“Julio y yo nos conocimos en San Pablo, un pueblo pequeño en el sur cerca de Osorno. En ese tiempo ni siquiera alcanzaba a ser un pueblo, era más bien una villa y solo había dos colegios. Uno de hombres y otro de mujeres. No recuerdo exactamente, pero debe haber sido en algún acto en el que se juntaron ambos colegios en el que nos vimos por primera vez. Éramos muy niños. Teníamos 11 años.
Creo que yo le gusté primero porque fue él quien me mandó saludos. Después empezó a mandarme cartas con amigos que me las entregaban cuando yo iba camino al colegio. Así fue como empezamos a conversar. En un principio fue una relación de amigos porque éramos muy niños. Ya más de grandes se convirtió en pololeo. Recuerdo que él tomó la iniciativa y cuando supe que estaba interesado en mí, ahí recién empecé a considerarlo como más que un amigo.
Cuando yo tenía 13 años Julio se fue a vivir a Santiago y solo venía a pasar los veranos a San Pablo. Mantuvimos nuestra relación a distancia por varios años. Cuando cumplí 16 tuvimos que terminar porque él dejó de pasar sus vacaciones en el sur y nunca más nos volvimos a ver.
Pasaron los años, entré a la universidad, me casé, tuve dos hijos, me fui de San Pablo y me separé. Nunca más volví a saber de él. Ni siquiera a través de amigos o conocidos. No sabía si seguía en Santiago, qué había hecho después de terminar el colegio. Tampoco supe, si también se había casado o si tenía hijos como yo.
Durante muchos años no sentí la curiosidad de averiguar. Quizás alguna vez recordé esa época de infancia, a los amigos de esos años, a Julio y esa relación de adolescentes. Pero estaba preocupada de mi vida y mi prioridad eran mis hijos. Nunca se me ocurrió preguntar qué había sido de su vida. Hasta que, 10 años atrás, cuando tenía 55, decidí hacerme una cuenta de Facebook. Veía que casi todos mis amigos tenían una y me pareció entretenido poder conectarme con mi familia y retomar antiguas amistades. Para ese entonces yo ya estaba viviendo en Valdivia y una de mis hijas me ayudó a crear el perfil. Así empecé a buscar contactos. Facebook me sugirió a Julio Quiroga, mi ex de infancia. Al tiro decidí enviarle un mensaje para asegurarme que era él y no solo un alcance de nombre. Le pregunté si era Julio de San Pablo y me contestó casi de inmediato que sí. Le mandé una solicitud de amistad, esta vez tomé yo la iniciativa.
Empezamos a conversar y surgió el tema de que yo viajaría a Santiago a visitar a una de mis hijas. Él insistió en que nos viéramos y estuvo muy pendiente de cuándo llegaría, de dónde iba a estar. El mismo día que llegué nos vimos en el departamento de mi hija. Yo estaba muy ansiosa porque no sabía con quién me iba a encontrar. ¿Se vería ya un hombre viejo? ¿Se parecería al Julio que yo conocí? ¿Qué habría sido de su vida? ¿Estaría casado? ¿Tendrá hijos? En ese momento si que todas esas preguntas empezaron a pasarse por mi cabeza.
Cuando nos vimos, él estaba tal como yo lo recordaba. Obviamente no era el mismo niño que yo había conocido pero seguía teniendo la misma sonrisa. Sus gestos, su forma de reir y de actuar eran las mismas. El hombre con el que me reencontré era el mismo que yo recordaba.
Me volvió a gustar desde ese reencuentro pero nunca pensé que volveríamos a estar juntos. Ese día me invitó a comer a un restaurant y después fuimos a tomar un trago. Al día siguiente volvimos a juntarnos y al siguiente también. Y así todos los días que yo estuve en Santiago. Después me vino a ver a Valdivia y finalmente nos quedamos juntos.
Cuando éramos niños recuerdo que lo que más me gustaba de él era su alegría, lo entretenido que era y que, además, lo encontraba encachado, mino. Ahora sigue siendo ese mismo hombre optimista. Me gusta porque hace de los momentos y las cosas más sencillas algo grato y alegre. Pero ahora, además de eso, se ha convertido en un excelente compañero y amigo. Es muy atento y protector conmigo. Eso me encanta.
Por mucho tiempo pensé que no me iba a volver a enamorar. Si bien la separación de mi ex marido fue cuando yo todavía era joven y en buenos términos, después de ese quiebre mi foco estuvo puesto en la crianza de mis hijos. Cuando esa etapa terminó, tuve algunas relaciones pero nada serio. Por hartos años me dediqué a cuidar de mi mamá porque su salud no le permitía vivir sola. Ella estuvo para mí en todo momento cuando yo la necesité mientras mis hijos eran chicos y fue mi pilar. Cuando ella me necesitó a mí estuve feliz de poder acompañarla. Todo eso llenó mi vida con actividades y nunca me vi en una relación más comprometida, pensé que me iba a quedar soltera.
Actualmente llevamos nueve años de relación. Él se vino a vivir a Valdivia conmigo. Esta eso sí, nadie le pidió pololeo a nadie, las cosas simplemente se dieron. Como si hubiese sido algo que naturalmente tenía que ser.
Adriana tiene 65 años y es Profesora de Historia.