A los 18 años Tamara Merino dejó Santiago, se fue a estudiar actuación a Nueva York y allá al poco tiempo decidió que no era los suyo. Pensó que podía recuperar una afición que tenía desde chica: era la encargada de hacer los registros de las vacaciones familiares, práctica que aprendió de su abuelo materno que, según ella, era un "loco viajero trotamundos". Así que después de abandonar sus estudios de actuación, se compró una Nikon 10, un lente de 50 milímetros y de forma autodidacta empezó a sacar fotos de personas en las calles de Manhattan.
Se reencontró con la idea del registro y estar detrás del lente. Le gustó. Tomó cursos en The School of Visual Arts. Aprendió revelado y ahí, en un cuarto oscuro, cuando vio una de las primeras fotos que sacó supo que eso era lo suyo. "Más allá de la foto misma, lo que me encantó fue lo que aparece cuando revelas. Lo que pasa en un cuarto oscuro es mágico", dice.
¿Y cómo fue que te perfilaste en la fotografía documental?
Siempre quise trabajar con seres humanos. Mi base del teatro era lo mismo, interpretar una historia a través del cuerpo y las emociones. Siento que cualquier metodología artística finalmente cuenta una historia.
¿Eres exigente con tu propio trabajo?
Mucho. El año pasado miré todo mi trabajo y la primera fotografía que me gustó fue una que hice en un quilombo en Brasil el 2013, parte de un proyecto sobre la cultura afro-brasilera que sigue en desarrollo. Es una foto que refleja la melancolía con la que estaba trabajando en ese momento.
Hija de papá chileno y mamá colombiana, su familia vive en Chile desde el año 2000. "Nunca me he sentido muy parte de Chile ni de Colombia y siempre he tenido cuestionamiento sobre mi propia identidad", dice. Como su abuelo, se ha dedicado a recorrer el mundo. Fue a los 25 años, durante un viaje a Australia, que le ocurrió un encuentro que cambió su carrera. Iba junto a su pareja recorriendo el desierto australiano el día que pincharon una rueda de su van y tuvieron que detenerse en la mitad de la nada.
El mapa indicaba que estaban en Coober Pedy, una localidad desconocida, donde se encontraron con carteles que anunciaban un bar y un restorán subterráneos. Tamara y su pareja descubrieron una iglesia bajo tierra y pequeñas colinas de tierra con puertas, pero a ningún habitante. "Resulta que estábamos sobre una impresionante comunidad de mineros de ópalo que viven bajo la superficie, cuya vida íntima y cotidiana es invisible al mundo exterior", cuenta.
"No creo en las casualidades en la vida. Todo pasa para algo y por algo. Yo tenía que estar ahí en ese momento", dice. Bajo 50° de calor de día y 30° de noche, durmiendo en la van, en pleno desierto australiano, le sangraban las comisuras de la boca de tanta sequedad. Se demoró seis días en encontrar a alguien a quien fotografiar. La primera persona a la que conoció fue a Gaby, una alemana que vivía en una casa-cueva. Fue ella quien le contó que en 1915 se había descubierto un yacimiento de gemas de ópalo en Coober Pedy y se creó un pueblo bajo tierra que protegía a los extractores de las adversidades climáticas del desierto.
Gaby llevaba seis años y su pareja llevaba diez viviendo ahí, bajo tierra. "En un principio a ella le pareció raro que yo quisiera conocer ese pueblo minero, pero luego nos unió el idioma alemán, que yo hablaba por mi lado materno". Bajo tierra Tamara y Gaby conversaron, se cayeron bien y se hicieron amigas.
¿Te dejó fotografiarla en su casa de inmediato?
No. Y yo nunca trabajo haciendo las fotos así. Me gusta generar una confianza. Siempre estoy con mi cámara porque me gusta hacerla presente y que la gente se acostumbre a ella porque es parte de mí. Pero con Gaby los primeros días la ayudé a limpiar el ópalo que recogía su pareja, conversamos, y viví ahí con ellos un par de días. Después de casi una semana, le dije que quería fotografiarla y espontáneamente empecé a hacerle fotos. Pregunto una sola vez y si ya me dicen que sí, no paro.
Tamara tenía 26 años cuando su registro de este particular hallazgo fue publicado por la National Geographic. Ese mismo año fue seleccionada para el World Press Photo Masterclass Latin America 2015 y al año siguiente resultó finalista en el Magnum Foundation and Inge Morath Award. "Con las personas de Coober Pedy nos hicimos amigos y les mandé esa y todas las revistas en las que se publicó el tema, que fueron más de quince en todo el mundo. Ellos estaban felices y muy agradecidos. Hace poco me contactó una pareja que vive ahí y me contaron que había empezado a llegar más gente al lugar, lo que había reactivado la venta del ópalo y eso está haciendo florecer el pueblo".
El proyecto de retratar la vida subterránea de Coober Pedy le abrió las puertas al mundo fotográfico internacional. Pasó de ser una joven promesa de la fotografía a un nombre importante a nivel mundial. Hoy Tamara Merino tiene 28 años y sus fotos ya se han publicado en National Geographic, The Washington Post, Wired, Newsweek y Der Spiegel. Trabaja con NATIVE Agency "donde tengo la libertad de crear mis proyectos personales en cualquier lugar del mundo" y también es parte de
Woman Photograph, un portal para mujeres fotógrafas dedicado al fotoperiodismo documental.
Retratar la vida subterránea es un plan que tiene a largo plazo. Desde el 2015 ha seguido viajando y ha fotografiado otras tres comunidades humanas que viven en asentamientos bajo tierra. "No todas viven así por la minería, hay otras que viven bajo tierra por razones culturales, históricas y geográficas".
¿Qué tienen en común estas comunidades?
Son personas muy conectadas con la naturaleza y me llama la atención que todos creen que sus casas están vivas. ¡Y lo cierto es que están vivas! Se mueven. Uno entra y cae polvo, no son casas tradicional, pero están muy bien equipadas.
Ahora viene llegando de dos meses de trabajo en México y Estados Unidos y el mismo día que puso un pie en Santiago tuvo que partir al sur de Chile a sacar fotos para The New York Times. Recién está de vuelta en la capital por algunas semanas donde está haciendo talleres de fotografía documental y storytelling junto al fotógrafo Ari Espay. Cuatro veces al año los dos aceptan alumnos y les hacen clases teóricas, los ayudan a seleccionar y a editar las fotos para contar una historia. Les exigen lo mismo que les pediría un medio internacional. "La idea es formarlos y que puedan trabajar en cualquier revista del mundo", explica Tamara.
¿Dónde sientes que está tu casa?
Viajo ocho meses al año. Siento que mi casa está en todas partes. No creo que sea ni de aquí ni de allá, ni tampoco siento la necesidad de auto-identificarme. Me adapto fácilmente. Puedo dormir en el piso una cueva o una casa increíble y en las dos me siento cómoda. Si estoy con mi cámara estoy bien. Mi cámara es un intermediario que me permite acercarme a las personas y contar sus historias de una manera íntima.
¿Qué cámara ocupas?
Una Sony, muy chica, y sólo trabajo con dos lentes, de 50 y 35 milímetros. Ninguno de los dos tiene zoom. Creo que el mejor zoom son mis pies. Podría tener un zoom enorme, pero si entre yo y el retratado no hay una conexión, la foto no va a transmitir nada.
En Instagram @tamaramerino_photography.