No he contado cuántos logos he diseñado en mi vida profesional. Pero muchos, creo. Nunca imaginé que iba a diseñar tantos. Cuando entré a estudiar diseño no existía ni la más mínima sospecha de la futura existencia de las redes sociales. Internet era algo nuevo para mí y hacía poco me había hecho una cuenta en Hotmail, pero mi mail era tan enredado que siempre se me olvidaba cuando me lo pedían. Tampoco me acordaba de la clave y lo bloqueaba cada fin de semana cuando iba a ver a mis papás, único momento en que tenía acceso a un computador con internet. Porque a pesar de que estudiaba diseño gráfico, no tenía computador en mi casa. Todo lo hacía a mano.

Los primeros logos fueron encargos de conocidos que estaban partiendo sus emprendimientos. Yo los dibujaba y los escaneaba en el computador de una amiga. Ella tenía Photoshop 4.1, se lo había instalado un computín que le ayudaba a entender, en algo¬¬, esa máquina nueva y gigantesca que irrumpía bulliciosa en su living.

Sin internet masivo y sin redes sociales, tener un logo no era una necesidad imperante si uno iniciaba algún tipo de emprendimiento. Muchas veces bastaba con un timbre de goma y cuando el proyecto crecía y se necesitaba papelería, ahí recién se diseñaba uno. Me pedían una tarjeta de presentación, una carpeta, diseño de hojas carta y sobre americano, por lo bajo. Nadie se cuestionaba si era necesario imprimir tantas cosas. Varios de los logos que hice en esa época siguen en uso. Yo todavía los encuentro bonitos. Tienen esa estética como de cartel antiguo. Mis referencias eran libros, yo tenía miles. No existía Pinterest.

He diseñado logos para empresas grandes, empresas chicas y emprendimientos entusiastas que duran un par de semanas. También he hecho logos para personas que ofrecen servicios: Pamela Frías, peluquera; Héctor Fernández, Constructor Civil. Cada uno pide una tarjeta y una imagen para poner en la firma del mail o en su Instagram. Muchas veces hago trueques por estos servicios, y Pamela me ha cortado el pelo en un par de ocasiones.

Yo no tengo logo. Tal vez algún día me haga uno. No sé bien cómo será. De todas maneras, creo que aunque uno no tenga una empresa y tampoco ofrezca ningún servicio en particular, cotidianamente tomamos decisiones en relación a las imágenes. Desde la foto de WhatsApp hasta las fotos que subimos a las redes sociales, todas van mostrando quiénes somos o cómo queremos que nos vean. Además, nunca antes fue tan fácil sacar una foto y hacer que otros la vean. Me acuerdo de la vergüenza que me dio poner la primera foto mía en Facebook. Llegué muy tarde a esa red social, no la entendí en mucho tiempo.

Hoy día los logos están en todas partes. Nacen casi al mismo tiempo que las ideas. A veces son más impresionantes que el proyecto al que representan. A veces es al revés, son simples y representan proyectos poderosos. Todas esas posibilidades, todas esas contradicciones. Las imágenes tienen esa facultad, no dicen nada y al mismo tiempo lo dicen todo.