"Me vine a vivir a La Ligua a principios de marzo porque después de buscar trabajo por varios meses encontré una oportunidad en un jardín infantil de un organismo estatal para trabajar como educadora de párvulos. Estaba súper contenta, porque hace tiempo que buscaba una oportunidad laboral así, pero no me había ido bien en la búsqueda. Las cosas estaban difíciles. Así que cuando se abrió este cupo, dije que sí al tiro. Y si bien este cargo implicaba que me tenía que alejar de mis papás y mi abuela, con quienes vivía hasta ese entonces, las condiciones que me ofrecían eran buenas y esta pega me iba a permitir independizarme, pero además ayudar a mi familia, que vive en Valparaíso.
El cambio, como todos, tuvo cosas positivas en un principio y otras no tanto. Como no estaba acostumbrada a vivir sola, cuando recién llegué a mi departamento en La Ligua pasaba noches en las que realmente dormía muy poco. Escuchaba cualquier ruido y me despertaba sobresaltada y después ya no podía dormir más. No me ha costado tanto cocinar, pero por ahora sólo sé hacer preparaciones básicas. Y como soy vegetariana, he tenido que ir probando recetas a prueba de ensayo y error, y así aprender a hacer mis propias comidas.
Alcanzaron a pasar solo dos semanas de esta nueva experiencia cuando el lunes 16 de marzo el gobierno dio la instrucción de suspender las clases producto de la pandemia de Covid-19 y los alumnos dejaron de venir. Nosotras, las educadoras, seguimos yendo al jardín por algunos días más porque teníamos todavía trabajo de organización y preparación de material y clases. En ese momento no sé sabía cuándo íbamos a retomar las actividades y, como además somos un organismo que entrega alimentación de la Juneab, también había trabajo que hacer para asegurarnos que nuestros alumnos siguieran recibiendo sus colaciones y almuerzos.
Pero a los pocos días nos confirmaron que no retomaríamos las clases por un tiempo más largo y que todo el trabajo se haría de forma remota. Así que nos fuimos a la casa. En ese momento, decidí quedarme en La Ligua y no volver a Valparaíso por un tema de seguridad. Más que por mí lo hice pensando en mis papás, pero sobre todo en mi abuela, que vive con ellos. Ella tiene 86 años y sufre de varias enfermedades crónicas. Yo no tengo auto y la única posibilidad habría sido tomar un bus para volverme a mi casa, lo que significaba estar en contacto con mucha gente y exponerme al contagio. Entre Valparaíso y La Ligua hay más o menos 100 kilómetros de distancia y podría decirse que en condiciones normales mi familia y yo estamos cerca, pero dadas las circunstancias esa cercanía no es tal.
El día de mi cumpleaños lo pasé completamente sola, en una ciudad nueva en la que había alcanzado a vivir hasta ese momento por solo dos semanas. Ese día, afortunadamente, no lo pasé totalmente encerrada porque me tocó cumplir con un turno ético en la fundación en la que trabajo por si alguno de los alumnos llegaba, pero nadie apareció. Pude volverme temprano a la casa y en el camino de vuelta hice un pedido de sushi a domicilio y me instalé en mi comedor a celebrarme sola con rolls de vegetarianos en vez de torta. Hablé con mis papás por Whatsapp porque ellos no se manejaban muy bien con ninguna otra aplicación para hacer video llamadas y pude hablar con mis amigos por teléfono.
Como mi papá es marino, tengo algunos recuerdos de mi infancia de haber pasado cumpleaños en los que él, por su trabajo, no pudo estar y celebramos solo mi mamá, mi hermana y yo. Pero nunca me había tocado pasar uno así de sola. A pesar de eso, no lo viví como algo triste. Mi relación con mis papás y con mi abuela es muy buena y muy fluida. Y cuando se desató esta pandemia decidí quedarme acá y hacer esta cuarentena sola para cuidarlos a ellos.
Sé que mis papás me echan de menos pero entienden por qué decidí quedarme. Mi abuela por otra parte tiene demencia senil y por eso a veces se pierde y se olvida de quién soy. La última vez que hablé con ella por Skype –porque ahora mis papás aprendieron a hacer video llamadas– me reconoció y eso me puso muy contenta.
Como ahora podemos vernos y hablar me siento más acompañada y los siento más cerca. Son esos pequeños detalles de poder vernos, de saber cómo amanecieron, cómo están las cosas allá, de contarles cómo estoy acá que hacen que esos kilómetros que nos separan, no se vuelvan una barrera entre nosotros".
Allison Vásquez (32) educadora de párvulos.