Tres generaciones de mujeres en el espacio laboral
¿Cómo enfrentamos la larga jornada laboral en el trabajo y luego en la casa? ¿Qué desafíos implica conciliar ambos mundos? ¿Están las empresas e instituciones siendo espacios seguros para nosotras? Paula conversó con un grupo de mujeres de tres generaciones para descubrir cuánto han cambiado nuestras experiencias y desafíos en el mercado laboral durante los últimos 50 años.
“La casa, los niños, el marido, los innumerables problemas domésticos. El trabajo, la oficina, ocho horas lejos del ambiente familiar. La carrera contra el reloj, la fatiga, el enervamiento, que son el pan de cada día para miles de mujeres que trabajan y que llevan una doble vida agotadora”. Esta es la introducción de Esas mujeres que llevan una doble vida, reportaje publicado en Paula en septiembre de 1969, en el que se daba cuenta de cómo, en esos años en que más mujeres comenzaron a salir de la casa para ir a trabajar, se empezó también a visualizar un nuevo fenómeno: la carga que supone el tener un trabajo remunerado y los desafíos que implicaba tener que calibrarlo con las tareas domésticas y de cuidados.
Según un sondeo hecho en febrero de 1968, en ese año en Chile había 711.800 mujeres que trabajaban de manera remunerada, lo que representaba un 25%. Del total, 400 mil eran solteras, 220.000 casadas, 52 mil viudas y 33 mil separadas.
Hoy las cifras han cambiado: según datos del INE, durante 2023 la tasa de participación laboral de las mujeres fue de un 52,0% (la de los hombres fue de un 66,1%). Los rubros en los que se desempeñan también se han diversificado. Sin embargo, en algo coinciden con las generaciones anteriores: y es que el 73,1% de las mujeres de 35 a 44 años que se encuentra fuera de la fuerza de trabajo se excluyen del mercado laboral por razones familiares permanentes.
Así se da cuenta de que la realidad de las mujeres que hoy se enfrentan al mundo laboral no es muy distinta a la de las generaciones que las antecedieron. Y aunque ya no se habla de ‘doble vida’, sino de ‘doble jornada’, el problema sigue siendo el mismo: cómo conciliar trabajo, casa y crianza.
Con el reportaje de los años 60 en mano, Paula conversó con un grupo de mujeres de tres generaciones sobre las experiencias y desafíos de cada una, y así descubrir cuánto han cambiado, o no, durante los últimos 50 años. Aquí, parte de esa conversación.
La doble jornada
En el reportaje del año 68, frente a la pregunta ¿por qué trabajan?, la mayoría de las mujeres respondieron con argumentos como: “Es un orgullo aportar a la casa”, “me gusta lo que hago y me realizo como persona” o “así tengo más independencia y no tengo que andar pidiéndole a mi marido”. Aunque también hay otras que aseguran hacerlo por obligación, porque la plata no alcanza, pero dicen estar agotadas.
Arlette Levi (68) se siente más representada con el primer grupo: “Tuve cuatro hijos, empecé a trabajar muy joven, y la verdad es que nunca sentí como una carga el llegar del trabajo a hacer las cosas de la casa. Asumí yo la cocina, porque mi marido no sabía y no le interesaba, pero nunca me sentí agobiada, tampoco lo consideré como una doble jornada. Quizás un poco influenciada por una educación en que era normal hacerse cargo de todas estas cosas”.
María de la Luz Vásquez (65), en cambio, sí lo ve como una doble jornada. “Pero uno lo tomaba como parte de la vida. Yo también estudié y me encantaba mi trabajo, tuve la suerte de encontrar uno donde podía compatibilizar mi desarrollo profesional con mi vida personal y familiar. Cuando nació mi cuarto hijo dejé de trabajar durante un año y sí quería estar en mi casa, se me empezó a hacer un poco pesado”.
Daniela Moretto (41) dice ser de una generación que está en un límite entre dos extremos. “Fuimos criadas bajo estándares muy tradicionales y machistas, y también con un sentido común de que eso era lo que había que hacer. Nadie se cuestionaba el hecho de ser mamá. Crecimos en los 80 con algunas mamás que ya trabajaban, pero que igual se encargaban, por lo general solas, de que la casa estuviera siempre impecable, calientita. Y yo asumí eso como una tarea propia. Pero cuando me empecé a desarrollar profesionalmente, me encontré con toda esta innovación de que la mujer tenía derecho a progresar. El problema es que para lograrlo se necesita estar ahí, tener ese tiempo. Yo pude hacer un magíster porque mi marido me ayuda, pero yo tuve que pedirle esa ayuda, porque él también era muy de estar sentado mientras yo hacía las cosas”.
En ese momento de la conversación, Paulina Jeria (44) la interrumpe: “Pero viste, usaste la frase ‘me ayuda’. Y yo creo que eso es muy de nuestra generación, porque para las más chicas son responsabilidades compartidas”.
Sofía Guzman (29) asienta: “Para mí es completamente compartido. Yo no tengo hijos aún, pero sí vivo con mi pareja y cada uno tiene sus tareas, no tengo que pedirle que las haga. Entonces sí, tengo una doble jornada, pero no es solo mía. No hay un rol de la mujer y uno del hombre”.
La maternidad
“Para todas las madres que trabajan, ya sea por necesidad económica o por realización personal, el principal problema son los niños. Especialmente los niños muy chicos”, dice el reportaje de Paula de fines de los años 60. En ese momento ocho proyectos de ley dormían en el Congreso y todos buscaban crear, a nivel nacional, guarderías y jardines infantiles para los hijos de las mujeres que trabajaban, pues el Código del Trabajo determinaba que “toda industria o establecimiento que ocupe a 20 o más obreras –recién en 1966 se cambió la palabra “obrera” por “mujer”–, de cualquier edad o estado civil, deberá habilitar y mantener un servicio de sala cuna”.
Sin embargo, la realidad era que en el país sólo contaban con salas cuna las grandes industrias privadas y algunos organismos estatales, como el Servicio Nacional de Salud, el Banco Central, la Contraloría General, y otros. Pero la inmensa mayoría de las obreras chilenas, y sobre todo de las empleadas, no tenían con quién dejar a sus hijos pequeños mientras trabajaban. Las pocas salas cuna privadas que existían eran muy caras para el nivel medio chileno (entre 180 y 250 escudos mensuales, equivalente a $ 170.000 actuales), una realidad que no es muy distinta a la de hoy, en donde el promedio de la mensualidad de las salas cuna privadas es de $ 452.027, monto similar al sueldo mínimo. El proyecto de Sala Cuna Universal lleva años en discusión y, según datos del Observatorio Niñez 2023, hacia fines del año pasado, 116 mil niños y niñas que habían solicitado cupo en una sala cuna pública no habían tenido una respuesta oportuna.
Paulina Jeria (44): “La doble jornada disminuye la posibilidad de hacer familia. Tengo compañeros que saben hasta el carné de vacunación de sus hijos y otros que con suerte saben que su señora anda en reunión en el colegio. Pero la proporción debe ser de 20/80. Y eso me hace creer que, en vez de avanzar a que los hombres nos ayuden, las nuevas generaciones están dejando de ser madres”.
María de la Luz Vásquez (65): “Yo tuve que tomar decisiones y rechazar ofertas laborales porque no quería estar lejos de mis hijos. No sé si un hombre hubiese tomado esa misma opción. Y sí, pienso que la opción de las de hoy es postergar la maternidad”.
Ambientes masculinizados
En el sondeo realizado a fines de los años 60, en donde se determinó que había 711.800 mujeres que trabajaban fuera del hogar, también se definió que de ellas, 400 mil trabajaban en servicios personales, eran obreras y artesanas, 96 mil oficinistas 83 mil vendedoras, 61 mil profesionales o técnicos y sólo 4.600 se desempeñaban como administradoras, gerentas o directivas.
Más de 50 años después, en la Encuesta Nacional de Empleo (ENE) correspondiente al trimestre móvil nov. 2021-ene. 2022, es posible ver que tanto hombres como mujeres trabajaron principalmente en el sector comercio, pero al observar la segunda actividad en la que más se emplearon las mujeres, se confirma que un alto porcentaje de ellas lo hizo en actividades históricamente feminizadas.
Y aunque en 2023 el 41% de los cargos de Alta Dirección Pública en Chile fueron ocupados por mujeres -un récord histórico-, los resultados del V Reporte de Indicadores de Género en las Empresas muestran que a medida que aumenta el nivel de responsabilidad dentro de las organizaciones, disminuye la participación de mujeres. Las mujeres ocupan el 23% en los cargos de gerencia de primera línea y solo el 15,9% de los directorios.
Paulina Jeria (44): “Yo trabajo en un banco y en las gerencias hay una mujer o dos. Las que llegan ahí tienen carácter, siempre son como “las pesadas”, porque tienen que hacerse espacio”.
Sofía Guzman (29): “Es muy cansador tener que tomar una postura constantemente para hacer que los otros te validen. A mí me pasa todo el tiempo. Soy arquitecta y siempre me he tenido que desenvolver en áreas masculinas. Hice la práctica en un estadio de fútbol donde era la única mujer entre 90 hombres y fue muy desafiante, porque no me veían como profesional”.
Daniela Moretto (41): “Yo soy abogada y en el tribunal algunos ministros, especialmente los de mayor edad, aún me tratan de ‘Danielita’. Yo me acostumbré, pero a las más jóvenes la rabia les dura”.
Sofía Guzmán (29): “A mí me dura, es que siempre tenemos que validarnos. Me ha pasado en las obras que los maestros no me creen, que si hay dudas le preguntaban a mi socio, no a mí. Muchas veces llego frustrada, porque tengo que hablar más fuerte y adoptar una personalidad que no es la mía, como si tuviera que buscar más herramientas que mi conocimiento”.
Lorena Báez (40): “Yo he visto mujeres que se ven obligadas o presionadas a ejercer un liderazgo con características masculinas. ¿Por qué no puedo tener una voz suave y que me respeten igual? Hay una presión que recae en las mujeres para imponer autoridad, para que nos validen y confíen en lo que decimos”.
Acoso laboral y una nueva cultura organizacional
Fue recién en la década de 1980 que el científico sueco Heinz Leymann investigó el fenómeno de acoso laboral y utilizó por primera vez el término mobbing para referirse al problema. En esos años, incluso era más brutal, dice la abogada de AML Defensa de Mujeres y Magíster (c) en Estudios de Género, Francisca Millán.
“Las regulaciones surgen desde la experiencia, y en el caso del trabajo remunerado, durante décadas la experiencia fue únicamente masculina. Y si bien esta estuvo marcada por la explotación y el abuso de poder, el acoso nunca fue parte de ella. Por eso es que la legislación ignoró este tema hasta mucho después de la incorporación de las mujeres al mundo laboral”, explica.
Un contexto que permitió que el acoso se normalizara. Así lo vivió Eugenia Salazar (72): “Yo creo que en esos años, los 80, las situaciones de acoso o abuso no las veíamos tan claras. Que el jefe te piropeara era lo más habitual del mundo. Yo trabajaba en el área de ventas y mi uniforme era una falda tubo y tacos aguja. Así tenía que ir a ofrecer los planes a oficinas llenas de hombres. Aunque muchas veces me sentí mal con las miradas, nunca me lo cuestioné”.
En Chile, el primer caso sancionado bajo la Ley de Acoso Sexual ocurrió en marzo de 2005, poco después de su promulgación, el 8 de marzo de ese año. La denunciante, de 17 años, acusó a su jefe de acoso sexual y laboral en un local de comida rápida en Concepción. Esta ley, que modificó el Código del Trabajo, se limitaba a abordar el acoso sexual en el ámbito laboral. En ese entonces, cifras del Sernam señalaban que el 20% de las mujeres trabajadoras había sufrido acoso sexual.
Años después, en 2012, entró en vigencia la Ley de Acoso Laboral, que por primera vez definió el acoso como un comportamiento contrario a la dignidad de la persona. Además, incluyó el acoso como causal de término de la relación laboral, permitiendo al empleador despedir sin pagar indemnización. Antes, las empresas eran las que asumían las multas por los actos de sus trabajadores.
Sin embargo, esa ley no tuvo los resultados esperados. A principios de 2020 el Observatorio Contra el Acoso Chile publicó el informe Radiografía del Acoso Sexual en Chile, en el que se develó que un 28% de las mujeres encuestadas reconocía haber sufrido una situación de acoso sexual laboral.
Daniela Moretto (41): “En el mundo jurídico se ven muchas de estas situaciones. Una vez, con una compañera embarazada nos cruzamos en la calle con un juez que le dijo: ‘Qué linda esa guatita’, y luego agregó: ‘Y pensar que esa guagüita pudo haber sido mía’. Nos quedamos calladas, porque teníamos causas con él”.
Sofía Guzmán (29): “Creo que, sobre todo en ambientes que son masculinizados, como me pasó a mí, te enfrentas a acoso muchas veces. De hecho, me pasó, y mi jefe de práctica de la universidad para evitar que me volviera a pasar me aconsejó no mirar a los obreros a la cara”.
Paulina Jeria (44): “Viví algo similar. Lo hablé con mi jefe, pero en vez de actuar, me dijo que inventemos que estoy pololeando o que podían cambiarme de piso. En ese momento pensé que me ayudaba, pero hoy sé que eso no correspondía. Todas las medidas fueron contra mí, no contra él. Esto fue hace 10 años, cuando muchas callábamos por vergüenza. Creo que con la Ley Karin se tomarían otras medidas”.
Este año entró en vigencia la Ley N° 21.643 o también conocida como Ley Karin, una normativa que busca prevenir y sancionar el acoso y la violencia en el entorno laboral. Según la abogada Francisca Millán, lo más diferenciador de esta norma es que busca incidir en un cambio en las culturas organizacionales al avanzar en la problematización del abuso que a veces está normalizado. “Las formas en que las organizaciones han tenido que ir elaborando los protocolos para la aplicación de la ley son también con la participación de los trabajadores y las trabajadoras, entonces hay una sensibilización y eso debería influir, en el mediano plazo, en cómo se van modificando estas lógicas laborales”, concluye.
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