“Desde el año 2016 que me encuentro felizmente separada del progenitor de mis hijas. Después de siete años juntos y dos hijas, tuve el valor de tomar la decisión. Es difícil decidir separarse. Hay una culpa grande por romper la idealización de la familia bien constituida, creo que por eso me demoré tanto en hacerlo.
Como fui yo quien tomó la decisión, nunca le exigí nada. El sólo hecho de estar separados me dejaba tranquila. Él no fue un hombre violento, pero sí fue muy negligente en su paternidad, más que nada porque nunca maduró, entonces toda la responsabilidad de crianza recayó en mí.
Cuando nos separamos, fuimos a una medición para definir visitas y pensión. Ninguno de los dos sabía al respecto y fue por eso que la opción de un tercero era lo más simple. Él propuso sábado y domingo por medio y de pensión ofreció $150.000 por ambas. Me dio lo mismo, estaba separada de él y era feliz.
Cuando empezaron las visitas los días sábados llegaba pasado el mediodía y el domingo las traía corriendo. Al final siempre daba el mínimo por sus hijas, en tiempo y en pensión. Con el tiempo tuve que exigirle que las viera más seguido, porque ellas lo pedían y porque una como mamá tiempo completo se revienta. Durante el primer año yo cuidaba de ellas 26 días y él 4 al mes. Al pasar el tiempo logré que se las quedara un día más de la semana y que empezara a pagarle el colegio al menos a una, el resto iba por mi cuenta. Salud, vestimenta, alimentación, recreación y un largo etc.
No sé cuánto tiempo pasó hasta que él volvió a emparejarse con una mujer extranjera. Luego se casaron y finalmente tuvieron otro hijo. Cuando eso ocurrió, hablé por teléfono con él y le dije que le deseaba lo mejor, pero que siempre fuera consciente de que tenía dos hijas y que no se le ocurriera irse a otro país, que él sabía lo que era crecer sin un padre. Me dijo que me quedara tranquila, que jamás podría estar lejos de las niñitas.
Un día que vino a buscarlas me contó -mientras las niñas hacían sus bolsos para irse con él- que acá estaba mala la cosa, que no encontraba pega y que su esposa le dijo que volvieran a su país porque allá ella tenía trabajo y mejores expectativas laborales para él. Quedé paralizada. Después de decirle lo irresponsable que era su decisión y de comprobar que nunca buscó trabajo acá, decidimos volver a hacer una mediación para definir cómo se las iba a arreglar con la pensión estando en otro país. No tenía respuesta ni para las preguntas más simples. Como no tenía dinero me dijo que su esposa pagaría el colegio de ambas y los pasajes para venirlas a verlas.
Han pasado dos años desde que se fue y sólo vino una vez de visita. En el colegio tiene una deuda de seis millones y nunca más volvió a poner un peso. Hasta el día de hoy no pregunta por ellas y actualmente las tengo en un colegio municipal (donde son muy felices) porque no me alcanza para pagar uno particular. Hace unos meses le escribí para que mandara plata para comprar materiales, uniformes, zapatillas; me respondió, con mucho signo de exclamación, que iba a hacerlo la próxima semana porque le llegaba una platita. No me ha vuelto a hablar. Con sus hijas habla sólo cuando ellas lo llaman y en esos momentos les manifiesta el amor que siente por ellas. También les promete que va a venir, aunque le he pedido que no les haga ilusiones con sus visitas. Se supone que viene en junio. Espero que cumpla esta vez”.
Camila es terapeuta, tiene 2 hijas y 38 años.