“Después de haber estado en pareja más de la mitad de mi vida, no sé si volvería a tener una relación. Habiendo terminado un matrimonio de 20 años y una relación de casi 19 aprendí que lo más importante es que los vínculos que uno establece con la otra persona sean saludables. Porque tener una relación sana en la que el otro sea capaz de valorarte es la base de todo lo demás. Y eso es algo difícil de encontrar.
Cuando me separé de mi marido, el padre de mis 5 hijos, llevábamos 20 años casados. Después de todo ese tiempo juntos, él me confesó que era homosexual. Y ese golpe fue para mí especialmente fuerte. Mi imagen y mi valor personal quedaron muy dañados. Creo que en ese momento sentí que si hubiese sido una infidelidad con otra mujer podría haber hecho algo por recuperar la relación, pero la realidad a la que me tocó enfrentarme, implicaba que no había vuelta atrás. Me di cuenta que había sido abandonada pero sin posibilidad de luchar por mi matrimonio.
Con el autoestima profundamente dañada, pasó más de un año antes de conocer a mi segunda pareja. Si bien nunca nos casamos, fue una relación muy larga. Estuvimos casi 19 años juntos. Él fue una especie de salvador que vino a recoger esa parte de mí que había quedado en el suelo después de la separación. Sentía que él era capaz de ver a la mujer que se había perdido. Quizás por eso, sin darme cuenta, acepté y normalicé desde el principio muchas cosas que debiesen haber sido señales de alerta.
Criada en otra época, hija de una familia en la que nunca me tocó ser testigo de violencia sino todo lo contrario, siempre asumí que el maltrato era sinónimo de golpes. De niña me enseñaron que una mujer era agredida cuando le pegaban. Y como mi ex pareja nunca me levantó la mano, jamás me vi como una víctima de abuso. No se me pasó por la cabeza que lo que viví esos casi 20 años fue una relación tóxica y violenta en muchos sentidos. Sin embargo, él era un hombre que fácilmente perdía el control, me trataba de tonta y me culpaba constantemente por todo. Una persona que, si bien nunca me golpeó, tenía gestos agresivos constantemente, daba portazos y reaccionaba de forma totalmente desproporcionada ante las cosas más impredecibles. Todas estas situaciones me hacían vivir en un estado de alerta permanente. Siempre tratando de mantener el ambiente en calma para no alterarlo y para que nadie se diera cuenta de su verdadero carácter ni de cómo era su trato conmigo. Temía que, si mis hijos lo notaban, el conflicto sería tremendo.
Recuerdo un episodio en el que, durante un viaje de vacaciones al sur, él se había molestado por algo y tuvimos una discusión. En esa oportunidad no le di mayor importancia porque me pareció que no era relevante. Me dijo que iba a ir a caminar un rato así que salió del lugar donde nos estábamos quedando y tiempo después volvió como si nada hubiese pasado. Pensé que todo había quedado resuelto. Al día siguiente lo encuentro levantado diciéndome que arregle mis cosas porque nos íbamos. Había cancelado las reservas y todo el viaje. Este tipo de manipulaciones y reacciones desproporcionadas e impredecibles fueron una constante en mi vida junto a él. Por eso, pasé años tensa y con los nervios de punta.
Hace algunos días viajé a Vichuquén y en el camino de regreso me emocioné muchísimo porque recordé todas las veces que visitamos ese sector con mi ex. No sentí nostalgia porque lo extrañara sino porque me di cuenta que, en todas las oportunidades anteriores, cuando viajaba con él, nunca había visto realmente ese paisaje. No había visto los árboles a la orilla del camino, ni siquiera había observado con detención el lago. La verdad es que, nunca había estado realmente ahí porque mi mente estaba en otra parte. Haciendo todo lo posible por evitar una pelea, un conflicto, una reacción agresiva de su parte. Me había consumido una relación tóxica y no me había dado cuenta.
Si bien todavía siento que fue una persona a quien sí quise mucho, hoy ya he podido tomar distancia y mirar las cosas en perspectiva. Veo que lo nuestro fue un vínculo dañino desde el principio. Siempre fue una relación conflictiva y los problemas siempre fueron los mismos, desde el comienzo. Y así pasé 19 años compartiendo mi vida con un hombre violento y agresivo. Las señales estaban ahí y no las pude ver. Terminar esa relación me hizo darme cuenta que lo más importante en cualquier pareja es construir sobre una base saludable. A veces me duele porque pienso que lo aprendí tarde, pero para mí no hoy no es transable el tener una relación sana. La condición básica para elegir una pareja es esa y lamentablemente, hacia donde uno mire, ve parejas que no lo son”.
Margery tiene 63 años.