“En 2015 me separé del papá de mis dos hijos. Las razones básicamente fueron la falta de apoyo criando. Si bien no me simpatiza mi ex (por muchas razones), todos estos años me he preocupado de no hablarles mal de él a mis hijos ni de hacer comentarios negativos o involucrarlos en nuestras diferencias. Siendo honesta, siempre he escuchado historias de mujeres que se separan y usan a los hijos como ficha de cambio o envenenan los pensamientos de sus hijos/as contra el padre. Y yo no quise hacerlo.

Lamentablemente con el tiempo él fue desapareciendo de sus vidas y dejó de pagar su pensión. Actualmente vive en Canadá y no ha visto a mis hijos desde el 2020. Se comunican solo por videollamadas, siempre que ellos me lo piden, pero él no muestra ningún interés. No puedo negar que estoy muy molesta con él. Es doloroso e injusto ver cómo algunos padres toman este tipo de decisiones sin pensar en las consecuencias tanto para nosotras como madres como en los hijos que, como yo lo llamo, son ‘abortados’ por el padre. A pesar de todo, me he guardado todo lo que es tema de ‘adultos’ para que ellos no sepan nada. Por lo tanto cuando el padre les dice que va a venir y no viene, sólo me limito a decirles que probablemente es porque tiene trabajo u otra razón importante.

Hace unos días esta situación se agudizó. Mi hijo mayor (11 años) va a la psicóloga porque la situación ya le aflige demasiado y me sentí sin herramientas para seguir acompañando el proceso, por lo que pedí ayuda. La constante dilatación de su visita le afectó mucho y la psicóloga me sugirió que mejor sincerara con el mayor la situación actual con su padre (hay un juicio por la pensión y una deuda que es cercana a los 10 millones de pesos). Accedí a hacerlo con miedo, mucho miedo, pero nos juntamos en su consulta y ella fue la que dirigió amorosa y respetuosamente la sesión. Me hizo entrar a la segunda parte y ya había avanzado un poco explicándole lo que pasa con los padres y madres cuando se separan. Que uno se queda con el cuidado, que se acuerdan visitas y una pensión para costear entre ambos los cuidados de los hijos. Y que a veces los padres o madres que deben entregar ese dinero mensualmente, dejan de hacerlo. Y así comenzamos a contarle sin detalles profundos todo. Fue muy difícil pero liberador. Me preguntó por qué me separé y él comenzó a recordar cosas y a unir situaciones de su propia historia. Honestamente me saqué un peso de encima. Después de la sesión fuimos a tomar un jugo con un pastel. Seguía decantando la información que había recibido. Hubo silencios y muchos abrazos, y me agradeció estar con él.

Todos estos años guardé silencio por temor a ensuciar una imagen con mi experiencia. Creo que lo que hice fue contar una verdad adaptada para su edad y que les entregó herramientas para poder avanzar y armar de mejor manera su propia historia y su forma de vincularse con su padre. Los días que han seguido me ha preguntado cosas como por ejemplo si su padre estaba en sus cumpleaños, porque él no lo recuerda presente. Le dije que siempre estuvo en ellos pero no participaba muy activamente. Y así otras preguntas que surgen desde él. Hay una delgada línea entre contar la historia y contaminar con las emociones que una tiene de estas relaciones sentimentales y familiares que terminaron mal. Es muy importante ser responsable y saber cuándo hablar, cuándo callar. Los hijos e hijas son inteligentes y tarde o temprano se darán cuenta solos de quiénes estuvieron presentes y quiénes no. A mí me tocó hablar y no me arrepiento, me siento tranquila de haberlo hecho en un espacio protegido para él y donde la conversación no fue violenta ni punitivista.

Me gustaría decir que sólo basta con sincerar esta realidad que una intenta esconder a sus hijos o hijas, pero la verdad es que no. No es tirar la bomba y todo cambia. Debemos hacernos cargo de la emocionalidad y subjetividad con la que el otro recibe la información, y eso tampoco es tarea fácil. Al fin y al cabo, se está visibilizando una realidad oculta y eso genera muchas preguntas e incomodidades de las que no podemos hacernos las y los ciegos. La complejidad de las relaciones humanas se vuelve más carne con este tipo de situaciones; a veces vamos a pensar que no estamos a la altura de dichas situaciones, ¿pero quién lo está? Creo que tenemos que aprender que hacemos lo que podemos para cuidar a nuestras crías de todos los dolores posibles y eso está bien hasta cierto punto, pero también deben aprender que la vida es compleja y hay cosas que duelen y, como le digo a mi hijo pequeño, el dolor existe por una razón. La señal del dolor nos permite cuidarnos y estar atentos. Si no sentimos dolor iríamos por la vida siendo indiferentes a todo. Entonces estas verdades dolorosas creo que debemos tomarlas como un momento de crecimiento para ellos, de ver la vida con sus complejidades. La vida es compleja. Vivir no es fácil y no podemos evitar que ellos vivencien esas complejidades. Podemos estar a su lado para que las transiten, pero es importante que confiemos en ellos y en sus capacidades para vivir el dolor, la tristeza, la decepción y todo eso a lo que uno le teme que ellos sean expuestos. No estaremos toda la vida a su lado y esas experiencias de cualquier manera les van a llegar.

Solange es dueña de casa y tiene 40 años.