Sábado 26 de mayo de 2012. Paula 1096
Es viernes, está a punto de largarse a llover, y María Isabel Gonzáles Trivelli (53) sale del metro y camina a paso rápido con sus botas de taco alto por el campus San Joaquín de las universidad Católica. Busca una sala donde tiene que dar una charla a los jóvenes de Queer UC, a los que asesora: el grupo lo forman estudiantes homosexuales de la Universidad Católica que crearon esta agrupación para visibilizar la diversidad sexual dentro de esa casa de estudios.
–Hola, es aquí– le dice Danilo Urbina, un estudiante de Sicología, indicando una sala frente a la capilla. María Isabel saluda a los diez universitarios que la esperan: la mayoría son estudiantes de las carreras de Sicología y Enfermería, aunque también hay un estudiante de Licenciatura en Matemáticas. Luego, se quita el abrigo e instala su computador.
María Isabel es heterosexual, divorciada y madre de dos hijos, y se ha convertido en una experta en acompañamiento de jóvenes homosexuales y sus familias. Enfermera matrona de profesión, se ha desempeñado durante casi dos décadas como consejera de sexualidad de adolescentes, labor que hoy desarrolla en Ser Joven, la corporación dedicada a la salud juvenil que la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile tiene en la comuna de Lo Barnechea. Si bien su área de acción habitual es la salud reproductiva, la prevención del embarazo adolescente y los métodos anticonceptivos, en los últimos diez años hay un tema que progresivamente se ha ido tomando la agenda de sus consejerías: la homosexualidad, a la que derivó para responder a las necesidades de sus pacientes que cada vez con más frecuencia decían sentir atracción por alguien de su mismo sexo, lo que los angustiaba mucho. Ella, asegura, se angustiaba también porque no sabía cómo ayudarlos, lo que la motivó a profundizar en este tema.
Hoy es docente del postgrado de Pediatría de la Facultad de Medicina Oriente de la Universidad de Chile, donde enseña sobre consejería en sexualidad y sobre el rol que debe jugar el pediatra en adolescentes con dudas en su orientación sexual o que se definen como gays, lesbianas, transexuales o bisexuales. Además, asesora a la Comisión de Educación de Fundación Iguales en el desarrollo de programas antibullying homofóbico; a la página web Joven Confundido, que entrega información y consejo a jóvenes con dudas de su orientación sexual y que aún no se atreven a contar lo que les pasa. Y a Queer UC, a los que está formando para que puedan hacer consejería de pares; es decir, orientar a otros estudiantes de la Universidad Católica que necesiten apoyo para asumir de manera pública su identidad sexual.
-Hoy les voy a hablar sobre salir del clóset–, dice la consejera mostrando un power point y los estudiantes se acomodan en sus asientos.
"Tú no eres gay, estás gay"
–¿Cuántos de ustedes tuvieron que fingir y mentir antes de revelar su homosexualidad?–, pregunta María Isabel a los universitarios de Queer UC que han venido a escuchar su charla. Todos reconocen haberlo ocultado.
La consejera cuenta que uno de los primeros casos que le tocó atender, hace diez años, se trataba de Antonio (su nombre ha sido cambiado), era un escolar de 16 años, desde los 12 años tenía una sensación de pánico porque había comenzado a sentir atracción hacia personas de su mismo sexo, lo que había intentado reprimir y ocultar. En esos 4 años, en que no había tenido ningún contacto físico homosexual, se preguntaba si realmente era gay, pero no tenía con quién hablarlo: temía la reacción de su grupo de amigos, que andaban locos por las mujeres. Como no conocía a ningún homosexual y necesitaba despejar sus dudas, comenzó a buscar información en internet donde entró a un chat gay para mayores de 18 años. En uno de esos contactos virtuales con un adulto había dado a conocer sus datos personales e intercambiado fotografías con poca ropa; ese adulto ahora lo estaba extorsionando y le decía que iría a contarles a sus padres que era gay.
En esas condiciones recibió María Isabel a Antonio, que llegó a su consulta vestido de escolar. Antonio había sido derivado por un pediatra especialista en adolescentes que trabaja en Ser Joven, quien había pesquisado que el menor tenía dudas con su sexualidad y necesitaba apoyo de la consejera.
"Los riesgos de llevar una vida oculta y vivirlo solo son enormes. La persona está obligada a mentir, con todo el desgaste sicológico y emocional que ello significa. Y, además, tienen que socializar en guetos, lo que siempre es peligroso para un menor, porque ahí conviven con gente de todo tipo, incluido adultos. Como la homosexualidad tiene tanto estigma social, los jóvenes no se atreven a revelarlo a sus padres ni a sus amigos y buscan, por su cuenta, espacios donde relacionarse con personas homosexuales: discoteques o chat gays, donde están sumamente expuestos", dice la especialista.
En sus primeras intervenciones con Antonio, la especialista le explicó que debía dejar de participar en el chat gay, y no dejarse atemorizar por aquel adulto. Que si las amenazas continuaban, ella lo apoyaría y, si fuera necesario, lo ayudaría a denunciarlo. Que por el momento trabajarían en aclarar lo que le pasaba, y avanzar en la definición de su identidad, la que, puntualiza, siempre es un proceso personal. "El primer paso para salir del clóset, es con uno mismo: saber quién eres, aclararte en lo que sientes", dice.
Una vez que Antonio estuvo seguro de que era gay, lo que ocurrió al cabo de unos meses de consejería, María Isabel lo fue preparando para poder contarlo. Primero, a su mejor amigo. Luego, a su madre. Le recomendó lo mismo que ahora les enseña con un power point a los alumnos de Queer UC: explorar las razones de por qué su orientación sexual se convirtió en un secreto; anticipar las posibles consecuencias; y buscar el momento preciso y el lugar adecuado para revelarlo. Y, además, tener a mano, el contacto de algún especialista o consejero en homosexualidad que pueda apoyar a los padres que, aun si lo sospechaban, siempre sufren un shock al recibir la noticia. En el caso de Antonio, relata María Isabel, su madre le dijo: "No, Antonio, tú no eres gay, estás gay. Se te va a pasar". Fue entonces que la consejera citó a la madre del joven a su consulta.
"Hace diez años, todo lo que leías daba por hecho que la familia nunca iba a apoyar a los jóvenes homosexuales. Pero las personas que trabajamos con adolescentes empezamos a preguntarnos ¿por qué si la familia es fundamental para el desarrollo positivo damos por hecho que le dará la espalda a su hijo si cuenta que es gay o lesbiana? Todas las investigaciones recientes muestran que hay una enorme diferencia entre vivir el proceso con apoyo de la familia o siendo rechazado por esta. Si hay apoyo, tienen menos problemas de salud mental, menos intentos de suicidio, menos consumo de drogas y menos riesgo de contagio de VIH. Entonces, ayudarlos con su familia es relevante: lejos, lo que más temen es la reacción de sus padres", dice.
–Yo aún tengo ese miedo. Mi mamá ya sabe, pero le pedí que no se lo diga a mi padre, porque temo mucho su reacción; creo que voy a decepcionarlo: él espera verme algún día casada y con hijos– comenta una estudiante de Enfermería.
–En mi caso, el proceso de mi madre ha sido lento. Se lo conté hace seis meses, pero todavía siento que le cuesta. Aún no puedo llevar a mi pololo a la casa, y esa relación tengo que mantenerla puertas afuera–, dice un universitario sentado en la última fila de la sala.
María Isabel aclara que los padres viven un duelo, porque sienten que su hijo se cae de un pedestal, y que todas las expectativas que tenían para él quedan en cero.
"El problema cuando se revela la homosexualidad, es que toda la atención se va a la parte sexual, y se olvida que en las relaciones del mismo sexo también hay amor, y que ese hijo o hija sigue siendo el mismo: inteligente, buena persona. En el trabajo que hago en consejería con los padres, les muestro que son solo algunas expectativas las que se esfuman, porque sus hijos o hijas siguen siendo capaces de lograr muchas cosas: éxito social y profesional, y entablar relaciones afectivas sanas, estables y plenas", señala.
Mostrar todo lo que los hijos han sufrido, es una de las claves del trabajo que ella hace con los padres. En el caso de la madre de Antonio, María Isabel le reveló –de común acuerdo con Antonio– la extorsión que estaba sufriendo, lo que conmovió mucho a la madre, y le dijo lo importante que era que lo apoyara, aunque le tomara tiempo aceptarlo; proceso en el que la ayudaría.
"Al igual que muchas de las madres que atiendo, la mamá de Antonio lloró mucho. Es tanta la falta de información que existe, que hay muchos mitos asociados a esto. La mamá de Antonio me confesó que lo había amamantado hasta que él tenía casi dos años y que una vez, en un consultorio, un doctor le había dicho que no hiciera eso, porque su hijo le podría salir maricón. Y, aunque parezca una tontera, ella recordaba ese comentario y se sentía culpable, algo muy común, porque los padres sienten mucha culpa, sienten que hicieron algo mal. Y no los juzgo, porque como madre a uno le duele saber que en algunos aspectos tendrá una vida más difícil y puede estar expuesto a reacciones violentas".
Y cierra su charla con el grupo de Queer UC con estas palabras: "Por eso la consejería de pares es tan importante. Pueden ser ustedes los que acompañen a los chicos y chicas de la universidad que se les acerquen en este proceso y los guíen a partir de su propia experiencia. Porque realmente son muchos los que no tienen una red de apoyo ni pares o modelos positivos que los contenga. Y esa red puede marcar una gran diferencia".
Padres dentro del clóset
Francisco (18) llegó a la primera consulta con María Isabel González en Ser Joven en julio del 2011. Iba acompañado de su madre, Ana –43, dos hijos–, quien había dado con esta consejera por recomendación de un pediatra especialista en adolescentes que trabaja con ella en el Hospital Calvo Mackenna. Ana buscó ayuda experta luego que Francisco le dijera: "Mamá ayúdame, me siento horrible, no puedo con esto".
Poco antes, la verdad había sido revelada. Ana había encontrado casualmente en el celular de su hijo una fotografía besándose con su mejor amigo. "¿Qué es esto, Francisco? ¿Qué hice mal para que esto pasara?", había gritado ella, mientras Francisco lloraba.
La relación de confianza que habían tenido madre e hijo desde que Francisco era niño, se había trizado. Ella se sentía mal de no haberse dado cuenta antes, y la atormentaba saber que desde los 13 años, cuando él notó que en vez de las niñas le atraían los de su mismo sexo, lo había vivido solo, en silencio, soportando el bullying de sus compañeros que en vez de Francisco lo llamaban "fleto" o "maricón". Ahora, quería apoyarlo, pero no encontraba la forma. Cada vez que pensaba que Francisco era homosexual, lloraba. Era incapaz de tocar el tema y él resentía el silencio de su madre después de haberse atrevido a una confesión como esa.
Francisco es alto, delgado y usa frenillos. Egresó el año pasado del colegio con un promedio sobre 6,5 y ahora está en dos preuniversitarios: en uno, prepara los ramos de la PSU, y en otro realiza un entrenamiento teatral, porque quiere estudiar Teatro en la Universidad de Chile o la Universidad Católica, donde la prueba de admisión exige mostrar destrezas interpretativas. Además, los fines de semana trabaja en una tienda de ropa en el Parque Arauco, ingresos con los que paga su preuniversitario teatral. Siempre fue un hijo responsable y cariñoso pero, desde que le contó a su madre que era homosexual, todas sus cualidades se volvieron invisibles para ella. A partir de entonces, ella solo quería saber con detalle adónde iba y con quién.
"Frente a mi familia había disimulado tanto tiempo que creí que reconocer la verdad me aliviaría. Pero no fue así. Todo el malestar que antes ocultaba, se hizo evidente. No quería ir al colegio, bajé las notas, andaba con dolor de guata y muy irritable. Reaccionaba mal cuando mi mamá me preguntaba a qué fiesta iba, y con quién", dice Francisco.
Y continúa: "Al poco tiempo de contárselo a mi mamá, se lo dije a mi papá. Él reaccionó bien: me dijo que me seguiría queriendo y apoyando. Pero el tema era un tabú. No lo hablábamos. Yo sabía que a mis papás les preocupaba mi hermano chico, Felipe, que tiene diez años: qué decirle, cuándo y cómo. Había mucho que necesitábamos conversar. Por eso cuando mi mamá me vio tan mal y me preguntó qué me pasaba, le pedí que buscáramos ayuda familiar".
Francisco entró solo a la primera consulta, Ana esperó fuera. Lo primero que él notó es que en la oficina de la especialista había varias banderitas con el arco iris, símbolo del orgullo gay, lo que lo tranquilizó. "Me preguntó cómo me sentía, y yo me largué. Le dije que mi gran dolor era mi familia, que yo quería que mis papás entendieran lo que era la homosexualidad, que se sacaran ideas equivocadas como que alguien había abusado de mí y que por eso yo era así; una de las cosas que mi mamá me había preguntado. También le expliqué que tenía necesidad de normalizar mi vida, de sentir que para ellos seguía siendo el mismo hijo y no un extraño".
María Isabel le explicó que iba a tener que tener paciencia, porque cuando los hijos salen del clóset los padres entran a él. "Así como a ti te tomó años entenderlo y aceptarlo, ellos también necesitan tiempo e información para superar sus prejuicios y miedos. Y, si no trabajan eso, los padres pueden quedarse la vida entera dentro del clóset", le dijo.
Al cabo de un tiempo la especialista citó a Ana para trabajar con ella. Ana le dijo que quería dejar de llorar para poder ayudar a su hijo, pero se sentía muy afectada. Y le expresó su mayor temor: que si le contaba a su hijo menor que Francisco era gay, pudiera predisponerlo a ser homosexual también.
"No es necesario que le cuentes a todo el mundo que tienes un hijo gay, una cosa es cargar con un secreto y otra, muy distinta, es tu derecho a proteger tu intimidad. Puedes contarlo a las personas de tu confianza y siempre y cuando sientas que es necesario", respondió la consejera. También le dio algunas lecturas sobre homosexualidad y le dijo que no se apurara en decirle la verdad a su hijo menor, que de a poco lo fuera preparando. Que así como ella iría aprendiendo de homosexualidad, le fuera explicando a Felipe. Y le aclaró que la homosexualidad no se contagia.
El hijo menor de Ana aún no lo sabe, pero ella ha aprovechado cada instancia para irlo educando. El año pasado vieron juntos una noticia en la televisión de un joven gay en Estados Unidos que se suicidó porque le hacían bullying por su orientación sexual. Ella aprovechó de decirle que ser homosexual no era algo malo, que en este mundo había personas diversas y que todas merecían respeto. Francisco estaba presente: "Gracias, mamá", le dijo.
Unos meses después, volvió a darle las gracias. Fue una noche que al regresar a su casa caminando, un grupo de jóvenes en el que estaba presente un compañero de colegio que siempre lo molestaba, lo agredió verbalmente por ser homosexual.
Francisco lo cuenta así: "Como María Isabel siempre me dice que tengo que cuidarme de la homofobia y pensar en mi seguridad, seguí de largo, pero llegué muy afectado a mi casa. Mi mamá me preguntó qué había pasado y le conté. Ella llamó a mi papá y le dijo que la acompañara. Salimos los tres a encararlos. Mi mamá fue quien habló: 'Mira cabrito, mi hijo no está solo, tiene mamá y papá. Si te crees tan hombrecito, enfrenta solo tu problema con Francisco, no con una tropa de amigos. Y te advierto que si a mi hijo le pasa algo, te las vas a ver conmigo', le dijo. Me sentí demasiado orgulloso del cambio que ella ha tenido".