Cuando mi hija nació, en casa y a modo de broma, le empezamos a decir “la exorcista”. Es que en las noches lloraba mucho y también se arqueaba tal como la protagonista de la película. La pediatra de ese entonces nos decía que era normal. Nosotros, con la inexperiencia de los primerizos, aceptamos sus palabras. Cuento esto con mucha culpa, porque ahora, dos años después, sé que todo hubiese sido muy diferente si en ese momento hubiese tenido todo el conocimiento que tengo hoy.
El diagnóstico de la alergia llegó a los tres meses de nacida, luego de pasar por un sinfín de profesionales. Nunca podré agradecer lo suficiente a esa amiga que me dijo “¿y si la llevas a un gastro?”. Ahí recién nos dimos cuenta de algo que ahora parece sumamente obvio: el pediatra no se las sabe todas.
Con su alergia entré a un mundo totalmente nuevo e inexplorado para mí. Y como soy matea al punto de la obsesión, he ido profundizando mis conocimientos en torno a la alimentación, a un punto de no retorno. Hoy mi vida, y la de mi familia, es totalmente distinta a la que hubiese sido si mi hija no hubiese tenido alergia a la proteína de la leche de vaca. Puede parecer trivial, pero para una madre con un hijo con alergia alimentaria, absolutamente todo es un campo de batalla: desde la abuelita que inocentemente le da una galleta de chocolate en una cafetería (lo cual uno se entera obviamente cuando ves a tu hija con la boca llena de chocolate), hasta ese familiar que todos tenemos que mira con cara de desaprobación etiquetándote de “exagerada”, por decir lo menos.
Con mi marido nos demoramos un mes aproximadamente en encontrar la leche adecuada. La única que toleró fue una que se encontraba en un solo lugar en todo Chile, y para qué hablar de su precio, así que entramos al programa nacional para los niños con alergia. Fue un tiempo difícil porque cuando uno como madre se enfrenta a una situación desconocida como ésta, estás con la angustia a flor de piel, y no siempre nos encontramos con personas que comprendieran nuestro sentir
Así comenzó a pasar el tiempo. Todo iba relativamente bien, sin embargo, a sus 8 meses un día me di cuenta de que no me gustaba el tratamiento que estaba llevando. Era una guagua menor de un año y ya tomaba un Omeprazol y un antihistamínico diario. Sentí que no estaba bien, que tenía que haber otra solución, así que busqué alternativas y llegué a la medicina antroposófica. Leí mucho al respecto y las palabras me hicieron eco. Así fue como le saqué todos los remedios y le cambié la alimentación.
Lentamente me volqué a la energía de los alimentos, a la vida que hay en ellos y a estudiarlos en profundidad. Comprendí la importancia de la alimentación en el desarrollo pleno del ser humano. Me obsesioné por comprender cómo funciona nuestro cuerpo. Soy psicóloga de formación y me di cuenta de que sabía más del misterio de la mente que de nuestro cuerpo físico. Pero somos un todo. Creo que todos lo sabemos, pero vivir acorde a aquello es muy distinto. ¿Sabemos de dónde viene lo que comemos? ¿Conocemos el proceso? ¿Sabemos quién cosechó nuestros alimentos? ¿Cómo prepararlos? Un sinfín de preguntas que me llevaron a más preguntas y a cambiar por completo nuestro estilo de vida.
Y es que en un momento me costó mucho entender cómo podía ser que mi hija no tuviera reacción alérgica frente a un yogurt natural de leche de vaca biodinámica, pero sí frente a un yogurt natural de supermercado. Obviamente, hasta el día de hoy, me pregunto a qué es realmente alérgica: a la leche de vaca o a todos los químicos presentes en los alimentos que consumimos. Tengo mil hipótesis al respecto, y respeto mucho a los padres que optan por tratamientos con medicamentos. Pero hoy, mis energías están puestas en continuar estudiando y en nutrirla de la mejor manera posible. Al final, todas y todos queremos lo mejor para nuestras hijas e hijos.
Lidiar con su alergia ha sido extremadamente difícil, incluyendo meses de no saber qué le ocurría y la angustia que eso nos generaba. No podía entender por qué no comía, porque dejaba de sonreír, por que no dormía, porque lloraba tanto, porque se retorcía de dolor y tantas otras cosas más, que creo que de a poco mi cabeza ha ido olvidando. Mi marido siempre me dice que borre los videos donde la grabé llorando sin parar. Tenía hambre, quería comer, lo hacía, pero después rechazaba la mamadera inmediatamente y no paraba de llorar. Y así infinitamente. Yo la grababa para llevarle los videos al médico de turno. Hoy no los quiero borrar. Son parte de su historia. Son parte de nuestra historia.
Hoy intento conocer de dónde y cómo viene aquello que consumo. Soy cargosa al punto que he podido llevar a mi hija a visitar los campos de donde compro las verduras y frutas que comemos. He aprendido la importancia de lo orgánico, de la sustentabilidad y de que el alimento tiene vida propia y es esa vida la que sostiene la nuestra.
Daniela Díaz es psicóloga, mamá de una niña y tiene 39 años.