Paula 1145. Sábado 12 de abril de 2014.
VENDIÓ SU CASA Y DEJÓ SU CARRERA
En diciembre de 2004 el diseñador gráfico Cristián Abrigo (42) entró por primera vez a una sala con 40°C de temperatura para practicar yoga bikram y lo único que quiso entonces fue escapar, sofocado. Pero se contuvo. "No entendía nada del yoga porque siempre fui de deportes extremos, como motocross y mountainbike. Pero un amigo me lo recomendó para los dolores de espalda. Al terminar la clase me sentí aliviado física y mentalmente", dice. Se matriculó y comenzó a practicar tres veces por semana. A los pocos meses los efectos eran evidentes: había bajado 10 kilos y los dolores de espalda y rodilla se habían esfumado. "Pero tuve que dejarlo. Yo era editor de diseño en Lun y en septiembre de 2005, el diario tuvo un cambio de diseño, lo que me significó trabajar hasta 12 horas seguidas. En seis meses no practiqué yoga. Subí de peso. Volvieron los dolores. Me dio insomnio y me puse muy intolerante", describe. En 2006 tomó una decisión radical. Renunció a su trabajo, pidió un crédito y viajó a California a tomar un curso de formación con Bikram Choudhury, creador de este sistema. "Fue transformador. Volví lleno de energía, sintiendo que era otra persona". En 2012 vendió su casa para poner su propia escuela de yoga, Brikram Yoga Las Condes, donde da clases. "Era una persona descontenta. Hoy, disfruto lo que estoy haciendo con mi vida", asegura.
SIN DESCANSO, DE PAÍS EN PAÍS
Simón Cosmelli (32) y Rosangela Castellari (33) son una pareja que viaja por el mundo dictando clases de yoga ashtanga. Han estado en Japón, Suecia, Holanda y vienen llegando de Polonia. "Vamos de país en país con una maleta y mochila cada uno. No nos gusta la estabilidad", dicen. Pero su vida no fue siempre así. Simón es chileno y arquitecto de la Universidad Católica de Valparaíso y comenzó a practicar yoga cuando aún estaba en la universidad. Rosangela es brasileña, abogada y en São Paulo tuvo un estudio jurídico, actividad que combinaba con las clases de ashtanga que desde 2006 imparte. Ambos dejaron sus antiguas profesiones cuando decidieron viajar a la India a profundizar en sus conocimientos de ashtanga: Simón viajó en 2007 y Rosangela en 2008. "Ese viaje a la India significó mi propia muerte, todo el mundo que me rodeaba ya no existió nunca más", reconoce Simón. Para Rosangela también fue especial: "a partir de ese viaje supe que mi vida iba a ser distinta", asegura. Simón y Rosangela se conocieron, curiosamente, recién en 2010 cuando ella vino a Santiago a dar clases de yoga. Desde entonces se hicieron inseparables y en 2011 se casaron y comenzaron a recorrer el mundo dictando workshops de ashtanga. "Nos gusta ir de un lado a otro conociendo distintas culturas y enseñando lo que amamos: el yoga. Es perfecto", aseguran.
ADIÓS A LA GERENCIA
Hace tres años, Sebastián Caussade (35) era un hombre completamente distinto. Ingeniero y magíster de la UC, era uno de los gerentes de la dirección de marketing de Lan. "Tenía una vida exitosamente convencional, trabajaba en un barrio taquilla, siempre andaba apurado y llevándome trabajo para la casa, incluso los fines de semana". Pero en 2011 se separó, luego de cuatro años de matrimonio, y ese quiebre lo hizo replantearse todo. Estaba en eso cuando un amigo lo invitó a probar una clase de yoga, y a partir de entonces no paró más. "El yoga me dio una sensación de paz que hacía mucho no sentía y que tanto estaba necesitando", explica. Fue el comienzo de la transformación: luego de seis meses de práctica, se hizo vegetariano y empezó a preguntarse por el rumbo que quería darle a su vida. En 2012 supo qué quería hacer. Presentó su renuncia y partió a la India a formarse como instructor de yoga en el Himalayan Iyengar Yoga Centre, ubicado en Dharamsala, donde estuvo tres meses siguiendo un entrenamiento de 500 horas. De vuelta en Chile, comenzó a dar clases de Iyengar en Yogashala, Canal Om y Ayuh. "El yoga es una invitación a mirarse desde dentro. Hoy no volvería a mis ambiciones antiguas en ningún caso. Esto me llena el alma, lo otro me llenaba el bolsillo", dice.
TODO POR EL KUNDALINI
Margarita Herrada (44, adelante en la foto) era secretaria en una compañía de telefonía cuando supo, en 1999, que había un nuevo beneficio de los funcionarios de su empresa: clases de yoga kundalini y decidió probar. "Al mes de práctica noté un cambio notable en mi estado físico, estaba más ágil y resistente. Con el tiempo desapareció, además, mi sinusitis crónica. Nunca más me resfrié ni tomé un remedio", asegura. Margarita se formó como instructora en Kundalini Yoga Chile y entre 2003 y 2006 llevó una doble vida: en el día trabajaba como secretaria y al término de su jornada laboral, daba clases de yoga. En 2009 la despidieron y con el finiquito decidió irse a la India a practicar yoga y recorrer lugares sagrados. "Allá decidí cambiar de giro. Al regresar vendí mi casa en Santiago y me fui a Melipilla donde instalé una escuela de yoga, Yogasalud. Fue la mejor decisión que he tomado".
Agata Martin (61, atrás en la foto), maquilladora española residente en Chile, tomó su primera clase de kundalini en 2003 y fue como una revelación. "No sé qué me pasó pero me cambió la cabeza y sentí una conexión muy fuerte. Salí de esa clase pensando: 'qué increíble que me haya dado tantas vueltas para llegar a mi casa espiritual'", relata. Comenzó a ir tres veces por semana al centro Agni Yoga y luego de cinco años de práctica regular, decidió certificarse como instructora en 2008. Paralelamente Agata complementaba el yoga con su trabajo de maquilladora de manera muy exitosa. El salto de dedicarse exclusivamente a enseñar kundalini lo tomó en 2011 cuando abrió en su casa de Nuñoa un centro que bautizó como Sunie Yoga, donde da clases. "Para mí esto es un servicio que me da una tremenda satisfacción porque veo cómo mis alumnos se sanan física y espiritualmente", dice.
NO MÁS CRISIS DE PÁNICO
Ernesto Schultz (40) se inició en el yoga imitando las asanas que veía en un programa del Discovery Health: tadasana, triconasana, halazana. Entonces, era 2001, él tenía 27 años y era un estudiante de Derecho que sufría severas crisis de pánico, al punto que le costaba estar en lugares abiertos y pasaba mucho tiempo en su casa viendo tele e imitando las posturas que un instructor oriental, Rodney Yee, enseñaba en ese canal. Ernesto grababa las rutinas y las repetía varias veces al día. Encargaba libros de yoga y estudiaba y profundizaba. Tan fuerte lo tomó el yoga que empezó a notar un efecto insospechado: las crisis de pánico empezaron a disminuir. En 2009, ya convencido de que el yoga era para él mejor que una terapia, tomó un curso para formarse como instructor en yohashala donde permaneció un año y medio. Ya convertido en instructor conoció a Ximena Sanclemente (33), agrónoma con postgrado en Inglaterra y que por ese entonces trabajaba en AngloAmerican. Como Ernesto, Ximena había superado una depresión haciendo yoga, práctica que, además, lograba enfocarla en su vida. Se hicieron amigos y en 2012 abrieron juntos la escuela de yoga Ney, en Santiago Centro, utilizando ahorros compartidos y con la ayuda de un crédito bancario. Hoy ambos se dedican exclusivamente a enseñar esta disciplina que los ayudó a sanarse.
MAMÁ YOGUI
Abogada de profesión, Paula Portugueis se casó y tuvo a su primer hijo a los 21 y durante diez años su foco de atención estuvo puesto en cuidar de su casa y sus cuatro hijos, además de contribuir a la estética en las tiendas de la marca de retail de su marido. "Me movía en un ambiente tradicional e, internamente, me sentía fuera de lugar. Algo me faltaba", dice. A los 28 tomó su primera clase de yoga y quedó maravillada: "me sentí tan conectada conmigo misma que, lo único que quise cuando terminó esa clase, era ser maestra de yoga". Durante siete años Paula practicó a diario y tomó varios cursos de la disciplina. Estaba entusiasmada con los efectos: estaba cada vez más enfocada, sus dolores de colon desaparecieron y también sus miedos a valerse por sí misma o a fracasar. "En un momento tuve claridad total y me di cuenta que tenía que tomar decisiones para que mi vida fuera tal como quería vivirla", dice. En 2007 dejó de trabajar con su marido, se separó, y decidió emprender. Arrendó una sala en Lo Barnechea donde hacía clases a 10 alumnos. Como le fue bien se asoció con una amiga e invirtió sus ahorros en levantar Surya, una escuela de flow yoga en Vitacura, donde hoy asisten cerca de 300 alumnos. "En mi entorno pensaron estaba loca, pero es al revés: estoy súper consciente y feliz", dice.
RENUNCIÓ A DIRIGIR UNA AGENCIA DE PUBLICIDAD
Hace cuatro años esta era la vida de Claudia Peña (31): dirigía una agencia de publicidad, viajaba regularmente a Bogotá y Buenos Aires por trabajo; estaba agotada de ese ritmo y aburrida de la rutina. "En el fondo tenía un vacío espiritual", resume. En 2011 empezó a practicar meditación y yoga, y el sentido que buscaba comenzó a aparecer en la medida que su práctica se hacía más profunda. "Dejé de rabiar en el trabajo, desapareció la gastritis que sufría y fui ordenando mi vida para tener tiempo para estar más con mi familia, leer y pintar, dos actividades que siempre me han gustado y había dejado de lado". Luego de 3 años de practicar y estudiar el método Iyengar con Vistara Krukenberg, sintió que tenía que elegir. O seguía haciendo lo mismo de siempre o seguía su intuición: renunció a su trabajo el año pasado para dedicarse completamente a lo que le gustaba. "El yoga me enfocó, me dio confianza para lograr mis objetivos y tomar decisiones. El haber renunciado me hizo perder el miedo a la inestabilidad y me impulsó a emprender". Hoy da clases de Iyengar en su departamento en las Torres de Tajamar, –escuela de yoga que bautizó como Casaatma–, lo que complementa con las asesorías digitales que realiza con un colectivo de marketing digital. "Hacer clases me llena, es una gran entrega. Tengo 18 alumnos y es bonito ir apoyando sus procesos con el yoga", dice.