Estamos en un excepcional y lluvioso julio de 2020. Los estudiantes acaban de salir de vacaciones de invierno, la crisis escolar en pandemia sigue marcada por el confinamiento de los niños y por el gran desafío que significa sobrellevar la educación a distancia; un primer semestre con altos y bajos para todos.
La entrega de informes fue la semana pasada y el resultado nos dejó perplejos. Si bien con mi marido conectamos a nuestros hijos de 1ª y 5ª básico a todas las clases vía Teams o Zoom (al menos tuvieron un 98% de asistencia), se nos advirtió, en esa entrega de informe virtual, sobre dos debilidades, las que coinciden para ambos. La primera debilidad tiene que ver con el poco reenvío de tareas por nuestra parte. Tanto así, que ni siquiera se pudo evaluar ese ítem, porque de noventa y ocho tareas por alumno, solo reenviamos veintiséis. Okay, no soy la reina de las tareas y tampoco sabía que se evaluaban, pero creo que debieron considerar que hacíamos tareas de español, historia, inglés y hasta de educación física.
La segunda debilidad fue la falta de aprendizaje en el idioma del colegio, que es bilingüe. Cuek. Con la pequeña no ha sido fácil la alfabetización a distancia en otro idioma, y qué decir con el de quinto básico, quien además debe aprender un montón de verbos conjugados en el pretérito pluscuamperfecto. Si hasta lo compadezco.
El colegio me hizo sentir culpable, como si el retroceso de los niños fuera mi sentencia. Pero al diablo, porque realmente no nos correspondía a nosotras como madres cubrir esas debilidades académicas. Varios apoderados incluso han pensado en contratar profesores particulares. Pero esto no es una carrera. Hemos trabajado en equipo, hemos empatizado con esos profesores a quienes les exigieron improvisar un homeschooling donde nunca fueron capacitados y hemos tenido mucha paciencia con esos colegios privados. Con esta experiencia he llegado a la conclusión de que la única educación posible en este momento es la estatal. Claro, parece un sueño hermoso que se podría materializar solo si tuviéramos los recursos de Alemania o Francia, pero no creo que la educación volverá a ser como antes.
Qué ganas de que exista una educación integral a distancia, de calidad, moderna, justa y motivadora como en los países modernos. Necesitamos una plataforma estatal para el próximo año, porque la vida social se puede dar cuando lo permita la vacuna, pero hay que dejar de pensar que los colegios seguirán siendo la guardería del futuro. Es ahora cuando como padres debemos preguntarnos qué tipo de educación queremos para nuestros hijos.
Yo me esperaba mi propia carita feliz. Sí, porque yo fui la “robotina” que abrió correos, descargó fichas, imprimió y quien bajó muchos Power Point y videos de Youtube. La que después de tener la tarea en mis manos, debía dejar fluir una especie de déjà vu para lograr entenderla y explicarles a mis hijos. Y de lograr que ellos realmente se convirtieran en alumnos responsables. Fue un gran esfuerzo. Porque si los colegios siguen creyendo que toda esta práctica demanda solo media hora al día, están muy equivocados, aunque lo más probable es que se me acuse de desordenada y de inspirar poca estructura. Que me culpen, pero que no se les olvide, que además debía enchufarlos a las clases virtuales.
A eso sumémosle que también trabajo a distancia, que les presto el computador, que les conecto la impresora. Ahora me arrepiento de no haber hecho más queques en vez de simular ser una profesora, imperfecta más encima. O dedicarme a elaborar mi propio pan artesanal con masa madre. ¿Por qué todos hicieron pan? Bueno, yo no tuve tiempo.
Una voz interior me dijo todo lo que iba a pasar y que no debía estresarme, que debía aprovechar este tiempo para conectarme con los niños, tal como propone Amanda Céspedes y otras tantas mujeres sabias. Esa voz me lo dijo muchas veces, pero como soy humana, me dejé llevar por la ola y caí en el sistema.
Antonella (41) es mamá y guionista.