La semana pasada Chile fue sede de MICSUR, un evento cuyo objetivo es crear una plataforma para el reconocimiento de bienes y servicios generados por pequeñas y medianas empresas de las industrias culturales y creativas de la región. Además de Chile, participaron otros ocho países del continente: Argentina, Brasil, Bolivia, Colombia, Ecuador, Uruguay, Paraguay y Perú. En este contexto, Trinidad Zaldivar, historiadora y jefa de la Unidad de Creatividad y Cultura del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), fue una de las visitas más relevantes. Apasionada por promover talentos emergentes, como ella misma se describe, la experta visitó nuestro país tras pasar más de 9 años viviendo en el extranjero. Además, fue la protagonista de una charla sobre innovación y emprendimiento en las industrias creativas latinoamericanas.
En el encuentro se destacó el término de la economía naranja, un concepto que se refiere al conjunto de actividades económicas relacionadas con la producción, distribución y consumo de bienes y servicios culturales y creativos. Estos incluyen sectores como el arte, la música, el cine, la televisión, la publicidad, el diseño, la moda y hasta la arquitectura. Esta se caracteriza por su capacidad para generar empleo, riqueza y desarrollo económico a través de la creatividad y ha cobrado importancia en los últimos años debido a su potencial para impulsar el crecimiento en países en desarrollo, donde estos sectores pueden ser una fuente importante de ingresos y oportunidades de empleo.
“En el caso de Chile y nuestro continente, hay un mundo lleno de posibilidades, pero al mismo tiempo con enormes dificultades: algunas de esas por temas históricos, otras por la mentalidad con la que entiende el desarrollo del arte y la cultura. Hoy cabe preguntarse más que nunca cuál es el rol del Estado, cuál es el rol de los privados y cuál es el rol de los artistas. Y saber también de dónde surge esa fuga que hace que un sector que tiene una riqueza tan grande no despegue y tenga una mortalidad tan fuerte. Muchos artistas tienen que dejar sus carreras porque no pueden vivir de ella, no tienen seguridad social y las consecuencias son terribles. Se observa como a un sector aislado, pero necesita integrarse a una conversación comprensiva del desarrollo. Justamente creo que ese es el objetivo que me moviliza. Es un tema que no solo pasa aquí, sino que en casi todos los países”.
¿Cómo puede cambiar la percepción de la cultura a ser reconocida como un activo económico fundamental y que requiere inversión por parte de los gobiernos?
“Porque justamente es políticamente relevante. Es importante que la cultura se entienda como parte integral de las estrategias de desarrollo de los países, pero no solamente vista como un bien público, en el que deberíamos garantizar el acceso a sus consumidores, sino también porque es realmente un bien económico y eso es innegable. La gente que trabaja en el sector aporta a la economía, son parte de la economía, no es simbólico. No se queda en el aire. La cultura no es un gasto, es una inversión para los gobiernos. Este sector es altamente efectivo en la generación de empleo. Hoy no se puede pensar el futuro de otros sectores más tradicionales de la economía como la salud o el mundo de los videojuegos y la tecnología, sin integrar el diseño, por ejemplo.
Pasa también que en este relato popular hay un montón de trabajadores que están de alguna manera invisibilizados porque el sector mismo está invisibilizado: no se conoce ni cuánto aporta a la economía, ni quiénes forman parte de ella y claro, cuando tú ves que a nivel global el aporte es un 3% del Producto Interno Bruto, hay que detenerse, reflexionar y hacer un análisis”.
¿Cómo pueden los países latinoamericanos aprovechar su rica tradición narrativa y cultural para posicionarse a nivel mundial?
“La región latinoamericana es consumidora de contenido creativo, pero no está aprovechando plenamente su potencial como productora. De hecho, la mayoría de las películas en español y portugués que se muestran en plataformas de entretenimiento son realizadas en Portugal y España, dejando a nuestra región en una posición secundaria. A pesar de ser grandes narradores de historias, no hemos logrado liderar en la producción cinematográfica a nivel continental, lo cual sigue siendo una rareza. La falta de un ecosistema sólido y una industria cinematográfica estable contribuyen a esta situación. Por ejemplo, cuando grandes compañías llegan a filmar en cualquier país de la región, a menudo se enfrentan a la escasez de trabajadores capacitados en todas las áreas de la producción, desde vestuario hasta iluminación. Uno de mis proyectos favoritos que hicimos en BID fue en colaboración con el Ministerio de Cultura de Colombia y Netflix, para desarrollar habilidades necesarias para el siglo XXI en comunidades normalmente excluidas, como las zonas rurales, poblaciones afrodescendientes, indígenas o LGBT+. En conjunto, lanzamos una convocatoria para jóvenes en estas comunidades marginadas. La respuesta fue abrumadora, con más de 8.000 o 9.000 postulaciones para un grupo inicial de 1500 plazas. Tras un proceso de formación intensiva, seleccionamos a aproximadamente 100 a 150 jóvenes, quienes ahora están realizando pasantías en casas productoras en Colombia. Esta iniciativa no solo proporciona oportunidades de empleo a jóvenes talentosos, sino que también establece puentes entre el sector público y privado, fomentando la colaboración en la formación y empleo de talento local. Este enfoque no solo busca mejorar las oportunidades laborales, sino también fortalecer la identidad cultural y promover la inclusión en una industria que históricamente ha sido excluyente”.
¿Cómo pueden las políticas gubernamentales abordar de manera efectiva los desafíos del sector cultural?
“Cuando hablo de los desafíos del sector, estos pasan principalmente por la estructura del empleo. En su mayoría, las empresas son pequeñas, salvo algunas grandes como O Globo (televisión en Brasil). El sector está compuesto mayormente por microempresas, muchas veces unipersonales, así como por una importante cantidad de freelancers y un considerable grupo de trabajadores informales. Sin embargo, este no es el único sector de la economía con alta informalidad. No es apropiado estigmatizar esta situación, ya que no se debe únicamente a la reticencia de los profesionales culturales y creativos a formalizarse, sino también a las barreras que enfrentan. Formalizarse no es una tarea sencilla y requiere de un proceso educativo para comprender la importancia de hacerlo y los beneficios que conlleva. La composición del empleo también conlleva desafíos relacionados con la estacionalidad del trabajo. Pocos tienen empleos estables que duren todo el año, lo que dificulta el acceso a beneficios como pensiones y atención médica básica. Esta falta de continuidad y la intermitencia en el trabajo contribuyen a la precarización del sector. Es necesario abordar estos desafíos mediante políticas que promuevan la formalización y brinden apoyo a los trabajadores para garantizar condiciones laborales más estables y seguras”.
Ya no existe la histórica área dramática de TVN, ¿qué significa eso en términos culturales?
“Fue una pérdida para el valor de la identidad. Durante esa época todos consumíamos estos productos chilenos y nos encantaban. Nos reíamos con ellos porque reflejaban nuestra sociedad y presentaban personajes que recordamos con gran cariño. Además, era como vernos a nosotros mismos como sociedad, entendernos. Estos programas eran generadores de encuentros familiares. Nos sentábamos, conversábamos, nos reíamos. Había personajes que se convertían en íconos, que aportaban frases a la cultura popular, que representaban aspectos de la idiosincrasia chilena. Nos permitían reflexionar sobre nosotros mismos. Este capital humano, de un valor incalculable, no puede perderse. Actualmente esta industria se está moviendo hacia otras áreas, como la producción de series u otros formatos que también pueden impactar en distintos sectores de la economía, como la educación. Es importante no solo pensar en cómo expandir esto a otros ámbitos, sino también reflexionar sobre las implicancias de esta transformación”.
¿Cómo pueden las industrias creativas no solo contribuir a la creación de empleo, sino también impulsar el desarrollo económico y político?
“Desde el ámbito cultural, no hemos logrado demostrar su relevancia económica y política de manera efectiva. Muchas veces se piensa que “una vez que resolvamos los problemas reales, nos ocuparemos de la cultura”, sin comprender que esta última debe ser parte integral de las estrategias de desarrollo de los países. Las industrias creativas y la cultura no solo fomentan la creación de empleo, sino que también impulsan la utilización del talento y la adopción de nuevas tecnologías. Un ejemplo que me fascina es el caso de Corea. Durante su peor crisis económica, la crisis asiática de 1998, donde perdían alrededor de 10.000 empleos diarios, el gobierno tomó una medida completamente contraintuitiva: aumentar la inversión en cultura. Veinte años después, vemos a Corea destacando en los premios Óscar y su influencia abarcando un continente entero, desde la música hasta la moda y los productos cosméticos. Este caso ejemplifica cómo una apuesta temprana en la cultura puede tener impactos significativos en la economía y en la influencia global de un país”.
¿Cómo pasar de considerar la cultura un gasto a verla como algo significativo en el desarrollo económico y social?
“Es fundamental que tengamos datos y fortalezas para respaldar nuestra narrativa sobre la cultura, cambiando la percepción de esta de ser un gasto a ser una inversión tangible, respaldada por números concretos. Si consideramos la cultura como un activo inteligente para el desarrollo de los países, estamos en el camino correcto. Un ejemplo inspirador es el caso de la ciudad de Málaga en España, que en el año 2004 era subestimada como destino turístico en comparación con ciudades vecinas como Granada o Sevilla. El alcalde de Málaga, con una visión a largo plazo, decidió basar la estrategia de desarrollo de la ciudad en dos pilares fundamentales: cultura y nuevas tecnologías. Se desarrolló un parque tecnológico y se destinaron terrenos municipales para fines culturales. En un lapso de 12 años, se crearon más de 20 museos, una hazaña que ningún municipio podría realizar por sí solo. Actualmente, Málaga cuenta con una amplia oferta cultural que incluye el Museo Pompidou, el Museo Picasso, el Museo del Automóvil, entre otros.
Esta inversión cultural no solo transformó a Málaga en uno de los principales destinos turísticos de España, sino que también duplicó el ingreso per cápita de la ciudad en esos años. Países como Colombia también han invertido en la cultura y han experimentado un extraordinario desarrollo en industrias como la música y el cine. América Latina ha emergido en la escena musical global con géneros como el reggaeton y el trap, alcanzando audiencias en todo el mundo. Esta tendencia representa una oportunidad para capitalizar el talento joven y generar una industria sostenible en la región. Es esencial adaptarse a los nuevos modelos de consumo y difusión. Los fondos y políticas culturales deben enfocarse no solo en fomentar la producción, sino también en estimular la demanda. Estrategias como los vouchers culturales pueden incentivar el acceso a la cultura y generar audiencias comprometidas, que no solo contribuyen al desarrollo de la industria cultural, sino que también promueven la empatía y la comprensión del entorno social. La cultura no solo tiene un valor intrínseco, sino que también genera empleo, agrega valor a la economía y promueve sociedades más cohesionadas y empáticas. Es importante reconocer y valorar estas externalidades positivas al financiar iniciativas culturales”.