Nido de líderes
Del Torneo Nacional de Debate que financiaba el Mineduc surgieron las cabezas del movimiento pingüino. Después de las protestas, el financiamiento se acabó, pero los debates continuaron.
Los torneos de debate, como las olimpiadas de matemáticas, me sonaban a inofensivos métodos de enseñanza. Academias donde un grupo de mateos investiga un tema, para luego debatirlo contra un equipo de otro liceo, frente a un público y un jurado. Uno en pro y el otro en contra de temas como la energía nuclear o el aborto. Los niños desarrollan la lectura, la investigación, el pensamiento crítico, la oralidad y, de paso, se llevan una medalla.
Hoy, universidades privadas organizan pequeños torneos para colegios y liceos: la Diego Portales, con 36 establecimientos; la Andrés Bello, con 64; la Santo Tomás, con 10. También el municipio de Santiago. En provincias existe uno que otro. Compiten mayoritariamente colegios particulares, ya que las inscripciones cuestan entre 100 y 200 mil pesos por equipo o son con invitación. Mes a mes hay eliminatorias. Las finales son en octubre.
Fui a ver un par de escaramuzas. En un liceo de Maipú, en el auditórium de la UDP y otro en La Casona de Las Condes, organizado por la Andrés Bello. Colegios privados, en su mayoría, contra algunos liceos públicos emblemáticos. A veces la discusión agarraba vuelo. Un niño soltaba una frase rimbombante.
Alguna alumna se disparaba con un argumento sorprendente. Varios tenían caídas garrafales. Algunos eran medio tiesos. Otro ensayaban confianzas y hasta ironías. Proyectos de políticos –pensé– mientras me iba.
Al salir de un debate y mientras ocurría una de las tantas marchas estudiantiles este año en el centro, se me acercó una mujer totalmente desconocida y me dijo: "¿Es periodista, cierto?". Era profesora y tenía dos noticias respecto a los debates. La primera:
–¿Sabe que el movimiento pingüino se originó en el Torneo Nacional de Debate que organizaba el Ministerio de Educación hasta 2005? –las bombas lacrimógenas caían a un lado y otro de esta desconocida: Pilar Sobarzo, profesora de Historia de un liceo de San Ramón, que ni se inmutaba–. Participaban casi mil liceos de todas las comunas. Yo misma formé un equipo que llegó a una semifinal contra el Instituto Nacional. Surgieron grandes debatientes. Casi todos los dirigentes del movimiento pingüino –dijo– se formaron como líderes en ese torneo.
La segunda:
–Por eso mismo, yo creo, fue que los prohibieron. Se acabó el Torneo Nacional. Averigüe y se va a topar con un par de sorpresas.
Se despidió como una espía y se perdió en la multitud.
Fui al Mineduc y del Torneo Nacional de Debate ni ánimas. No se ha vuelto a realizar desde 2005.
Desempolvé los archivos y algo encontré. Di con el ex institutano Ricardo Gómez, actual estudiante de Derecho y premio al mejor debatiente 2005:
–En el III Torneo Nacional de Debate Interescolar de 2005 participaron casi todos los que después fueron dirigentes de la revolución pingüina. Ahí estábamos, del Instituto Nacional, Julio Isamit, Germán Westhoff, José Lagos y yo; César Valenzuela –el peloláis del liceo Confederación Suiza–; Karina Delfino, del Liceo 1, y muchos otros.
Salvo María Jesús Sanhueza, la docena de caras recordables de la revolución pingüina fue debatiente del Torneo Nacional. Este certamen llegó a tener más de mil liceos y colegios en competencia y terminó abruptamente en 2006. ¿Razones? ¿Fue considerado el nido podrido donde nacían los pingüinos revolucionarios?
Políticos en miniatura
Como esas rutas de migas en el bosque, voy recogiendo testimonios. Y todos apuntan a que la semilla de los torneos nacionales de debate escolar está en la Universidad Diego Portales. Voy adonde el filósofo Claudio Fuentes, jefe del Centro de Argumentación y Razonamiento de la UDP.
–Desde 1997 veníamos organizando un torneo de debate secundario bajo el nombre de Sociedad de Debates. Al principio, invitamos a seis colegios. Prepararon equipos, sortearon temas y se hicieron rondas eliminatorias. Funcionó. El año siguiente llegaron más de doce colegios y empezamos a ganar algo de prensa en el mundo académico.
Se debatía de todo: la caída del marxismo, Pascua Lama, el voto de chilenos en el extranjero y, claro, uno que otro tema de educación.
–Me sorprendió la avidez de los cabros por debatir asuntos públicos. Fue in crescendo de un año a otro –recuerda Fuentes.
Al principio, eran tímidos escolares; luego se convertían en políticos en miniatura. Curtidos en oratoria y con argumentos de fondo. Los profesores también se involucraron hasta la médula con sus equipos. Los debates atraían a más escolares a las graderías. "Liceos públicos contra privados", era un clásico; "Aplicación contra el Nacional", otro.
–Nuestro auditorio se llenaba –destaca Fuentes–. Fue tanto nuestro éxito, que a la final del V Torneo, en 2001, llegó la ministra de Educación, Mariana Aylwin. Al ver el triunfo del Instituto Nacional frente al Nido de Águilas, nos dijo: "Esto es estupendo; el mejor mecanismo de enseñanza que he visto. ¡Hagamos un torneo nacional!".
Así, en 2002, la UDP organizó el Primer Torneo Metropolitano de Debate, con más de 80 liceos y colegios. Lo patrocinaba el Mineduc con su Plan de Formación Ciudadana para Estudiantes, con un presupuesto de 40 millones de pesos. Imprimieron volantes, un manual, el ministerio capacitó a profesores en provincia e hizo un DVD para facilitar la enseñanza.
–No sé cómo llegamos a hacer tanto con tan poco. En 2003 realizamos el primer Torneo Nacional de Debate Interescolar, con tres regiones. Las inscripciones eran gratis. Para 2005 equipos de seis regiones (III, IV, V, VII, VIII y RM) participaban en torneos regionales durante todo el año. ¿Cuántos? ¿1.000 liceos, 6.000 debatientes, 250 mil alumnos representados? Ni yo lo sé realmente. El III Torneo Nacional de Debate Interescolar fue el más grande que se haya hecho en Latinoamérica hasta ahora. A la final, en octubre, llegaron sólo dos liceos, ambos públicos. Fue en el ex Congreso Nacional –dice Fuentes.
La tribuna estaba llena, Alberto Espina y Juan Antonio Gómez en la platea. El entonces ministro de Educación, Sergio Bitar, saludó a los finalistas y anunció al público el tema a debatir, una granada sin gatillo: ¿El Estado debe financiar la educación pública? Julio Isamit (UDI), del Instituto Nacional, capitán del equipo a favor, y César Valenzuela (PS), del liceo Confederación Suiza, líder del grupo en contra. Duración total: una hora con veinte minutos. Volaron plumas.
Jorge Madrid, coordinador del torneo de debate de la Municipalidad de Santiago, hombre acostumbrado a ver debates, aún tiene pesadillas con ese encuentro.
–Soy aficionado a los programas políticos, a las entrevistas, leo los diarios –explica nervioso–. Pero hasta ahora, jamás he vuelto a ver una discusión sobre educación de ese nivel en este país. Sabían las leyes al dedillo. ¡Hablaron de todo lo que vino después!: los argumentos, las contraargumentaciones, las conclusiones… Isamit le ganó a Valenzuela. Pero eso es un detalle. Ponía los pelos de punta oírlos discutir. Parecían dos candidatos presidenciales. La discusión fue tan buena que el aplauso duró varios minutos.
Diarios de bicicleta
Y después ¿qué ocurrió? Claudio Fuentes lo aclara:
–Aquel torneo dejó la cosa encendida. En 2006, asumió Bachelet y el IV Torneo Nacional de Debate Interescolar se vislumbraba gigantesco. En marzo, invitamos a los equipos. Y como actividad inicial, proyectamos el documental Actores secundarios, que se centra en el rol de los estudiantes de educación media contra la dictadura. Se armó una discusión espontánea, un estado de asamblea palpitante, como ocurría cada vez que se tocaba un tema de educación. Pero esta vez fue más. Nos dio la noche y tuvimos que cerrar la universidad. Optaron por seguir por su cuenta. Dos semanas después, me enteré por la prensa de que había comenzado la Revolución Pingüina. Vi las caras. ¡Y eran todos debatientes nuestros!
El ex institutano Julio Isamit –apodado "el guatón farandulero" por aceptar ir a un matinal y luego a varios programas de TV en plena Revolución Pingüina– ahora estudia Geografía en la UC y explica así lo sucedido:
–Todos nos conocimos ahí. Veníamos debatiendo tres años y las caras se repetían. Cuando nació la necesidad de hacer algo teníamos cierta logística. Sabíamos nuestros teléfonos, quienes éramos, cómo pensábamos. Y sabíamos trabajar, investigar y discutir sin eternizar las asambleas. Estudiamos el sistema educativo completo y nos lanzamos.
Por eso, quizás, el movimiento pingüino tuvo tantas caras públicas y argumentos sólidos, que hoy parecen más escasos, pese a que el conflicto no cesa.
–Todos éramos experimentados debatientes para el año 2005 –prosigue Isamit–. En los torneos realizados en Santiago, los colegios públicos desplazaron totalmente a los privados del podio, salvo, creo, al Nido de Águilas, una vez. Eso demostraba que la inteligencia no se reparte por origen social y motivaba más nuestra necesidad de acabar con las diferencias en la calidad de la educación.
El Instituto Nacional solía ganar esas competencias, seguido por el liceo Confederación Suiza, el Liceo de Aplicación y el Javiera Carrera, de niñas. Luego venían algunos colegios privados junto a establecimientos de comunas pobres, de provincias, incluso.
–Para 2005 casi todos los debatientes –dice Isamit– ya eran presidentes de centro de alumnos, secretarios o tenían cargos de importancia. O tomaron la batuta con la Revolución Pingüina. Era obvio. Eran los mejores oradores, los más carismáticos. Sabían hacerse oír ante una masa.
Minuto de silencio: llegamos a mayo de 2006. Marchas, protestas. Tres millones de estudiantes en paro. 500 liceos en toma. 10.000 detenidos. Las protestas terminaron en septiembre de 2006.
Apagando los humos de la revolución, Julio Issamit llamó a la debutante ministra de Educación Yasna Provoste y le dijo:
–Ministra, pese a lo ocurrido, este año va a haber torneo de debate en octubre, ¿verdad?
–La ministra me respondió que sí. No en una, sino en varias oportunidades –dice Isamit.
Lo derivó con su asesora Valeska Carbonell. Luego con el PS Arturo Barrios, entonces consultor de la Presidencia. Según Isamit, todos dijeron que el Torneo Nacional de Debates continuaría.
Sin embargo, el apoyo del Mineduc a la Universidad Diego Portales para organizar el encuentro cesó abruptamente. ¿Se acabó porque era cuna de dirigentes?
Contesta la encargada de comunicaciones del Centro de Perfeccionamiento, Experimentación e Investigaciones Pedagógicas del Ministerio de Educación, Daniela Doren:
–Los proyectos a veces terminan. Como el de inglés para docentes, u otros. Cuál y por qué, depende de muchas cosas. Quizás fue casualidad. El debate está en el programa de estudios de enseñanza media.
Claudio Fuentes, de la Universidad Diego Portales, no aventura nada.
–Es un contrasentido. El proyecto ministerial se llamaba Plan de Formación Ciudadana para Estudiantes y el objetivo se logró. Pero cuando se hace peligrosa para el poder de turno, ¡se acaba la participación ciudadana! Levanta los hombros.
La Sociedad de Debates de la UDP tomó entonces el cauto nombre de Centro de la Argumentación y Razonamiento. Y continuó sólo con los torneos privados de la universidad. Van en el undécimo. La inscripción cuesta 96 mil pesos por equipo. Hay algunos, como el del Liceo de Puente Alto, para los cuales el monto es inalcanzable.
El gran debate
Pese a que los torneos de establecimientos públicos terminaron, sobreviven algunos equipos de liceos "emblemáticos". Como el del Liceo de Aplicación, dirigido por el profesor Jorge Montt; la Sociedad de Debate del Instituto Nacional, de las profesoras Rosita Picarte y Bárbara Méndez; los del Liceo Nº 1 de Niñas; el Confederación Suiza; el Amunátegui, el Barros Borgoño. Debaten entre ellos y contra los colegios privados en los torneos que organizan las universidades.
Como vi, a menudo vencen.
–Es que en los colegios privados se debate por hobby; en cambio, en los públicos, te juegas tu dignidad; demostrar que tu capacidad es superior a los recursos –dice Mr. Debate, como apodan sus alumnos a Ricardo Gómez, hijo de un cocinero y mejor debatiente 2005. Actualmente estudia becado Derecho en la Andrés Bello y después de ganarse una pasantía en el World Debate Institute de la Universidad de Vermont, Estados Unidos, se gana un sueldo asesorando equipos de debate de colegios privados, como el Grange y el Saint George. Al Instituto Nacional lo asesora gratis.
En los liceos de comunas pobres, sin embargo, los clubes de debate enfrentan un panorama adverso. Voy al humilde liceo de San Ramón y me reencuentro con la profesora Pilar Sobarzo. Ya no hay equipo de debate, pese a que todo el liceo recuerda su equipo de 2005 como la mejor generación en muchos años en San Ramón: una docena de alumnos con el puntaje para entrar a la universidad.
Elia Ovando, maestra de Filosofía del Liceo de Puente Alto –cuyo grupo resultó semifinalista regional en 2005, frente al Instituto Nacional–, resiste pese a todo. Reúne a su equipo casi clandestinamente en la Biblioteca Municipal, ya que no tiene el aval del director de su liceo. Si pone un cartel en un pasillo, se lo sacan. No le prestan salas ni le dan horas para preparar a los estudiantes.
Los alumnos debaten un rato (era que no) si me permiten conocerlos y luego me cuentan que no pueden pagar la inscripción para ir a los torneos de debate, pero insisten compitiendo contra otros liceos de la comuna o cuando los invitan.
–Formé el primer equipo de debate en 2002 –relata Elia–, ningún otro profe quería el cacho. Pero me quedó gustando. Es el mejor método para abrir la mente de los niños. Ahora me apasiona.
–Al principio no sabíamos nada. Cómo enfrentar un tema. Cómo investigar, argumentar, contra argumentar –la interrumpe su ex debatiente Ximena Muñoz, que antes de debatir quería ser carabinera y ahora estudia Ingeniería.
–A medida que vas soltándote y aprendiendo a debatir, cambias –dice Diego Morales, alumno de tercero medio, quien sueña con estudiar Derecho.
–Es lógico: si debates, piensas; si piensas, el mundo se te abre y necesitas cultivarte, y así sucesivamente. Creces como persona –dice Elia Ovando.
–Mi mamá se sorprendió con que de repente me interesaran las noticias. Las comentamos. Ahora empezó a comprarme el diario. ¡Hasta le gustó ayudarme a preparar un debate! –agrega Verónica Astudillo, de tercero medio.
–Con los debates, todos, o casi todos, ganamos autoestima, confianza, manejo intelectual, lectura, vocabulario y, por ende, mejoramos nuestras notas –interviene Rainier Ríos, alumno de cuarto medio, antes rebelde y mal estudiante, ahora presidente del centro de alumnos del Liceo de Puente Alto.
–Muchos profesores y directores no entienden el valor de esto. Creen que los alumnos se ponen respondedores y opinantes y eso, para muchos, es nefasto, peligroso –dice irónicamente Elia Ovando.
–Shhhhhh. ¡Silencioooo, pues! – ordena el señor de la biblioteca municipal.
–Pensar es peligroso –susurra riendo Elia, resignada.
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