Paula 1179. Sábado 1 de agosto de 2015.

"Mis papás me cuentan que cuando chica había apoderados que no querían llevar a sus hijos a nuestra casa, pensaban que éramos una familia de hippies desatados, adictos a la bohemia. Lo cierto es que era todo lo contrario: mi mamá es alemana, súper estructurada, y mi papá es obsesivo del trabajo y entiende el arte desde el orden, no desde el desorden ni de la locura. En mi casa todo era bien metódico.

Como mi mamá estudió Canto Lírico, preparaba vocalmente a muchos actores. Mis hermanos Diego (33) y Damián (25) estudiaron en el conservatorio y hoy el primero es actor y compositor, y el otro estudió Literatura y también compone. Yo estudié Piano Clásico desde los 6 hasta los 20 años. La música ha sido un referente: cuando escribo una obra, dirijo o actúo en una, me imagino que es una partitura musical: tiene tonos, diálogos, tiempos, pausas, ritmos. Para mí el teatro es como la música.

Una vez, cuando vi a mi hermana Amparo actuar con tanta pasión, me dije: 'Esto es lo mío'. Hace poco, conversando con ella, me contó que una siquiatra le había comentado una teoría menos romántica al respecto: los hijos de artistas se meten en lo mismo que hacen sus padres para averiguar ¿qué es tan llamativo de lo que hacen, que no están aquí arropándome para dormir? Yo jamás sentí la ausencia de mis padres, pero en una de esas, a nivel inconsciente, algo de verdad puede tener.

"Me han dicho que me va bien por ser Noguera, porque la actuación va en la sangre. Yo no creo que el teatro esté en mi ADN. La gente que afirma eso me quita mérito".

Me han dicho que me va bien por ser Noguera, porque la actuación va en la sangre. Yo no creo que el teatro esté en mi ADN. La gente que afirma eso me quita mérito. Yo creo que para ser buena actriz hay que sacrificarse y trabajar duro, esa es la fórmula. Ahora, entiendo que el peso de mi apellido da visibilidad, no lo niego. Pero aparte de eso no da nada más: no te da ni más pitutos ni más beneficios. Porque en el teatro, si eres mala, independientemente de tu apellido, nadie te va a contratar.

Escribir teatro se dio naturalmente mientras estudiaba en la Universidad Católica, primero, y en el Teatro La Memoria, después. En esos años fundé la compañía La Caída, y como comprar los derechos de autor para hacer obras era muy caro y las que estaban disponibles no nos convencían, dije: 'Yo escribo'. Mi primera obra, Suspender, se ganó el premio a la mejor dramaturgia en el festival de nuevos directores de la Universidad de Chile, en 2007. La última, Proyecto de vida, la escribí durante un curso que el teatro londinense Royal Court hizo en Chile. Los temas que me motivan tienen que ver con lo cotidiano, con una reflexión social. Transitar por la actuación, dirección y dramaturgia es algo que me gusta mucho, pero que no me acomoda: si me sintiera muy cómoda no generaría nada interesante. La comodidad no es desafiante y, en parte, eso de vértelas mal es lo que me motiva a hacer cosas.

El 30 de septiembre termino de grabar La Poseída y hasta ahí llega el contrato, porque en la tele uno trabaja por proyecto. Estoy gestionando algunas cosas en teatro, pero todo muy incipiente aún. Soy cortoplacista, no me siento a pensar en el futuro, entre que me da miedo y no me nace. Pero me gustaría estar tranquila y feliz con mi familia y con mi trabajo, tal como ahora.

Vivo hace cinco años con mi novio en una casa que arrendamos en Ñuñoa. Juntos tenemos a Mila, nuestra hija de tres años. No hemos pensado en matrimonio, porque no veo gran diferencia entre estar o no casados. No es que esté en contra de las convenciones, pero es que ya tenemos un nido armado. Tuve a Mila cuando tenía 28 años y jamás imaginé lo que iba a ser convertirme en mamá. Me carga ese discurso de que las mujeres que somos madres somos superiores o que somos dueñas de una sabiduría que nadie nunca podrá tener ni entender. Sí siento que uno entra en un mundo paralelo, inexplicable. Es nuevo, es cansador, pero al mismo tiempo te da infinitas recompensas. Y me encanta".