“No tenía planeadas reuniones de trabajo para ese fin de semana. Tuve tiempo libre y lo pasé con mis amigos y no hice nada ilegal”, dijo hace unos días en una conferencia de prensa la primera ministra de Finlandia, Sanna Marin, tras la divulgación de un video privado en el que se le veía bailando con amigos y amigas. En ese video no había nada más por lo que alguien debiera haberse preocupado: era solo ella y sus amigos y amigas bailando. Pero a pesar de eso, el video generó indignación y muchas críticas que apuntaban a que esa actitud no era acorde a su cargo. Fue tal la controversia que Sanna tuvo que hacerse un test de drogas –que salió negativo– para demostrar que su “éxtasis” era puro y no ilegítimo. Y también, como algunos han dicho, “para limpiar su reputación”, en un mundo en el que, al parecer, una mujer aún no tiene ganado el derecho a salir y pasarlo bien, sin ser juzgada.

“Si fuese hombre, ¿le hubiesen dicho lo mismo?”; “si fuese una mujer mayor ¿habría tenido que dar explicaciones?”, escribieron algunas usuarias en redes sociales. Y es que al parecer tener 36 años, ser mujer y ser primera ministra de un país es imperdonable en el mundo patriarcal en el que vivimos. A Sanna Marin se le pide que sea de una cierta manera, bajo los estándares de una sociedad machista y retrógrada. Pues esto no tiene que ver sólo con su cargo. A los líderes y mandatarios de todo el mundo se les exige cierto comportamiento. Casos hay varios, como cuando el Rey Juan Carlos tuvo que salir a pedir disculpas por ir a cazar elefantes a África, o cuando sorprendieron al Jefe de Estado francés, François Hollande, llegando en moto a la casa de su amante. En todos estos casos, la falta era evidente, pero en éste, Sanna Marin no hizo más que salir con sus amigos a bailar. En sus propias palabras, “nada ilegal”.

El interés público de este vídeo privado, entonces, no es otro que aleccionar al resto de las mujeres para que sepan bien que ni siquiera sus intimidades y sus cuerpos les pertenecen del todo, y que hay muchas cosas que, como mujeres, no deben hacer, como por ejemplo, pasarlo bien. De una mujer se espera que sea abnegada, que sea tranquila. Estamos dispuestos a poner a una mujer en un rol de poder, siempre y cuando, se comporte de cierta manera, cumpla con ciertos estereotipos. Basta con hacer una búsqueda rápida en Twitter para encontrar frases como “polluela borracha” u otros que pretenden denigrar a Sanna solo por bailar.

¿Qué problema tenemos (o algunos tienen) con el baile? Según se ha descrito en la historia, el baile era una práctica común en los seres humanos y las comunidades en la Edad Media. Pero la unión y la fuerza del baile colectivo comenzó a representar una amenaza para los señores feudales que, con el fin de ejercer control, lo demonizaron y pusieron en la categoría de actividad pagana. Una que, hasta cierto punto, ha trascendido hasta hoy.

“El debate sobre los vídeos personales de la primera ministra bailando se ha centrado en la legitimidad de la privacidad de cargos públicos, dejando de lado la parte más profunda del tema que es ¿por qué razón es malo que una persona baile, cante, abrace o bese en un entorno de éxtasis colectivo? No se percibe cómo negativo que una autoridad pública pierda los papeles, insulte o se enfade en público. Se aceptan los discursos de odio. Tampoco sería noticia que Sanna Marin planchara, fregara o limpiara, pese a que es mucho mejor para su país y para todos los que la rodean que baile mucho, y bien rodeada de gente, pues son innumerables los estudios neurológicos que explican los efectos físicos de la música en las personas (...) Esta experiencia vivida de forma colectiva acerca a las personas que la comparten generando fuertes vínculos sociales”, escribió en una columna Lucila Rodríguez-Alarcón, co autora de Narrativas migratorias del amor. De la solidaridad a la Comunidad, un libro en el que se describe a la música y el baile, junto con la risa, como las principales herramientas naturales de la generación de amor comunitario.

Pero los avances del feminismo no han sido en vano. Como era de esperar, el odio hacia Sanna tocó la fibra de muchas mujeres en el mundo, las que, a modo de protesta y con inteligencia y humor, publicaron en sus redes sociales videos de ellas mismas –médicas, abogadas, todo tipo de profesionales–, bailando igual que la primera ministra, con sus amigas, y entregando el mensaje de que aunque sean mujeres y profesionales, la idea de que las encuentren bailando en el living de su casa, en un club nocturno o en una fiesta, no debería presentar ningún problema para nadie. Todas esas mujeres salen a apoyar a la primera ministra finlandesa porque entienden que más allá de las teorías que apuntan a una persecución política, aquí el género fue fundamental para que esa pequeña ola de odio y misoginia, terminara en un tsunami.

Estas mujeres no respondieron a ese odio con más odio, lo hicieron bailando. Porque como bien sabe la primera ministra, y cada una de nosotras, uno de los placeres de la vida es bailar en grupo, con las amigas.

Menos misoginia y más endorfina es la lección; menos odio y más baile. Y también más mujeres libres al poder, que digan fuerte y claro –como hizo Sanna– que no tienen nada que demostrar. Que sentir placer y disfrutar la vida no es un pecado ni es ilegal, pero por sobre todo, que aunque el patriarcado se nos venga encima, seguiremos moviendo nuestro cuerpo y apropiandonos de él y al mismo tiempo ocupando espacios públicos con profesionalismo, y también con música, amor y nuevas ideas. Así que, que no se diga más, ¡todas a la pista!