Cuando cumplí 20 años le pedí a mi mamá una torta con galletas sin azúcar y manjar light. Invité a un grupo de amigas a comer y en la mesa había panes pita partidos por la mitad rellenos con lechuga, quesillo y tomate. Cumplía una nueva década, pero en vez de querer disfrutar y celebrar comiendo rico, me preocupé de que no hubiera tentaciones que me hicieran engordar. Incluso, evité comer de más y me preocupé de que el resto comiera lo suficiente, o al menos mucho más que yo. Cuando tienes desórdenes alimenticios no solo quieres verte flaca, quieres verte más flaca que el resto, porque se trata de una enfermedad muy relacionada con el control, especialmente con el que ejerces sobre ti misma, tus impulsos y tu cuerpo.
Han pasado 12 años desde ese cumpleaños y puedo decir, con orgullo, que no sé cuánto peso. Sólo sé que soy saludable, que como lo que tengo que comer, con algunas salidas cuando me dan ganas o cuando celebro una ocasión especial, y que me mantengo activa haciendo deporte o caminando al trabajo todos los días. No me castigo con el ejercicio ni me arrepiento de lo que como: sé que poder entrenar es un privilegio y que comer rico es una fortuna. Pero llegar a este punto no fue fácil, al contrario, han sido 10 años de trabajo personal, donde he buscado y recibido ayuda y donde me he sorprendido al descubrir que puedo ser feliz sin importar cómo me vea.
Aún recuerdo mi punto más bajo. Fue un fin de semana de almuerzo familiar. En esa época tomaba cada mañana un fármaco anorexígeno que se usa para tratar la obesidad, a pesar de no ser obesa, y al menos tres laxantes antes de dormir, porque uno no me hacía efecto. De vez en cuando también tomaba un inhibidor de grasas. Y me pesaba todas las mañanas. Si había bajado un kilo podía comer más, pero si había subido mi dieta consistía en una sopa de tomate y un pote con champiñones.
Estaba en el baño cuando me vino un vahído. Ya había notado el aumento de los latidos por los fármacos que tomaba, pero al sentir que me iba a negro me dio susto de verdad. Y tuve que comer: con miedo, con rabia y en silencio. No puedo decir que en ese momento todo cambió, pero sí empecé a ver los problemas a largo plazo que esto me podía traer. Fue en la misma época que mi menstruación se puso irregular, y pensar en que esto podía afectar mis posibilidades de tener hijos en el futuro me preocupó.
Cuando dicen que la publicidad y las revistas para mujeres no influyen en la autopercepción de las mujeres, están tapando el sol con un dedo. Un estudio de Adimark realizado en 2018 arrojó que 94% de las encuestadas no se sentían identificadas con la publicidad y que el 100% ha sentido presión para ajustarse a algún ideal de belleza. En mi caso, además de la publicidad tradicional, estaban los foros, los videos de Youtube, los blogs y las comunidades online enfocadas a perder kilos. Bastaba poner palabras clave en el buscador para llegar a un agujero negro de información. De hecho, en 2006 se publicó el estudio investigando el impacto de los sitios web pro anorexia (Anna M. Bardone y Kamia M. Cass), en el que se invitó a mujeres universitarias a revisar este tipo de contenido online. Luego de ver estos sitios todas habían quedado con la autoestima dañada y relacionaban el subir de peso a algo negativo.
Y es que no solo veía mi cuerpo como algo imperfecto, sino que lo odiaba. Odiaba mis piernas, mis brazos, mi panza y mi pelo. Me miraba al espejo y me daba rabia, encontraba que todo era tan injusto. Iba al gimnasio a sufrir, a pasarlo mal en la elíptica, y me vestía para esconder la montaña de imperfecciones que escondía debajo de polerones.
Claramente estaba deprimida. Por suerte, mis papás fueron capaces de verlo y llevarme donde especialistas para que me ayudaran. Pero tomar pastillas para arreglar mi cabeza solo hacía que me sintiera más imperfecta, más incompleta.
Tres momentos me ayudaron a dar vuelta la página. El primero, cuando mi hermana, que en ese entonces iba al jardín infantil, dijo que no quería comer postre porque estaba a dieta. Recuerdo haberme sentido culpable e irresponsable por no haberme dado cuenta de que ella, quizás inconscientemente, quería ser como yo en lo bueno y en lo malo. Ahí empecé a cambiar mi vocabulario y mi comportamiento, al menos hacia afuera. Si yo era un problema sin solución, ella no lo sería por mi culpa.
El segundo fue cuando me llamaron para invitarme a un club de running. Empecé entrenando una hora, dos veces a la semana, y al principio con suerte podía trotar hasta la mitad de la cancha sin parar. Cuando crucé la meta de mis primeros 5K, en abril de 2013, descubrí que hacer deporte con un propósito que no era bajar de peso le quitaba el sufrimiento, el dolor y las frustraciones, y me daba un objetivo distinto: estar saludable para poder hacerlo mejor la próxima vez. Gracias a eso también empecé a dejar de fumar- aún lo hago muy ocasionalmente, pero no más de un par de veces al año-, y a alimentarme de tal forma que llenara de energía y nutrientes mi cuerpo para que fuera capaz de hacer todo lo que quería que hiciera. Gracias a eso terminé carreras de 10K, 21K, y actualmente me preparo para correr mi primera maratón completa a fines de este año.
El tercer momento fue cuando quedé esperando a mi hija mayor. Lo que sentí con mi hermana ahora lo siento potenciado a mil: quiero que ella sea saludable y fuerte, que no esté pendiente del peso ni de los postres que come, y que vea el deporte como una manera de pasarlo bien y no de sufrir. Pero además, me di cuenta de todo lo que mi cuerpo imperfecto era capaz de hacer: llevar en el vientre una niña que nació perfectamente sana, que la pudo alimentar hasta que ella quiso cambiar de dieta, y que es capaz de jugar con ella -y con su hermano-, incluso después de noches en vela.
No voy a mentir, cuando veo fotos de modelos en redes sociales me siguen dando ganas de tener esos cuerpos, pero intento alejar esos pensamientos apenas los identifico. Dejé de seguir cuentas que me hacen sentir mal conmigo misma, optando por otras que me inspiran: atletas, mamás, mujeres trabajadoras que siguen sus vocaciones. Porque si bien no puedo evitar la publicidad de la calle, sí puedo elegir lo que veo en mis redes, de la misma forma que elijo juntarme con personas que me inspiran a ser mejor, pero no perfecta.
No todos los caminos están relacionados con el deporte, y menos con la maternidad. Eso fue lo que me hizo sentido a mí y lo que marcó, a la larga, mi viaje personal. Creo que todas las mujeres que pasamos por algo similar y que logramos "salir" -lo digo entre comillas porque no hay días buenos y días malos- tenemos una ruta propia de aceptación y amor con una misma, pero también sé que existen muchas que actualmente están luchando, que cuentan calorías, que lo pasan mal. A ellas les quiero decir que son suficiente, que son capaces. Y que el reflejo en el espejo no define quiénes somos, ni menos quiénes podemos llegar a ser.