Fue en un viaje de trabajo dónde conocí a Nicolás. Una mañana caminaba apurada al salón del hotel donde se realizaría la primera conferencia pues estaba por comenzar la actividad y yo había olvidado el cable de mi computador en la habitación. Nos encontramos en ese pasillo. Me preguntó si necesitaba algo, le dije que necesitaba un cable, que ni siquiera estaba segura de que el enchufe del mío fuese compatible con el del hotel. Me ofreció acompañarme a la habitación, para ayudarme con el problema. Me puse nerviosa, pensé que estar los dos solos en esa habitación sería una situación muy íntima para dos perfectos desconocidos.

Pero no fue solo esa escena la que me puso incómoda, sino que lo que percibí en su mirada. Le dije que no se preocupara, que yo lo resolvería. No insistió, pero su acercamiento me estremeció. Tiempo después cuando le pregunté por ese encuentro, me confesó que el día anterior en la cena de bienvenida me había visto y que desde ese momento sintió un impulso por acercarse.

Ese viaje terminó en un romance fugaz que, pensé, terminaría el día en que yo pisara nuevamente suelo chileno, pues él vive en otro país. Yo estaba casada y él también, y eso nunca fue un problema porque no había, en un comienzo, otras intenciones. Para mí era la primera vez que ocurría algo así. Jamás había sido ni pensé que sería infiel. Pero ocurrió.

De vuelta en mi rutina intenté perder completamente el contacto, pero no pude. Desde ese viaje, empezamos un romance que duró alrededor de cinco años. La mayor parte del tiempo hablamos por videollamadas, pero también hubo viajes. Con la excusa del trabajo, nos juntamos una o dos veces por año.

Pensé muchas veces en terminar mi matrimonio e irme con él. Lo pasábamos muy bien juntos. Cada vez que nos veíamos el tiempo pasaba volando; o mejor dicho, era como si el tiempo se detuviera. A pesar de la distancia, la química se mantenía viva, y aunque desde un comienzo dejamos claro que esto no pasaría de una relación de amantes, nos comenzamos a confundir.

Hablamos de terminar nuestros matrimonios y estar juntos, pero al final siempre había algo que me detenía o que me amarraba a mi familia. Simplemente no me atreví.

Con mi marido teníamos una relación buena, sana, de muchos años. Siempre fuimos muy cómplices, nos reímos mucho, lo pasábamos bien juntos; el problema es que en el último tiempo ese tiempo juntos, a solas, ya casi no existía.

Quizás si mi relación hubiese sido mala, entonces me hubiese separado. Pero yo me sentía y me siento bien con mi marido, no quiero estar lejos de él, creo que nos hacemos bien, somos un gran equipo.

Amar a dos personas al mismo tiempo

A veces con mis amigas conversamos de esto. No soy la única a la que le ha pasado. Pensamos en si es posible amar a dos personas al mismo tiempo. Llegamos a la conclusión de que uno no puede esperar todo de una persona, menos si llevas años juntos. Que a veces conocer a otra persona y construir un vínculo diferente puede ser hasta sano. Lo que hoy llaman relaciones abiertas, me imagino.

Y es que la crianza, la casa, las cuentas, en fin, la rutina pasa la cuenta. A nosotros con mi marido nos pasó. Nos distanciamos emocionalmente. Los dos estábamos muy metidos en nuestros trabajos, llegábamos tarde y estaban los niños. Olvidamos cómo ser pareja. De hecho durante algunos meses estuvimos “separados”. No se fue de la casa por los niños, pero decidimos dormir separados y darnos el espacio para pensar si estar juntos era lo que realmente queríamos.

Ese tiempo lo extrañé mucho. Ahí recién pude observar mi relación paralela y me di cuenta de que en realidad no era tan perfecta como yo creía. Uno tiende a idealizar a los amantes porque son vínculos discretos; uno se ve cuando se siente bien, no hay casa, ni cuentas, ni niños de por medio. Pero, como diría mi madre, ‘otra cosa es con guitarra’. Y creo que con mi marido hemos logrado una melodía casi perfecta; las desafinaciones también son parte del asunto.

Ha pasado tiempo desde que dejé de ver a mi amante. Al final opté por mi marido. Es rico salir, hacer cosas, arreglarse, ver a alguien cuando uno se siente bien. Esos momentos fueron mágicos. Pero cuando tuve tiempo y la posibilidad de visualizar bien el panorama completo, me di cuenta de que lejos lo que me hacía más feliz era lo que había construido dentro de mi casa.

Julia tiene 47 años y es ingeniera.