"Siempre he sido más bien enemiga de contar mis problemas. Pero con esta cuarentena me vi en un momento muy superada por mi propia ansiedad y por no saber cómo manejarla. Y tuve que buscar ayuda profesional psicológica por primera vez en mi vida. Por Instagram conocí a una terapeuta que estaba ofreciendo sus servicios online. No lo pensé dos veces y la llamé. Ahora estoy teniendo sesiones con ella de forma remota dos veces a la semana para poder hablar con de cómo me estoy sintiendo y cómo he había estado canalizando de manera poco sana mi ansiedad hasta ahora. Porque creo que mis emociones no las he manejado, sino que las he desbordado limpiando, buscando cursos, tejiendo, cocinando y volviendo a limpiar.
Llegó un punto en que mi hiperactividad era tanta, que mi hijo de 11 años me llamó la atención. Ahí me di cuenta de que no estaba llevando para nada bien esta situación. 'Estoy mal', pensé, y supe que algo tenía que cambiar.
El año pasado en julio tuve un pre infarto cerebral que, por lo general, afecta a gente bastante mayor. Pero precisamente uno de los factores de riesgo para este tipo de accidentes es el estrés. Ese día estaba sola en mi casa en Santiago –ahora vivo en Valparaíso– y creo que en ese momento mi vida llegó un punto de inflexión en el que algo cedió y ya no pude más. Era un estrés acumulado por muchos años.
Reconozco que siempre me he sobrecargado de pega, tengo esa actitud de que 'las sé hacer todas'. Siempre he dormido poco, suelo trabajar en las noches, me cuesta mucho delegar trabajo porque no suelo confiar en los demás. Entonces finalmente reventé.
Estuve internada en el hospital por varios días y luego estuve con licencia por más de un mes. Esto después de toda una vida en la que jamás me habían dado una licencia médica, mucho menos una por temas psiquiátricos o de estrés, y todo esto me generó una depresión. Y si bien respeté la licencia y cumplí con todas las indicaciones médicas, cuando se terminó el reposo no seguí yendo a terapia para resolver los problemas que había de fondo.
Más o menos en esa misma fecha había decidido venirme a vivir a Valparaíso con mi hijo a un departamento que compré para los dos para alejarme de Santiago y del ritmo acelerado de la capital. Pero por un tema laboral tuve que seguir viajando a Santiago dos veces por semana mientras mi hijo vivía en Valparaíso con su abuela, lo que evidentemente no me ayudó a lograr el cambio de estilo de vida que necesitaba.
No es fácil encontrar un trabajo en mi área en regiones y sé que tengo que tener paciencia, pero era angustiante no saber qué iba a pasar conmigo. Mientras tanto, tuve que seguir con la rutina de viajar todas las semanas entre ambas ciudades, tratando de acompañar a mi hijo lo más posible en su adaptación a una nueva rutina y un nuevo colegio, pero sin desatender mis obligaciones laborales. Todo esto alcanzó a durar unos pocos meses hasta que en marzo se desató la pandemia.
Las primeras dos semanas de cuarentena, sobre todo pensando que estábamos tan cerca de la playa y del mar, me costó mucho entender que teníamos que quedarnos encerrados. La primera semana mi hijo se enfermó de faringitis y pasamos un buen susto, porque tuvimos que ir a centros médicos y ya estaba empezando el peak de contagios en la región. Así empezamos a salir solo una vez por semana, exclusivamente para lo justo y necesario.
Esos primeros 15 días, me aboqué a hacer todo lo que no había hecho. Y me excedí. Hice muchas cosas en muy poco tiempo. Limpiaba todo el día la casa, me puse a pintar, a tejer, me metí a un curso de lengua de señas, hice pilates. Era demasiado. Hasta que mi hijo me dijo: 'No paras en todo el día, solo te veo sentada cuando te vas a acostar'.
Creo que esta cuarentena es el momento en el que tengo que aprender a estar encerrada, pero tranquila. Aprender a disfrutar de mi espacio y mi familia. Ya tuve un problema médico serio siendo una mujer súper joven y podría no estar contando esa anécdota ahora. No puedo dejar que eso pase de nuevo. Por eso me di cuenta de que necesitaba pedir ayuda.
Siendo cero amiga de los psicólogos, llegué a esta terapeuta que ha sido una tremenda ayuda; un espacio para contar cosas que nunca he compartido con nadie y que me ha servido para desahogarme. Eso me ha permitido aprovechar esta cuarentena para aprender a disfrutar mi casa, para aprovechar el tiempo con mi hijo.
He visto series, hemos comido rico, he dormido siesta –cosa que nunca antes había hecho–, he tomado sol en la terraza. Todo esto ha sido un trabajo de aprender a cuidarme, ser responsable conmigo misma y bajar las revoluciones. En el fondo, recién ahora estoy aprovechando mi tiempo sin sentirme culpable y entendiendo que está bien disfrutar de las cosas buenas, incluso en los momentos difíciles.
Pía Reyes (38) es educadora de párvulos.