“Estaba en pareja hace rato, pero no habíamos querido tener un hijo aun porque no me sentía preparada para ser madre. Quedé embarazada por un descuido y el día que me enteré, confié en que mi instinto materno me iba a dar las respuestas. El tema es que ese instinto nunca llegó”, cuenta Andrea Fernández (38) sobre cuando quedó embarazada, sin planearlo, por primera vez.
Dice que desde que llegó a la casa con su guagua no paró de llorar en semanas y que todo le costó muchísimo. “Me habían dicho miles de veces que de a poco iba a comenzar a reconocer el llanto de mi hijo: cuando tuviera hambre iba a ser distinto que cuando tuviera sueño, un chancho o el pañal sucio. Pero pasaban las semanas y yo no era capaz de distinguir qué le pasaba. Es más, hubo varias ocasiones en las que me senté en la cama a llorar junto a él por largos ratos”.
A los pocos meses a Andrea le diagnosticaron depresión post parto y le dieron un medicamento para solucionarlo, algo bastante común en nuestro país. De hecho, diversos estudios efectuados en la década pasada estimaron que en Chile la prevalencia de la depresión post parto va entre un 20 y 40% de las madres.
Con esas pastillas anduve mejor, pero no fue hasta pasado el año de parir, y con una intensa terapia de por medio, que logré estar un poco más tranquila. Esto va a sonar terrible, pero durante los primeros meses lo único que sentía era arrepentimiento. No quería ser madre.
Andrea Fernández
Es un tema complejo, incluso tabú, pero no por eso poco común. Así al menos lo comprobó la socióloga israelí Orna Donath en su estudio Regretting motherhood: sociopolitical analysis (Lamentando la maternidad: análisis sociopolítico). En él, la investigadora recopila y analiza con agudeza 23 testimonios de mujeres que aseguran haberse arrepentido de haber sido madres. Lo que surge de la lectura de sus entrevistas es que las mujeres se arrepienten de no haber podido vivir sus vidas como realmente las hubieran querido vivir. Donath lo explica así: “Las participantes enfatizaban la distinción entre el objeto (los niños) y la experiencia (la maternidad). La mayoría destacaron su amor por sus hijos y su odio por la experiencia de la maternidad”.
“Mira, es complicado, porque me arrepiento de ser madre, pero no me arrepiento de ellos, de quiénes son, de su personalidad. Yo amo a estos niños. Incluso a pesar de que me casé con un imbécil, no me arrepiento, porque si me hubiera casado con otro tendría otros y yo amo a estos. Es realmente una paradoja. Me arrepiento de ser madre, pero amo a los hijos que tengo. Quiero que estén aquí, pero no quiero ser mamá”, dice Charlotte, una de las mujeres entrevistadas en el estudio.
La psicóloga Loreto Sáez explica que esto tiene que ver con los estereotipos sociales que existen sobre la maternidad. “Durante años ha primado la idea de que las mujeres nos la podemos con todo, que debemos hacernos cargo de todo. Y la maternidad tiene un rol protagonista en esto. La sociedad no perdona a las ‘malas madres’, porque en el ser mujer viene implícito un ‘deber ser’, que lo único que hace es ponerle presión a las mujeres”.
Sáez advierte que la maternidad como se ha concebido en nuestra sociedad no ha dejado que las mujeres/madres vivan su vida como la quieran vivir. Sin miedos ni tabúes. Y muchas terminan poniendo su deber de madre por sobre sus gustos y placeres como mujer. “Y también nos deja esa sensación de que todas nacimos para ser madres, por lo que aquellas que deciden no serlo son fuertemente criticadas. No hay muchos espacios sociales para las mujeres solteras y sin hijos. Todas debemos querer ser madres, todas debemos amar a nuestras hijas e hijos, todas debemos ser perfectas. Sin embargo -y por suerte- de a poco esto está cambiando, porque se ha comprobado que este imaginario no es más que una construcción social y que no tiene un sustento biológico ni científico”, agrega.
¿Instinto u oxitocina?
La antropóloga y profesora de la Universidad de California, Sarah Blaffer Hrdy, durante su carrera ha escrito extensamente sobre la ciencia de la maternidad humana. Por eso, cuando nació su nieto, aprovechó esa instancia para realizar un experimento. Antes y después de conocerlo escupió en un tubo de ensayos. Dos semanas más tarde, cuando su marido llegó para conocer al recién nacido, le pidió que hiciera lo mismo. Los laboratorios posteriores revelaron que, esa misma noche, los niveles químicos cerebrales de Sarah, llamados oxitocinas, se elevaron un 63 por ciento. El escupitajo de su marido mostró un aumento del 26 por ciento, pero luego de algunos días, también subió a 63.
En mayo de 2018, en el sitio web de National Geographic publicaron un artículo titulado: ¿Es el instinto maternal exclusivo de las madres? Allí entrevistaron a Sarah, quien contó de este experimento y dijo que “en el resultado final no hubo diferencia entre mi marido y yo, solo que él necesitó más contacto con su nieto para llegar al mismo nivel”. Agregó que “aquello que conocemos como instinto maternal no es exclusivo de las mujeres. Todos los mamíferos hembra poseen respuestas maternales o ‘instintos’, pero esto no quiere decir, como suele asumirse, que toda madre que da a luz esté automáticamente lista para criar a su cría. Las hormonas gestacionales preparan a las madres para responder a los estímulos del infante y luego del parto, y de a poco, va respondiendo a las distintas señales”.
Si nos remitimos sólo a la química, uno de los más poderosos motores del comportamiento maternal es la oxitocina, también conocida como la hormona del amor. Este complejo neuropéptido desempeña una gran variedad de roles en la reproducción mamífera, entre ellos, el vínculo madre-cría, la contracción del útero y la liberación de leche materna.
Y es que para muchas especialistas en estudios de género, más allá de la pura biología, son las estructuras sociales las que han desempeñado un papel importante en la comprensión moderna de la maternidad. Así lo planea la socióloga y periodista colombiana Mafe Cardona, creadora de @lamalamamapodcast. “Hay que partir del hecho de que para varias mujeres que han estudiado este tema el instinto materno no existe, sino que es una construcción social de la modernidad a través de la cual se han romantizado las relaciones entre madres e hijos”, dice.
“El instinto materno surge como una suerte de mecanismo de control a través del cual se nos dice a las mujeres que somos madres porque tenemos algo dentro que nos hace querer serlo. Pero no solo eso, también se nos dice que tenemos que ser madres, porque podemos gestar, parir y lactar y que gracias a nuestra intuición, vamos a saber qué necesita nuestra hija o hijo a toda hora”.
“Efectivamente existen factores biológicos, específicamente las hormonas gestacionales como la oxitocina que ayudan a que las madres se vinculen con las crías cuando paren. Sin embargo, no es instinto materno, porque no es exclusivo de las madres”, explica Mafe y dice que es muy común que cuando los bebés nacen a las madres se les diga: “escuchen su instinto materno, porque él les dirá qué hacer”.
Pero las mujeres no escuchan nada, porque tal instinto no existe. Con eso se ha logrado privatizar la experiencia materna, entregarle toda la responsabilidad a la madre porque se supone que es ella la que siente este llamado, mientras que la sociedad no puede hacer nada ahí.
El instinto nos ha hecho criar solas
Es muy poco común que se hable del instinto paterno. “La creencia del instinto materno niega que si el padre u otras personas –especialmente hombres– pasan tiempo con su cría, también le conocerán y estarán en la misma capacidad de responder a sus necesidades”, explica Cardona y aclara que esto refuerza el imaginario de que somos las mujeres las cuidadoras principales de una niña o niño y los hombres, como no tienen el instinto, pueden desarrollar otras funciones, como ser el proveedor.
El gran problema es que cuando a las mujeres se nos dice toda la vida que tenemos que sentir instinto materno y no lo sentimos, lo normal es que tengamos culpa. “No solo aquellas mujeres que decidieron no ser mamás, sino también aquellas que decidieron serlo y no entienden por qué su instinto no fluye, por qué no sienten que se enamoraron a primera vista de sus hijas o hijos”, dice Mafe y aclara que en esos casos, lo que suele ocurrir, es que las mujeres creamos que somos nosotras las que estamos mal y no que el discurso no sea cierto.
Es lo que le ocurrió a Andrea esos primeros meses. “No entendía por qué no había sentido ese amor a primera vista del que todos me hablaban. Porque si bien ahora amo a mi hijo y me cuesta imaginar la vida sin él, tengo que reconocer que si pudiese retroceder el tiempo o si me reencarnara en otra mujer, no sé si eligiría ser madre. No por él, insisto, a mi hijo lo amo. Pero la maternidad no es una experiencia que me haya hecho sentir cómoda. Al contrario, me costó mucho acostumbrarme a ella”. Y no es la única. El año pasado en Chile la tasa de fecundidad alcanzó el nivel más bajo de la historia.
“No me sorprende porque las mujeres que han decido no ser madres ven a sus pares que sí lo han sido y reconocen en ellas mucho sacrificio y postergación. Y eso tiene que ver con un tema cultural. Creo que uno de los culpables es el mito del instinto materno que, bajo la idea de que las mujeres nacieron para ser madres y que encontrarán en su instinto las respuestas, las ha dejado muy solas en la crianza”, agrega la psicóloga Loreto Sáez.
“Son varias cosas. Por un lado la idea de que el posnatal es un tiempo para encerrarte con tu guagua. Para mí eso es fatal; no hay peor enemigo de la maternidad que la soledad, necesitamos estar acompañadas, y esto lo entendí después de meses de terapia y de pasarlo muy mal. Pero también tiene que ver con las presiones sociales, con la idea de que todas nacimos para ser madres y que hay solo una forma de ser madre, una que es incondicional y que pone a las hijas e hijos por sobre todas las cosas. Cuestión que claramente no es una realidad y es más, es muy liberador darse cuenta”, agrega Andrea. “No hay nada peor que tener la creencia de que somos capaces de responder biológicamente a las necesidades de nuestras crías y al mismo tiempo ni siquiera poder amamantarlas. Yo ni eso logré. Por eso creo que debemos empezar a naturalizar las maternidades imperfectas y la decisión de no ser madres. Es importante dejar de hablar de ese instinto, que lo único que nos ha hecho es ponernos presión y generar angustia. Porque el instinto materno no existe. Y lo requetecontra comprobé”, concluye.