Bárbara Velarde (33) comenzó a sufrir trastornos de la conducta alimentaria (TCA) a los cuatro años. Un cuadro de ansiedad la llevó a somatizar dolores de estómago por los que evitaba comer. Luego fue catalogada como la “niña mañosa” que solo comía ciertos alimentos. Con la adolescencia, esas restricciones se mantuvieron firmes. Ya no por los dolores, sino por el beneficio de ser la “niña linda” que era delgada y comía como “pajarito”. Tuvo anorexia nerviosa y más tarde bulimia con conductas purgativas como el consumo de pastillas y ejercicio compensatorio.
En sus 20 pensó que tenía todo bajo control: comía de manera restrictiva pero estructurada. Fue entonces que empezaron los atracones, esos episodios en los que comía sin poder detenerse y que la dejaban con dolor, angustia y sobre todo, culpa.
“Comía hasta que de verdad sentía que iba a explotar, que me iba a desbordar y vomitar. Comía hasta que me empezaba a doler la piel”, cuenta Velarde, psicóloga clínica especialista en TCA. “Mentía todo el tiempo. Sentía una sensación de urgencia por ir a la cocina y decía que iba a ir a buscar un vaso de agua, pero me comía todo lo que pillaba. Comía cosas que ni siquiera me gustaban. No eliges qué comer, comes desde el mismo refrigerador, en los cajones, escondiendo también los restos porque después sientes mucha vergüenza”, añade.
Quienes padecen el trastorno por atracón, ingieren grandes cantidades de comida en un período corto de tiempo. Esos episodios vienen acompañados de una sensación de culpa, malestar y pérdida de control. “No eres capaz de escuchar tu señal de saciedad”, explica Susana Torres (44), quien a los 35 años empezó a sufrir este trastorno. “Comes y comes, pero después no sabes qué hacer. Fue muy desagradable, tenía alzas y bajas de peso de unos 10 y 15 kilos porque pasaba de la restricción al descontrol. Comía sin poder parar, mayormente cosas dulces, pasteles, chocolates”, cuenta.
Este trastorno es uno de los TCA más comunes pero también más invisibilizados. En Estados Unidos es el más frecuente según el Instituto Nacional de Salud Mental: cerca del 3% de la población lo padece en algún momento, más del doble de quienes son diagnosticados con bulimia y anorexia. En Chile ese porcentaje es similar, explica María Ignacia Burr, psicóloga especialista en trastornos alimenticios.
“En general es desconocido en Chile y el mundo. A partir del 2014 se considera dentro de los manuales de diagnóstico de psiquiatría como un trastorno tan válido como la anorexia y la bulimia. Pero las personas no lo conocen, no entienden que es una enfermedad psiquiátrica. Lo atribuyen a problemas nutricionales”, explica Burr.
El inicio, la restricción
Bárbara y Susana comparten algo en común en su historial: las múltiples y constantes dietas restrictivas. En el caso de Susana, su obsesión por el peso vino directamente de su familia. “Mi mamá era dietante crónica y ella tenía las mismas conductas de mi abuela”, cuenta. Lo de Bárbara vino del entorno, al sentirse comparada con otras niñas y recibir constantemente mensajes de violencia estética. “Siempre estuve a dieta y ni siquiera por un tema de tamaño corporal, sino por el estigma sociocultural donde te celebran un cuerpo delgado y se castiga un cuerpo gordo”, explica.
Las dietas son una característica muy frecuente en las personas que sufren trastorno por atracón ya que son estas restricciones las que lo detonan. “Estas dietas generan muchas consecuencias físicas y una de ellas es la alteración de las señales de saciedad”, explica Burr.
La experta puntualiza en que no hay que confundir el comer de más con los atracones. Una persona con esta condición tiene, en promedio, al menos un episodio por semana durante tres meses o más, donde objetivamente come una gran cantidad de comida en poco tiempo. Tienen además problemas para detenerse y comer lento. Lo hacen usualmente a escondidas y sufren oscilaciones en el peso y el estado de ánimo.
Muchas de estas personas tardan años en encontrar un diagnóstico y tratamiento adecuado. Según Cynthia Bulik, directora del Centro de TCA de la Universidad de Carolina del Norte, muchas veces se le ha dado una respuesta errónea a quienes lo padecen. “Les han dicho cosas como ‘esto es solo comer emocionalmente’ o ‘estás fuera de control’ o ‘no tienes fuerza de voluntad’. No se dan cuenta de que tienen una condición tratable”, explicó al New York Times.
“Algunos profesionales de la salud te mandan a bajar de peso. Te mandan a hacer dietas porque estás comiendo mucho”, explica Bárbara.
“Si le enseñas a un paciente a comer y disminuye sus ayunos y restricciones, los atracones van a disminuir de una forma súper significativa”.
Se convierte en un círculo vicioso que puede ser muy peligroso. Este trastorno genera una serie de consecuencias físicas como problemas metabólicos, gástricos y obesidad. El impacto también es psicológico. “Es enorme porque tienes una sensación de estar haciendo algo secreto que te hace sentir mucha vergüenza, culpa y descontrol. Quienes lo padecen muchas veces se preguntan: ¿qué pasa que no puedo controlarme?”, explica Burr. “También les genera una sensación de fracaso e inutilidad, da mucha ansiedad”, añade.
“Cualquier situación difícil o tristeza me gatillaba pensamientos ansiosos y angustiosos y me hacía comer. Después de comer me sentía peor. Entre las molestias físicas, el sentirse culpable. El pensar ‘otra vez caí en esto’, ‘cuánto va a durar’, ‘cómo voy a salir’. Me generaba más ansiedad y culpa. Es un ciclo vicioso”, cuenta Susana.
Hay salida
Un mensaje que los especialistas en TCA intentan transmitir es que, a pesar de que el trastorno por atracón es de los menos tratado, es también el que tiene mejor diagnóstico.
“Si le enseñas a un paciente a comer y disminuye sus ayunos y restricciones, los atracones van a disminuir de una forma súper significativa. En un 60%, y el otro 40% son los atracones que tienen que ver con las emociones. Entonces cuando ya aprendes la conducta alimentaria, luego te enfocas en manejar las emociones asociadas a los atracones. Es una lástima que se conozca poco y se consulte poco, porque el pronóstico es bueno”, explica Burr.
La experta puntualiza que es fundamental que el tratamiento se lleve a cabo con un equipo multidisciplinario en donde haya especialistas que puedan detectar a tiempo la enfermedad. “No es cualquier psicólogo o psiquiatra. Muchas veces no se tiene el conocimiento y no se considera esto como una patología”, dice.
Para Bárbara es importante también abordar las problemáticas alimentarias con responsabilidad social. “Hay que bajar la discriminación, la gordofobia, el estigma del peso y la violencia hacia los cuerpos. Porque aunque yo tenga todas las ganas de querer recuperarme, si me están entregando todo el tiempo información contraria se hace mucho más difícil”, dice.
Cuando estás dentro es difícil ver la salida, dice Susana, quien ahora es coach en alimentación consciente. Pero con la ayuda adecuada es posible sanar. “Yo sé que hay muchas personas que no ven una salida, que no saben cómo y piensan que no se les va a pasar nunca. Que hay algo malo en ellas. Es importante comunicar que con ayuda se puede salir adelante”, dice.