Desde chico supe que quería dedicarme a temas relacionados con la innovación. Si bien elegí una carrera tradicional cuando entré a la universidad, sabía que ingeniería me daba muchas opciones en cuanto a lo que podría hacer en el futuro. Fue en ese primer año de universidad cuando tuve un accidente en auto que me dejó tetrapléjico. Por varios años después de ese accidente, acepté las limitaciones que existían en ese minuto para las personas con una discapacidad como la mía. Seguí estudiando, trabajando y disfrutando mi vida. Pero siempre con la sensación de que habrían cosas que nunca más podría hacer.

Cuando salí de la universidad, decidí irme a estudiar un posgrado a otro país porque quería exponerme a una realidad diferente. Quería probarme a mí mismo y a los demás que si mi entorno no me ponía barreras, podía ser una persona completamente independiente. Con esta idea en mente partí a Berkley. La historia de esa ciudad universitaria en California está marcada por la inclusión; allí se gestó el movimiento por la discapacidad en la década del setenta. Ed Roberts, el primer alumno en ser aceptado en la universidad de Berkley teniendo una discapacidad, exigió en ese entonces recibir un trato igualitario para poder vivir una experiencia universitaria similar a la del resto de sus compañeros. El caso de Roberts visibilizó una realidad: el mundo no era un lugar inclusivo ni accesible, pero podía serlo si la mentalidad de las personas y las autoridades cambiaban.

Mi experiencia en Estados Unidos fue súper potente porque hasta ese momento yo me adaptaba y vivía mi vida como cualquier otra persona, pero asumiendo que habían cosas que no podía hacer. Estando en Berkley me di cuenta que podía ser independiente; moverme solo por la ciudad, andar en bicicleta, ir al gimnasio, incluso ir de camping los fines de semana. Como crecí en una familia muy activa, de niño practiqué todo tipo de deportes, desde fútbol y tenis hasta otros menos comunes como esquí acuático. Además, éramos muy buenos para organizar paseos y salidas. Por eso cuando tuve el accidente y supe que no iba a poder caminar, una de las cosas que más me dolió fue no poder participar en panoramas al aire libre.

La idea de adaptar lugares turísticos y hacerlos accesibles a personas con discapacidad nació porque los panoramas outdoors eran algo que yo veía restringido para mí desde que tuve el accidente. Los viajes y los deportes los había podido retomar, pero no así el turismo aventura. Recorrer la naturaleza era algo que pensé que no podría hacer en una silla de ruedas. Y me resigné a esa idea por hartos años, hasta que con un amigo –y mi actual socio, Camilo Navarro– empezamos a organizar paseos mientras estudiábamos en California. Allí visité varios parques nacionales y me di cuenta que la accesibilidad era total. Las reservas ecológicas y los lugares turísticos estaban abiertos a todos, y adaptados para recibir a personas con discapacidad. En una conversación durante esos paseos fue que surgió la idea de visitar las Torres del Paine cuando regresáramos a Chile. A fines de ese mismo año, cuando viajamos a pasar la Navidad con nuestras familias, nos compramos pasajes a Puerto Natales. A nuestro plan original, se sumaron tres amigos de Camilo, y yo me empecé a complicar un poco. Me daba lata echarle a perder el viaje a los demás porque solo podríamos visitar los lugares a los que yo pudiese llegar. Para evitar que eso pasara, me puse a investigar cómo lo podíamos hacer para recorrer el parque. Así fue como encontré una silla especial para hacer trekking que fabricaban en Francia. El problema era que la silla era cara y traerla a Chile, aún más. Ahí nos dimos cuenta que en Torres del Paine nadie había hecho el recorrido de la W completo en silla de ruedas, así que nos propusimos esa meta y contactamos a distintas marcas que pudiesen estar interesadas en financiar el proyecto.

Cuando partimos el viaje, éramos un grupo de ex compañeros de colegio con la idea de hacer algo que no se había intentado hacer antes, pero terminamos siendo más de diez personas. Se sumaron varios otros amigos nuestros y gente que no conocíamos, quienes quisieron participar sacando fotos y haciendo videos para registrar lo que estaba pasando. Nunca voy a olvidar el día que partimos el recorrido. Como era una aventura que pensé que no iba a poder vivir, permanentemente le pedía a mis compañeros que paráramos para poder observar los paisajes y absorber lo que estaba viendo. Y no solo fue una experiencia inolvidable para mí, sino que también para los que viajaron conmigo. En un momento pensé que iba a ser un cacho para, pero se generó una dinámica muy especial entre todos nosotros porque poder ayudar a otros a lograr una meta es algo muy gratificante, y que no siempre tenemos la oportunidad de hacer. Nuestra historia se viralizó y mucha gente nos contactó porque estaban interesados en repetir la experiencia. Así nos dimos cuenta de que no sólo nosotros teníamos esta inquietud. Había muchas más personas con una discapacidad en otros lugares de Chile y del mundo que estaban interesadas en vivir aventuras como ésta.

A partir de este viaje, se nos ocurrió replicar la idea en otros destinos turísticos como Isla de Pascua, Machu Picchu y el valle de Cochamó. Así nació Wheel The World. Nuestro sueño es ser un referente de turismo accesible. Para eso trabajamos en conjunto con operadores turísticos locales, nos encargamos de entender cuáles son las necesidades de la persona que viaja en cuanto a su discapacidad y se lo transmitimos a quienes prestan los servicios turísticos en el destino. Sabemos lo que significa viajar con una ceguera, una tetraplejia o con parálisis cerebral. Estamos a cargo de esa organización y de capacitarlos para que puedan prestar el servicio de forma segura. Hemos logrado armar un modelo de negocio que permite que los equipos que hacen el destino accesible, como sillas especiales para la playa o sillas de trekking, sean financiadas con aportes de empresas que creen en la inclusión y que los equipos queden a disposición de los operadores que reciban a personas con discapacidad.

El primer paso una vez que elegimos un destino es visitar el lugar. Probamos los recorridos, investigamos las distintas opciones y evaluamos cómo podríamos solucionar los problemas de accesibilidad que nos vamos encontrando. Cuando contactamos a alguien en algún destino que queremos volver inclusivo, generalmente la respuesta es dudosa: 'pucha no', 'nunca lo hemos hecho' o 'no creo que vaya a funcionar'. Hay reticencia a lo nuevo, temor a lo desconocido. Pero nuestra misión es ir y cambiar esa mentalidad. Casi siempre lo logramos. Vamos al lugar con un grupo personas con distintos tipos de discapacidad. Los guías nos ayudan a subir y bajar de los autos, literalmente nos empujan cuesta arriba para llegar a la cima del cerro, y terminan ellos tan emocionados como nosotros. Se genera un vínculo tan especial que quedan comprometidos con el programa y la propuesta. Hay veces que no resulta y que tenemos que cambiar de operador. Pero esas veces son las menos.

La clave para acercarse a las personas es quitarle el drama a la discapacidad. Hay muchos estereotipos y creencias erróneas en torno a este tema, porque a una persona con discapacidad no hay que tenerle pena, ni tratarlo como un 'pobrecito'. Porque no estamos deprimidos. Me ha pasado que gente me ve en la calle y me da una moneda, porque asumen que a una persona en silla de ruedas solo le queda pedir plata. Creo que los jóvenes entienden de mejor forma la discapacidad porque hemos avanzado harto, pero todavía en nuestro país siguen existiendo muchas barreras. Si yo quisiera irme al centro de Santiago usando el transporte público, me demoraría cuatro veces más de lo que se demora otra persona. Escalones, rampas demasiado inclinadas o inexistentes, escaleras, baños no aptos, la lista es interminable. A pesar de eso, cuando salgo a la calle y me encuentro con algún problema, siempre hay personas dispuestas a ayudarme, y eso no sucede en todas partes. Si a esa disposición y a esa preocupación por el otro, que es muy propia de los latinos, le agregamos la infraestructura adecuada, conciencia y accesibilidad, seríamos capaces de generar un país que sería una potencia en términos de  inclusión.

Desde que partí con la idea de Wheel The World, he recibido mucho apoyo de mi entorno. Yo estaba seguro de lo que quería hacer a pesar de que era territorio desconocido, y de que en muchos sentidos este proyecto era nadar contra la corriente. Hemos logrado generar una comunidad en torno al turismo inclusivo y el objetivo es habilitar el mundo para que las personas que viven con una discapacidad lo podamos explorar sin límites. Soy un convencido de que la discapacidad no está realmente en nosotros, sino en las barreras que nos impone la sociedad.

Álvaro Silberstein (33) es ingeniero civil, amante de las actividades outdoors, el deporte y fundador de Wheel The World (www.gowheeltheworld.com