“Crecí pensando que mi familia era un matriarcado. Partiendo por mi abuela, que desde joven se hizo cargo de sus cuatro hijos porque mi tata –a estas alturas un mito urbano– desapareció cuando la más chica estaba por cumplir un año. Desde entonces a mi abuela no le quedó más remedio que hacerse la fuerte, dejar de lado el dolor de perder a su marido –a pesar del abandono ella hasta el día de hoy habla de “mi marido”– para sacar adelante a sus hijos. La historia de mi mamá no es muy distinta. Su relación con mi papá terminó cuando yo tenía 2 años, y desde entonces, también tuvo que salir adelante sola. Los primeros años mi papá mantuvo el contacto y se hizo cargo, en parte, de mis gastos. Pero así como avanzaron los años, también su irresponsabilidad, distancia y desapego, hasta perder el contacto casi por completo. Bueno y yo, haciendo justicia al dicho ‘lo que se hereda no se hurta’, seguí con la misma historia. Si bien mi hijo ve a su papá regularmente, soy yo la que se hace cargo de casi todo lo que tiene que ver con él, desde lo emocional a lo económico”.

Este relato es de Tamara García (34), pero podría ser el de miles de chilenas que, como ella, crecieron en una familia en que son las mujeres las que se han hecho cargo. Sin ir más lejos, en el último Censo de Población y Vivienda realizado por el INE en 2017, del total de familias monoparentales del país, un 84,9% tiene una mujer como jefa de hogar, y solo en el 15,1% de los casos, este rol lo cumple un hombre. “Es por esto que nunca me cuestioné mucho que fuese yo la que tenía que hacerme cargo de mi hijo; porque todos mis referentes de mujeres lo habían hecho. Crecí pensando que mi familia era un matriarcado, con mujeres fuertes que sacan adelante a sus hijas e hijos. Pero ahora me di cuenta que no”, dice Tamara.

Al alero del feminismo y habiendo tomado mayor consciencia de cómo está organizada la sociedad en la que vivimos, Tamara se convenció de que a su familia no le podemos llamar matriarcado. “Que te hayas criado en un hogar donde “las mujeres mandaban”, no significa que vivieras en un matriarcado. Significa que los hombres fueron tan irresponsables y emocionalmente ausentes, que tu mamá, abuelas y tías, tuvieron que lidiar con todo solas. O sea, el mero patriarcado”, aclara.

El Diccionario De Ciencias Humanas de Louis Marie Morfaux (1985) define el matriarcado como un sistema político-jurídico de las sociedades en las que los vínculos genealógicos reconocidos son los de la línea materna (matrilinealidad) y el poder es ejercido por las mujeres; la existencia de dicho sistema, al menos en su estado puro, goza de poco crédito en la actualidad. Otra definición, del Diccionario de Antropología de Thomas Barfield (2001), dice que el matriarcado es la dominación de las mujeres como clase sobre los hombres; un sistema por el que los derechos y deberes sobre personas y cosas discurren por línea materna. Dice también que muchos seguidores del feminismo cultural, a partir de la década de 1970 han hecho suyo el concepto de sociedad matriarcal como modelo para la transformación de las instituciones patriarcales del mundo occidental.

Con todo, resulta contradictorio hablar de matriarcados en una sociedad tan patriarcal como la nuestra. Así lo explica la antropóloga Anna Boyé, quien ha dedicado parte de su carrera a buscar matriarcados de todo el mundo. Ha hecho documentales, exposiciones fotográficas y reportajes sobre estas comunidades, que según cuenta, son pequeñas tribus desconocidas pero que sorprendentemente aún existen. “Allí las mujeres son el pilar que estructura la sociedad. Mujeres que son reconocidas por su sabiduría, por la habilidad que muestran en la gestión de la economía, en el trabajo y en la organización de la sociedad y de la ley. Mujeres cuya autoridad es reconocida por todos. Mujeres que gobiernan sus vidas con la esencia de la equidad entre el hombre y la mujer, porque matriarcado no es lo contrario de patriarcado, sino una manera más igualitaria de organizar la vida”, reflexionó Boyé sobre los matriarcados que ha conocido.

Una definición con la que concuerda la experta en el tema y fundadora de The International Academy Hagia for Modern Matriarchal Studies (MatriArchiv), Heide Goettner-Abendroth. Dice que en los matriarcados las madres están en el centro de la cultura. “(El objetivo) no es tener poder sobre los demás y sobre la naturaleza, sino seguir los valores maternos, es decir, fomentar la vida natural, social y cultural basada en el respeto mutuo”.

En culturas como la nuestra, las mujeres se hacen cargo, se organizan en grupos de apoyo o lo que ellas reconocen como su tribu de mujeres, pero la esencia de esa organización es la resistencia; es su manera de sobrevivir en sociedades donde las brechas de género existentes las violentan y eso está lejos de ponerlas en un sitio protagonista o como el pilar de la sociedad. Que una mujer se haga cargo sola de sus hijos, entre otras cosas, es violencia económica; que una mujer tenga que tener una doble jornada con sus labores profesionales y domésticas, también lo es. Por lo tanto, mientras la organización de la sociedad siga teniendo una visión androcéntrica, donde se tolere la irresponsabilidad de los hombres y su ausencia emocional, las familias a cargo de mujeres no deberían ser denominadas como un matriarcado, sino como una consecuencia más del patriarcado.