El 20 de noviembre de 1975 murió el dictador Francisco Franco en Madrid. Ese día la vida de Luis Martín-Santos comenzó a sufrir una serie de vertiginosos cambios y encuentros fortuitos que lo llevarían tras los pasos de Osho, el amado y vilipendiado maestro indio. Polémico por declarar libertad sexual, por coleccionar lujosos automóviles Rolls-Royce y por trasladar su áshram (comunidad) de India a Estados Unidos en los años 80, lo que derivó en una de las controversias más grandes de la década.

El hombre nacido en San Sebastián hace 60 años, que lleva el mismo nombre de su célebre padre (autor de Tiempo de silencio, novela que revolucionó la literatura española en los 60), acaba de estar en Chile dictando un taller -que repetirá en abril de 2019- donde transmite los conocimientos que cultivó tras su paso por el rancho que levantó Osho en Oregón y que terminó con el líder encarcelado en 1985 tras eludir las leyes de inmigración en Estados Unidos. La historia la recoge la serie documental Wild Wild Country de Netflix, que muestra el poder que adquirió Shila, la mano derecha de Osho, quien puso a su maestro en el centro del mundo. Pero el rancho, que llegó a convertirse en la ciudad Rajneeshpuram pese a la férrea oposición de las localidades cercanas que exigían la expulsión de lo que consideraban una secta, fue también la trampa mortal para su adalid.

Y ahí estuvo Martín-Santos, como uno de las miles de personas que llegó a seguir al pensador indio desde todos los puntos del planeta. Lo vivió en carne propia durante intermitentes 18 meses. "El documental está muy bien guionizado, rescató mucho material perdido, pero genera malos entendidos y le da excesivo protagonismo a Shila", advierte sobre la mujer en su momento de mayor delirio intentó matar al médico de Osho y fue la gran responsable del mayor ataque bioterrorista de la historia de EE.UU. cuando en 1984 contaminó con salmonella las ensaladas de diez restaurantes de la localidad de The Dalles, buscando ganar las elecciones del condado de Wasco y precipitando el ocaso.

"Las fechorías de Shila", resume Luis sentado a la sombra de uno de los apacibles rincones del Centro Experiencial para el Desarrollo Humano, ubicado en La Reina, donde se hospedó en Santiago. El único formador y facilitador certificado en habla hispana en el mundo de las enseñanzas de Osho, sabe que el hombre que conoció en los años 80 despierta morbo y admiración. "Ya se sabe todo, y lo que no se sabe se sabrá, yo estuve ahí pero no fui responsable, obviamente, era uno más. Lo que ocurrió fue el resultado de la desesperación de Shila cuando perdió el poder", reflexiona mirando a Françoise Sainte-Marie, la encargada de su visita, que le ofrece un vaso con agua. Bebe en silencio y comienza a relatar su hazaña. "La meditación es la mayor aventura del hombre", asegura.

Destape y naufragio

La odisea comienza a mediados de los 70 cuando Luis Martín-Santos se apuntó en la Universidad de Barcelona y dejó el País Vasco. Agotado de vivir bajo el terror de los ataques del grupo extremista ETA, se fue a la otra España, la que tras el deceso de Franco era una fiesta y un destape. La primera vez que bajó a caminar por Las Ramblas de la ciudad costera, vio la portada de la revista Interviú con la actriz franquista Marisol en topless. El signo de otro tiempo era evidente y él, como estudiante de Informática, cambiaba día a día en esa Barcelona que hervía en apertura y creatividad.

Como joven estudiante había devorado las novelas de Jack Kerouac y soñaba con alquilar un automóvil en Nueva York y lanzarse a la carretera. "Primero me interesé por el yoga, trataba de entender de qué va la vida. No me satisfizo el mundo académico, era una cultura muerta, estaba impregnado de la rebeldía que aquel momento estaba en el ambiente. Y por el yoga conocí a los primeros occidentales que habían estado en India con Osho. Y me fascinaron. Entonces tuve oportunidad de practicar la meditación activa, dinámica. Y me pareció tan liberador eso de los gritos, la catarsis, los bailes", recuerda de sus primeros encuentros con los seguidores de Osho, bautizados como neo-sannyasins. Proveniente de una acomodada familia católica, Martín-Santos quería llegar a Estados Unidos atraído por la cultura beat. Entonces vino la coincidencia: se enteró de que Osho se iba a Estados Unidos. Y, junto a unos amigos, se fue siguiendo sus huellas sin saber que se convertiría en el editor de toda su obra en español.

"Teníamos los billetes de avión comprados, Madrid-Nueva York, pero justo apareció la posibilidad de viajar en velero desde Barcelona hasta el Caribe, junto a un navegante francés y su familia. Y nos fuimos. Fue una travesía de dos meses, bordeando todo el Mediterráneo, donde casi naufragamos en una tormenta. Era una goleta de apenas 17 metros. Pasamos por Gibraltar, Tánger, lugares increíbles. Cuando llegamos al Caribe nos enteramos que iríamos a Haití. Allí vivimos 6 meses. Era un mundo sin móviles, donde no te podían mandar dinero de España. Un mundo hecho para la aventura. Aunque Haití más que un país era una desgracia: estaba el dictador Jean-Claude Duvalier, alias Baby Doc. Era el país con la renta per cápita más baja de la Tierra y sus habitantes creían que a Baby Doc las balas no lo mataban y que de noche se convertía en pájaro. Moría tanta gente que el lugar más transitado era el cementerio. Estaban ahí los primeros casos de sida", relata.

Días antes de la travesía, en una noche de juerga conocieron a una chica en Las Ramblas que se sumó al viaje y que resultó ser sannyasin de Osho. En la goleta profundizaron su acercamiento a las meditaciones y tras Haití pasaron por Puerto Rico donde había un centro del maestro indio que en esos años usaba el nombre de Bhagwan.

"Tras hacer los contactos llegué al rancho de Osho en 1983. Primero estuve 21 días, llegué para esos festivales que se hacían donde se reunían más de 10 mil personas. En ese tiempo vivían allí cerca de 1.500 personas y tenías que pagar tu estancia y alojamiento. Era una pequeña ciudad con comedores comunes. Tenía un mall, librería, pizzería y autobuses escolares, como se ve en el documental. El centro de meditación estaba en el medio. Todos iban de naranja y con la mala (collar con la figura de Osho). Un ambiente muy festivo con gente muy abierta", afirma.

¿Qué te pareció Osho cuando lo viste?

Lo vi, aunque en aquel momento estaba en silencio, pero salía en el coche y meditaba junto a nosotros. Una comunión mística en silencio con este hombre de carisma potentísimo. Al final estuve en periodos distintos, era caro vivir ahí. Cuando volví a España empecé a buscar qué había de falso y verdadero en mi vida, era otro. Así me mantuve yendo y viniendo. Me tocó estar después en los últimos días en el rancho, cuando detuvieron a Osho y lo encarcelaron. Estuve presente también cuando se volvió a India.

¿Qué sentiste cuando el sueño se acabó?

Fue un nuevo desafío. La gente proyectó en él su vida y de pronto se terminó y tenían que hacerse cargo de ellos. Yo pasé un período turbulento, me fui a Ibiza a trabajar a un restorán, conseguí una casa y tuve un amor. Los seguidores cargamos con el prejuicio porque después de estar preso Osho fue perseguido por Estados Unidos, que bloqueaba sus entradas a cualquier país. En aquel momento su obra dejó de ser publicada, todos los editores devolvieron los derechos y a nosotros nos miraban como diciendo "pero qué tíos más raros sois". Estuve un año sin meditar. Y de pronto ¡pack! hubo algo dentro de mí y partí otra vez. Empecé a ir de Ibiza a India hasta que me quedé un año. Me fui un mes antes de que él muriera. En ese tiempo yo ya trabajaba en sus publicaciones como agente literario. Él hablaba de que lo envenenaron en su paso por la cárcel en Estados Unidos y lo cierto es que decayó muy rápido. Osho se dedicó a desenmascarar las estrategias de las religiones y creó el movimiento Life affirmative, que destaca los valores positivos de la vida. Para él la renuncia no era un valor, el valor era la aceptación total de las cosas que nos da la vida para disfrutar. El mayor pecado es la mortificación, aprende a amarte tú mismo o no podrás amar a nadie. Encuentra tu propia inteligencia, tu propia moralidad. Eso es Osho.

¿Estuviste en la comunidad cuando ocurrió el atentado con salmonella?

No, estaba fuera. A Shila la vi alguna vez por ahí, pero ella estaba en las altas esferas organizando sus fechorías. Yo no era alguien importante dentro.

A Osho lo apodaron el gurú del sexo: ¿cómo era la libertad sexual al interior de la comunidad?

No pasaba nada que no pasara afuera. Era un sitio de adultos con ganas de ampliar sus límites. Entonces se vivían situaciones que en la vida social normal no es tan fácil vivir, a menos que seas un promiscuo, un loco o ya sea una cosa marginal. Pero se vivían en conciencia. Todo eso de que había sexo grupal y que se cogía mucho, te digo sí y te digo no, era igual que en cualquier parte del mundo. Él resucitó el tantra y criticó el celibato. Y el tiempo le dio la razón, mira a la Iglesia. Osho dice a partir de los 42 años, si viviéramos nuestra sexualidad de acuerdo a nuestra biología, podríamos empezar a trascenderlo. Pero no dice que debemos ser indulgentes ni promiscuos.

¿Shila fue la peor publicista de Osho?

Al final lo desprestigió, pero Osho es tan paradójico que cuando los periodistas hablaban mal de él decía: "No os preocupéis, están hablando de mí, que es lo importante".

El maestro de la paradoja.

Claro. Mira, Osho habla de Zorba el Buda, que es el hombre que por dentro es un buda, se conoce a sí mismo, tiene el silencio, la compasión, la paz y la inteligencia. Es rico en su interior. Pero también habla de la riqueza externa, por eso hace el chiste ese de tener 90 Rolls-Royce, que es un disparate, lo mires de donde lo mires. Pero está queriendo decir algo. Y él dice que la humanidad se merece vivir en completa riqueza, que hay riqueza para todos. Solía bromear: "Soy un hombre de gustos simples, me gusta todo lo mejor".

¿Por qué tras conocerse todas las intrigas en el rancho en Oregón los libros de Osho siguen siendo un fenómeno de ventas?

Porque lo que escribe está impregnado de sabiduría, de sentido común, utiliza un lenguaje de la calle. Habla de temas de altísimo nivel espiritual en un lenguaje común. Trae a la luz a los maestros zen, y enseña que lo importante es traer la meditación a la vida diaria. Como la ceremonia del té, que consiste en preparar un té en silencio, poner el hornillo con carboncillo vegetal, escuchar el agua, poner las hojas y en todo momento tener conciencia de cada acto. Y cuando bebes dejar que vaya al fondo de tu ser. Esto significa sacralizar la vida corriente, que cada minuto que vivimos lo hagamos con conciencia. Entonces tu sexo se convierte en algo sagrado, tu manera de comer, de manejar, de trabajar. Y ahí nos llenamos de la divinidad y vivimos ese momento de eternidad. Puedes hacerlo tú: escoge tres momentos del día y haz stop. Toma conciencia, no te juzgues.

¿Cuántos seguidores de Osho existen hoy?

Su audiencia sigue creciendo, estamos entrando con los audiolibros, en la web osho.com hay videos, charlas y miles de horas de material multimedia que dejó. Lo de Osho ya no es externo, no vamos con mala y túnica naranja, ahora es una sabiduría que está siendo integrada por muchísima gente en el mundo. Ya no hay seguidores de Osho, ya no existen, porque el mejor seguidor de Osho es el que se sigue a sí mismo. Él desmontó el juego del maestro-discípulo. Si coges un libro de Osho y te ayuda a apuntarte en la dirección de tu corazón, ya está. Osho no quiso ser un nuevo Jesús. Al final dijo: "Olvidarme y perdonarme, os dejo mi enseñanza, a mover el culo".