué se debía la brecha y junto a las investigadoras Katherine Strasser y María Inés Susperreguy, de la Universidad Católica, emprendieron un estudio cuya primera etapa consistió en preguntarle directamente a los niños y niñas cómo percibían ellos sus habilidades en las matemáticas y a qué género la asociaban.
Frente a esa última pregunta, la mayoría vinculó las matemáticas con el género masculino y las letras con el género femenino. Lo cierto es que no existen diferencias biológicas que determinen las habilidades de un género y del otro, pero como explica Paycha, el problema es amplio y tiene que ver más que con la materia en sí, con aquello que representa a nivel social y cultural.
¿Cómo hacer para incentivar el interés de las niñas por las matemáticas y facilitar el acceso a un mundo mayormente asociado a los hombres?
Hay varios factores que influyen. En una primera instancia hay que entender que no se trata solamente de las matemáticas, sino que de lo que representan. Es un instrumento de poder simbólico y aunque no haya mucha plata invertida ahí –a menos que uno se incline hacia la informática–, sigue siendo un dominio de poder en muchos países. En parte porque se usa un lenguaje que no se entiende si es que no se lo aprende expresamente. En ese sentido, es excluyente. Y como muchos otros espacios de poder, está casi mayoritariamente en manos de hombres que cuidan esos puestos y que no los quieren ceder. Cuando me preguntan si eso puede cambiar, pienso en que antes los médicos del pueblo eran casi todos hombres, pero cuando ese cargo se devaluó lo empezaron a ocupar mujeres. La entrada para las mujeres se vuelve más fácil cuando dejan de ser puestos tan valorados. Es necesario entender entonces que esto no tiene que ver expresamente con la matemática, sino que con lo que representa. A la fecha, sigue teniendo un cierto estatus y posición de poder, porque es un idioma que permite controlar aspectos científicos y técnicos que tienen un impacto en la sociedad.
Por otro lado hay un tema de prejuicios y sesgos culturales. Hemos sido socializados de tal forma que pensamos, incluso sin saber exactamente por qué, que la matemática es para hombres. Eso se replica y se traspasa en las familias. La matemática requiere de una cierta distancia del mundo cotidiano y de cierto tiempo para entender sus reglas y gramática. También de mucho rigor y de un cierto aislamiento. Va en contra de las habilidades comunicativas y sociables que se supone deberían tener -o se esperan de- las mujeres, quienes tienen que cuidar las relaciones. Lo que pasa entonces es que cuando a un niño le va bien en esta materia, lo incentivan. Pero si a la niña le va bien, le dicen que puede hacer otra cosa, y ahí ella abandona.
En la investigación de la psicóloga Francisca del Río se da cuenta de que incluso los profesores suelen darle más oportunidades a los niños que a las niñas de hacer preguntas. Esto lleva a una suerte de resignación por parte de las mujeres, quienes ya se perciben menos capaces.
Esto no es intencional, a mí también me ha pasado siendo docente en la universidad. Es un círculo vicioso, porque no es que tengamos la intención de privilegiar a los hombres, a veces tiene que ver con que ellos hablan más y se sienten más capacitados para expresar lo que quieran. Yo intento ir en contra de esa tendencia, pero muchas veces ellos se manifiestan incluso cuando no tienen nada mucho qué decir, mientras que las mujeres en general tienden a tomarse el tiempo para entender bien el contexto y reformular la pregunta varias veces antes de hacerla. En ese tiempo, cinco hombres ya hicieron cualquier pregunta. Para compensar esto, me toca preguntarles y buscarlas expresamente.
Ahí de nuevo nos topamos con un problema, el espacio público –y el debate que se realiza ahí– siempre le ha pertenecido al hombre. Y es que a las mujeres les cuesta más comunicarse en la esfera pública porque han sido relegadas al espacio privado.
Por lo mismo al cabo del día terminamos viendo más a los hombres y las mujeres están invisibilizadas. No hay muchas mujeres que dirigen orquesta, sin embargo, hay muchas mujeres que tocan instrumentos y muy bien. No es que no tengan acceso a la música, que se puede comparar a la matemática en su nivel de abstracción de lenguaje, es que no llegan a la cumbre porque ese espacio lo ocupan hombres que se protegen entre sí y protegen ese espacio, poniéndole muchos obstáculos a las mujeres.
Cuando entraste a la academia de matemáticas, antes de entrar a la universidad, ¿cómo fue ser parte de un mundo mayormente masculinizado?
Fue vivir un choque psicológico. Era un ambiente muy competitivo y las mujeres no teníamos mucho espacio ahí, más que para cumplir con las expectativas de los profesores. La matemática es un deporte de alto rendimiento y hay que entrenar todo el tiempo. Pero también considero un lujo haber podido permear un mundo que era y sigue siendo de hombres. Abrí una puerta, aunque choqué con muchas.
¿Cuáles son las que te cerraron?
Me ha pasado muchísimas veces, aún ahora. Es cotidiano y se trata de sutilezas. Los hombres quizás no lo ven así, porque me respetan, pero es inevitable, siempre estamos sujetas a una posible usurpación.
¿Por qué es importante visibilizar lo que viven las mujeres en los rubros mayormente masculinizados?
Casi a diario nos enfrentamos a problemas que indirectamente están ligados al hecho de que somos mujeres, y analizar la situación globalmente nos permite entender que estos problemas no son individuales sino que colectivos. No me lo planteo como que tienen que haber más mujeres en las matemáticas, porque que haya más mujeres no significa mucho. Es más importante reflexionar respecto a cómo van a sentirse esas mujeres, el reconocimiento que tienen, las condiciones y el salario. ¿Tienen el prestigio que tienen los hombres? La comunidad matemática es pequeña y hay mucho abuso de poder, además de mucha solidaridad entre los hombres que se cuidan entre ellos. Hay casos de amedrentamiento a mujeres increíblemente talentosas que terminan retirándose. Aunque si uno lo habla con colegas hombres, varios pensarían que estoy inventando cosas.
¿Te habría gustado tener referentes femeninos cuando chica?
Sí y no, porque a muchas de las mujeres que abrieron camino en este mundo les tocó endurecerse rápidamente. Yo tengo amigas que en vez de ayudarme me hicieron el camino más difícil. Lamentablemente, la situación está dada para que nos pongamos competitivas entre nosotras y las que lo hacen seguramente es porque ellas sufrieron mucho y por eso hacen sufrir; replican lo que vivieron. No creo mucho en los “modelos a seguir”, más bien en la experiencia de las asociaciones en las que trabajé, donde escuché a las demás e identifiqué cosas que yo también he experimentado. Es bueno tener mujeres que abren camino, pero también saber que se enfrentaron a muchísimas dificultades y eso probablemente va tener repercusiones. En vez de mostrar referentes, lo que he intenté hacer en el libro es que ellas hablaran de sus dificultades, de los obstáculos que tuvieron que enfrentar. Este lado más humano hace que las jóvenes se puedan identificar, porque nadie se puede identificar con una persona perfecta.