A fines de 2020 Tania Núñez (35) empezó a enfrentarse a una batalla de salud que hoy tiene bajo control, pero que durante mucho tiempo no supo cómo avanzaría. Los primeros síntomas fueron jaquecas acompañadas de auras visuales que duraban días. Su primer instinto fue consultar a un oftalmólogo, quien le indicó unas gotas oculares, pero después de unos días Tania vio que no hacían efecto, por lo que prefirió acudir a un neurólogo.
La semana que visitó al especialista notó cambios importantes en su peso: había bajado casi diez kilos en un mes sin cambiar su alimentación ni hacer ejercicio, lo que despertó más dudas en ella. El médico le pidió una resonancia magnética cerebral con contraste para descartar, entre otras cosas, un tumor o esclerosis. El fin de semana antes de hacerse el examen Tania recuerda haber perdido el apetito. “Apenas salí de la resonancia me dijeron que había algo anormal, una especie de derrame y que podía ser un tumor cerebral. Me mandaron a la casa a descansar y a esperar el llamado del radiólogo para que, una vez que revisara el examen, me indicara si tenía que ir a urgencias”, cuenta Tania, y dice que lo más duro fue que le dieran esa información frente a su mamá. “Me abrazó muy fuerte, como nunca lo había hecho, con miedo. A mí me llegó el palo después”, agrega.
Al llegar a su casa comió una jalea, porque no había comido en todo el día, y empezó a vomitar de inmediato. Recién ahí se asustó y se dio cuenta de que lo que estaba pasando era algo serio y de cuidado. Mientras se alistaban para ir a la clínica, recibieron el llamado del radiólogo: se trataba de un derrame cerebral. Les indicó que fueran de inmediato a urgencias. Una vez ya en el auto de su pareja, Tania recuerda que se dijo a sí misma que se dejaría llevar.
Los médicos le dijeron que no podían saber con certeza qué había ocasionado el derrame y la dejaron ingresada cuatro días hasta que la hemorragia se detuvo. Tania se fue de alta sin saber lo que tenía, hasta cuatro meses después, cuando se hizo otra resonancia de control. El examen arrojó un cavernoma en el hemisferio occipital izquierdo que hacía que las auras visuales se manifestaran en su visión del lado derecho, pero en ambos ojos. “Me dijeron que lo ideal era dejar pasar un tiempo, porque el tumor estaba muy pegado al lado del campo visual de mi cerebro y era muy pequeño para sacarlo. Igual quedé asustada, solo pensaba que ojalá lo pudieran sacar pronto. Solamente me dieron Paracetamol de un gramo para el dolor de cabeza y me dijeron que me preocupara de no tener excesos, pero que podía tener una vida normal”, dice Tania.
Pasó el tiempo. Su visión volvió a la normalidad y sus jaquecas cesaron. Pero en julio de 2022 volvieron sus síntomas. Luego de hacerse otra resonancia, se dieron cuenta de que estaba pasando por otro derrame y que el tumor había crecido, esta vez de un tamaño que sí era operable. Para ella esa noticia fue la mejor que pudo haber escuchado: “Me sentí feliz. Con miedo, pero feliz. Pasé todo el 2021, después del primer derrame, teniendo el presentimiento de que volvería. Ló que más deseaba era que me sacaran esto y quedar con las menores secuelas posibles’”, recuerda Tania, quien pasó 12 días hospitalizada tras la cirugía.
Acostumbrarse al nuevo ritmo
Si bien Tania podía hacer su vida normal luego de que el tumor fue removido, tardó tiempo en acostumbrarse a que las secuelas de visión la acompañarían de por vida. Antes de que le apareciera el tumor le había agarrado el gusto a andar en bicicleta, un pasatiempo que ya no podía hacer con la misma libertad de antes: “Me costó mucho adaptarme a la pérdida visual, porque entorpecía mucho mis quehaceres. Antes andaba en bici, hacía viajes largos al Cajón del Maipo. Ahora me da miedo agarrar la bicicleta, porque cuando voy en la calle no veo que vienen dos personas en la cuneta, por ejemplo, entonces tengo que ampliar mi visión al lado derecho”.
A pesar de todo, Tania sabe que el solo hecho de que le hayan removido el tumor es beneficio más que suficiente para ver el vaso medio lleno.
“Hasta ahora no he sentido nunca más el miedo de que va a volver. Puede que lo haga como puede que no, pero estoy tranquila. Al principio, en el diario vivir, me sentía súper torpe, porque botaba muchas cosas. Ahora tengo mucha mejor noción de los espacios, pero al comienzo me frustré mucho. Lloraba. Me sentía agradecida por haber sobrevivido, pero me preguntaba por qué me había pasado a mí. Cuando te dicen que tienes un tumor, pasas por muchos estados emocionales. Ahora no siento es esto como algo tan terrible como me pasó al principio”, asegura.
Algo que destaca Tania de este proceso es que su tumor la obligó a parar, a descansar. Previo al diagnóstico estaba lidiando con mucho estrés, tanto familiar como laboral, algo a lo que le puso de inmediato un alto cuando se enteró de su estado de salud. Los tres meses de licencia que tuvo después de la cirugía los aprovechó para descansar, para conectar consigo misma, con su paz, y también para encontrar un nuevo pasatiempo: jardinear y cuidar plantas. “Pude darme cuenta de que no todo es para ayer, como uno cree; que no todas son tan urgentes. Pude hablarme bonito y refugiarme en las plantas. Se me han muerto hartas, pero también he sacado hartas adelante. Se han convertido en mi gran terapia, además de mi terapia psicológica”, afirma.
¿Qué más te ha dejado esta experiencia?
Creo que episodios así, de gran angustia y miedo, te hacen valorar la vida, porque uno escucha “tumor cerebral” y los peores escenarios pasan por tu mente. Después de luchar harto con ese sentimiento de “por qué a mí”, entendí que lo mío fue casi un pelo de la cola, sin quitarle importancia a lo que me pasó, pero sí hay gente que ha tenido pérdidas mayores a la mía.
Al saber la noticia tu primera preocupación fue tu mamá. ¿Cómo vivió tu familia la parte más incierta del proceso?
Al principio solo me preocupaba que mi mamá me viera bien, mi hermana también estaba súper asustada. A mí me dolía mucho la cabeza y quería dormir, así que les decía que me dejaran dormir una siesta y que iba a estar bien, pero en realidad estaba agotada. Uno pasa por ese momento de querer verse bien y estar tranquila para que los demás tampoco se asusten, porque todos te quieren hablar y saber cómo estás, pero uno también necesita ese tiempo para poder asimilar, procesar, llorar, asustarte. Después entendí que no siempre podía estar bien. De hecho, un día, en la clínica después de la operación, estuve baja de ánimo. Me permití llorar y cuestionarme todo. Después me sentí mejor y volví a ser la Tania positiva, la que siempre estaba con la risa a flor de piel, con el chiste aun estando acostada en la camilla. Creo que así también logré tranquilizarme a mí y a mis cercanos, porque si me hubieran visto mal siempre, habría sido peor el proceso.
Durante su recuperación se dio cuenta de lo querida que era por sus familiares y cercanos, y asegura que recibir tantas buenas vibras y energías la impulsaron a salir adelante. Mientras estaba hospitalizada recibía muchas preguntas por Instagram sobre su estado de salud, pero le costaba leer la pantalla, así que pensó que era mejor hacer videos explicativos, una herramienta que le permitió sentirse acompañada. “Empecé a grabarlos cuando aún no me operaban, así que tenía los síntomas muy vivos, por lo que pedía que no me escribieran y me mandaran audios. Quise hacer los videos para contar lo que me pasaba a diario, como una especie de diario de vida clínico. Muchos me decían que no entendían lo que me pasaba, así que busqué fotos de cavernoma para explicarles cómo estaba mi visión. Fue una forma de educar y concientizar a la gente. Me sentía agradecida de que preguntaran por mí, así que de esa forma también les hacía saber que si bien mi ánimo estaba bajo, aun así podía estar bien, desenvolverme bien, tener una sonrisa y ver a mis amigos”, recuerda.
“Siempre estuve contenta y con la certeza de que, a futuro, podría hacer lo que yo quisiera, porque sabía que el universo querría lo mejor para mí. Sentí mucha energía bonita a mi alrededor, porque cuando la gente te manda amor, te manda energía y se siente. Yo creo que estaba envuelta por una luz brillante que me cuidaba por todos lados. Si bien tuve miedo, nunca me sentí abandonada”, dice Tania, quien antes y durante su proceso hizo un curso de espiritualidad donde aprendió sobre tarot y energías.
Una de las lecciones que esta nueva etapa de su vida le ha dejado a Tania es que vale la pena atreverse a probar cosas nuevas, a salir de la nueva zona de confort y a confiar en sus capacidades. Por eso decidió a hacer un curso de peluquería canina, que ella califica como una “prueba de fuego”, considerando su visión actual: “Después de saber que tuve la resiliencia de poder curarme, de poder aceptar lo que me estaba pasando, de poder adaptarme y no quedarme pegada, tuve el valor para hacerlo. Me di cuenta de que yo era la que me limitaba, porque al final mi cuerpo me apañó todo el rato a salir adelante.”