Entre la risa y el miedo
Durante años, Tamara Acosta tuvo fama de intensa y melancólica. Hoy, al borde de los cuarenta, dice que descubrió el antidepresivo infalible: el humor. La abnegada madre de Los 80, en la vida real no ha tenido hijos y se niega a dar explicaciones.
Tamara Acosta (39) sufre el síndrome "Don Francisco"; ese que afecta a cierta gente del espectáculo y que la hace transformarse frente a una cámara. Lejos del click fotográfico, del foco del cine o la tele, es una persona común y corriente: bajita, vestida monocromáticamente de verde musgo o de negro, de pocas palabras y hablar pausado y suave.
Se mueve como una más en la ciudad, sin estridencias ni ese revoloteo que provocan algunos personajes mediáticos que atraen miradas y comentarios. No llama la atención mayormente y se le acercan con respeto. "Señorita Tamara, podría sacarme una foto con usted. Siempre la veo en Los 80", le dice el mozo de un café. Ella accede como no entendiendo el interés y se muestra extremadamente amable. Pero es cosa de que comience a ser fotografiada para la sesión que acompaña esta entrevista para que esta actriz –que ha recibido el título de "musa del cine chileno" y, más recientemente, de "consagrada"– sufra una radical mutación: parece más alta; se ve arrolladora y poderosa. Lo suyo es actitud, seducción, ganas de devorarse la cámara.
Cierra y abre la boca, sube y baja las pestañas, alarga el cuello como una diva del cine de antes. En el set de Los 80, sin más adorno que ropa barata, no puede ser otra que Ana López, la abnegada madre de una familia de clase media que tiene a Chile pendiente de sus pasos. En la vida real, Tamara Acosta dice que tiene "poca energía" y que para cargar pilas duerme cada vez que se le presenta la oportunidad. Sea donde sea. "Puedo dormir en un sillón, en una silla, en un set de grabación o en el suelo. Con la luz prendida o apagada. Me da igual. Siempre que puedo, duermo. Prefiero dormir antes que almorzar. En mis equipos de trabajo ya me conocen, entonces, siempre me tienen un chalcito, me tapan y me cuidan el sueño. Me bastan 10 minutos para sentirme mejor", cuenta.
Durante un buen tiempo su imagen ha estado asociada a la de una mujer melancólica, probablemente debido a que alguna vez confesó que era depresiva endógena. "Se ha exagerado harto ese tema (y suelta una carcajada). Soy súper buena para la talla y me río harto", dice, asunto que confirma cada cierto rato, largando chistes para rematar las frases.
El humor
Pensaba que eras atormentada e intensa.
¿Onda Marguerite Duras? ¡Para nada! Creo que la gente tiene una imagen errada de mí e imagina que me quedo encerrada en la casa leyendo a Nietzsche. Pasé un buen tiempo atormentada, pero hace rato que ya no. Me salvó el humor, que te despega de ti mismo y permite que las cosas sean más fáciles. Para mí, el humor ha sido completamente sanador.
Cuenta la receta: ¿cómo fue que de tristona pasaste a feliz usando el humor?
Pura intuición. Buscando y mirando a otra gente. El humor es un recurso muy chileno. Tirar la talla para descomprimir el ambiente es absolutamente chileno y yo soy muy buena para eso.
Justo hace 10 años estabas sin proyectos, arrendabas un departamento amoblado y te cuestionabas todo. ¿Cómo te pilla la antesala a los 40?
¡Qué eterna! Es raro tener esta edad. A veces me siento igual que siempre y otras me pregunto qué me irá a pasar con la crisis de los 40. Pero más allá de eso, no me hago muchas preguntas. Meterme en eso sería como para terminar en el sicólogo (suelta otra carcajada). Más bien trato de ser feliz y lo más correcta posible con el resto de la gente. No tengo más ambiciones que esas.
Trabaja todo el día. A las grabaciones de la cuarta temporada de Los 80, suma la recién estrenada obra Padre, en el Teatro UC, que explora la violencia sicológica entre los géneros femenino y masculino. Acaba de terminar de filmar El lenguaje del tiempo, película dirigida por su pareja, Sebastián Araya (Azul y blanco, 2004) y, también bajo su dirección, finalizó las grabaciones de Vida por vida, serie de once capítulos sobre un equipo médico que hace trasplantes en un hospital público, y cuyo estreno se espera para 2012 en Canal 13.
Como actriz, ¿te sientes realizada?
Estoy feliz con todo lo que he hecho. No tengo queja alguna.
¿Aunque se te asocie siempre a papeles sufridos?
¡Muero por hacer comedia!, pero efectivamente en la tele he hecho mucho drama, porque es un medio muy inmediato, que necesita gente que funcione rápidamente en el registro del personaje y, dado que he funcionado en el drama, sigo en eso.
Te llaman "consagrada". Eso suena tan definitivo…
Claro, es que ya no pueden decirme emergente (carcajada). Pero en esta carrera es súper difícil hablar de consagración. Con la edad, la experiencia emocional y los cambios físicos, un actor va adquiriendo nuevas herramientas de trabajo. Pero, además, esta es una pega súper frágil. A veces puedes estar bien en un papel, bien evaluada, que le vaya bien al programa, y luego que todo eso se derrumbe…
Pero a ti te va bien hace años y estás en todas.
Igual siempre siento esa fragilidad. Cada vez que termina un proyecto o seme acaba un contrato. Tiene que ver con que en general todo me da miedo.
¿Todo? ¿A qué te refieres?
Todo me da miedo. Tal cual. No podría elegir una cosa. Soy muy temerosa. Cuando estoy con el ego en alza, todo va bien. Cuando ando más bajoneada, todo me da miedo. El mundo hace que uno tenga miedo y yo lo resiento.
Hablas del ego: eres una actriz respetada y reconocida. Yo me creería la muerte en tu lugar.
Tiene que ver más bien con una sensación interna. Trato de ser realista. Entonces, cuando me felicitan mucho, intento no escuchar y ver la real dimensión de las cosas. Me gusta el piropo, pero me cuesta. Me da como nervio que ese halago deje de existir y eso signifique que no estuve bien o tan bien. Es la fragilidad del actor.
La maternidad
Ana López, tu personaje en Los 80, es el centro de la familia, la que organiza todo, madre abnegada, y lucha por tener una vida fuera de la casa y trabajar. Una heroína.
Ella se mueve con la generosidad que las madres de familia tienen siempre: hace cosas por los otros, por los hijos, postergándose incluso. Muchas mujeres se me acercan contándome que, como Ana López, en los 80, con la crisis económica, tuvieron que salir a trabajar para sacar adelante la casa. Ahí te das cuenta de que los grandes cambios de este país han estado encabezados por las mujeres.
Una madre bien santa, aunque las madres también somos defectuosas y egoístas.
Por supuesto. Ser buena madre es en parte una imposición cultural. Es bien exigente ser mujer: nos toca parir y se sobredimensionael rolylascualidadesdeunamadre.Especialmente en un país católico, con esa idea de la santa madre tan arraigada.
Ana López es ideal de madre, pero tú aún no has tenido hijos, asunto por el que te preguntan harto.
Es rarísimo ese contraste. Y sí, efectivamente suelen preguntarme por qué no he sido madre o cuándo voy a serlo y considero que preguntar sobre ese tema es mala educación. En Chile es muy común sentir esa presión y esa falta de pudor para meterse en un tema que es privado e íntimo. Yo no le pregunto sobre eso a nadie. No me atrevería.
Además, las mujeres tenemos el derecho a elegir si queremos o no tener hijos. ¿Qué luchas crees que tenemos pendientes?
Soy pesimista al respecto. Creo que hemos ganado espacios, pero a la hora de la verdad, el poder sigue siendo masculino. Lo que nosotras hemos intentado hacer es igualarnos en ese lugar de poder, pero nos queda muchísimo. Lo que hace falta es un cambio de paradigma. Si el poder fuese femenino, todo sería tan distinto…
No hace mucho estaba Bachelet en el poder.
Me refiero a algo más radical. Las estructuras, en todos los ámbitos, están hechas desde el pensamiento masculino. Con Bachelet hubo un avance, pero dentro del terreno masculino.
¿En tu vida cotidiana, resientes esa masculinidad de la cual hablas?
Si uno se pone quisquillosa, se siente en todo, aunque en mi generación hayan más espacios. Pero insisto en que las estructuras de poder y las económicas, el lenguaje, todo ha sido pensado por los hombres, y ese ciclo creo que está comenzando a cambiar. Ya está más que claro que el sistema como está no funciona.
Siempre has sido bien crítica del sistema: en tu adolescencia fuiste militante socialista y dirigente estudiantil, y en algunas entrevistas has criticado el libre mercado. ¿Qué opinas de los movimientos ciudadanos que se ven hoy?
Es el resultado de que el descontento es grande y eso es comprensible. Era lógico que todo esto sucediera en Chile y en distintos lugares del mundo. Es demasiado cruel vivir en este mundo tal como está. La diferencia es que hoy la gente se atreve a decir "ya no aguanto más". Es demasiada la marginación que vive un sector y lo desprotegidos que estamos los ciudadanos. Esa tensión permanente, esa postergación de un grupo enorme, hace que la gente se vaya apagando y todos nos vayamos deteriorando. A lamayoría se le va la vida parando la olla.
Y a ti, ¿cómo te afecta eso?
Aunque yo sea una persona privilegiada, también me toca. Siento el estrés de tener que ser eficiente, de cumplir, de aprovechar mis oportunidades. La exigencia del sistema.
Creciste en San Bernardo en una familia que defines como la típica de clase media. Ser actriz, y parte del mundo de la TV y la cultura, ¿te distancia de tus orígenes?, o tu ADN ¿se mantiene intacto?
En algunos aspectos me he despegado de mis orígenes, pero tengo la posibilidad de darme cuenta. Sigo identificándome con mi educación primaria. Sigo siendo de clase media.
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