El miedo y la incertidumbre que sentí cuando fui mamá por primera vez a los 20 años, es el mismo que siento ahora que mi hija cumplió 15. Por mucho tiempo otras madres me hablaron de la adolescencia como una etapa compleja, pero aunque me advirtieron, jamás imaginé lo que sería. Es más, es en esta etapa cuando se me ha venido con mayor fuerza la imagen de mi madre diciendo: “Cuando tú seas mamá me vas a entender”, porque es verdad, recién entiendo lo difícil que es. Mi hija además tiene una enfermedad crónica, es diabética e insulino dependiente, y eso ha hecho que yo sea una madre aprensiva, desde que es muy pequeña. El problema es que ahora que creció, esa atención y preocupación constante la sofoca y se rebela más que otros jóvenes de su edad. Lo sé porque estoy en varios grupos de mamás con niños con esta condición y todas dicen lo mismo. Pero más allá del tema puntual, esta es una etapa muy compleja para todas las madres y padres.
El otro día me preguntó gritando que por qué estaba pendiente de ella todo el día. Incluso supe que durante las vacaciones le bajó la glicemia mientras estaba en el mar y le pidió a quienes estaban con ella que no me contaran nada a mí. Otras veces nos amenaza con que se va a ir o simplemente toma sus cosas y se va a la casa del papá o de la abuela. Y cuando pasan esas cosas, me pregunto qué estoy haciendo mal para que mi hija sea así, pero luego entiendo que es una etapa, porque veo a otras mamás que están igual de desesperadas, sin saber cómo manejar a sus hijos adolescentes.
Hay muchas amigas y familiares que me aconsejan que la suelte un poco, para que ella comience a vivir y tomar sus propias decisiones. Me dicen que no la puedo tener toda la vida en una burbuja. Pero también me pasa que cuando hago intentos por soltarla, por dejar que ella se haga cargo, pasan cosas complejas, como una vez que no siguió bien el tratamiento y terminó hospitalizada. Esa vez el doctor me dijo que la adolescencia era el factor de riesgo más grande para una chica o chico con esta condición, porque se rebelan a todo. Y no solo los que están enfermos y tienen que seguir un tratamiento; yo veo en el lugar donde vivo, las y los amigos de mi hija hacen un montón de cuestiones que son irresponsables al punto de poner en riesgo su vida. No quiero sonar exagerada, porque tampoco la idea es satanizar una edad, pero vivirla siendo madre, es muy complejo.
Ahora entendí esa frase que dice: “hijos chicos, problemas chicos. Hijos grandes, problemas grandes”. No solo la relación con nosotros, que somos su familia, es más complicada en esta etapa. También veo que entre el grupo de amigas tienen más roces, porque una miró a un niño y la otra también, porque una pescó a otra amiga más que a ella, y así otros problemas. Al final, uno ve el cambio, empiezan a crecer, a transformarse en adultos y en ese paso, es difícil para las madres entender que tenemos que dejarlos, porque están preparando su camino para salir del nido, para partir y hacer su propia vida.
También tienen cosas buenas, comienzan a tener una madurez diferente y uno se encuentra con ellos en otros espacios. Pero sin duda es la etapa más compleja que me ha tocado vivir como madre. Lo único que agradezco es que he tenido la posibilidad de tener una gran red de apoyo y siento que eso es fundamental, buscar ayuda. Las mamás solemos cometer el error de decir que podemos solas, que son etapas pasajeras, pero no pasa nada si pedimos ayuda. Es sano para nosotras y también para las hijas e hijos, porque si no, el cuerpo nos pasa la cuenta. A mi me pasó, me dio un Lupus y creo que es solo por el estrés de esta etapa. Siento que fue una manera que encontró mi cuerpo para decirme: “acuérdate que estás tú primero”. Al final si no estamos bien nosotros, nuestros hijos tampoco lo estarán.
CP es lectora de Paula.