Un consejo que pasó de moda: siempre depilada
Mi mamá me dijo que me ponga el polerón, no le hice caso y me dio frío. También me dijo que me respete a mí misma para que me respeten y siento que soy una mujer fuerte gracias a eso. Nuestras mamás nos han dicho muchas cosas, de las cuales hemos aprendido y que nos han hecho crecer. Este Día de la Madre en Paula invitamos a nuestras lectoras a compartir esos consejos que nuestras madres nos han entregado a lo largo del tiempo y que han definido nuestras vidas.
Quiero partir aclarando: mi mamá tiene 72 años, es de una generación en que las mujeres ni siquiera se planteaban la idea de si estaba bien depilarse o no, simplemente lo hacían. Las cosas ya no son así, hoy las mujeres sabemos que nos depilamos por una imposición cultural, porque la publicidad en algún momento instaló la depilación como una necesidad femenina, y que la aparición de prendas como la minifalda y el bikini terminaron por crear la construcción social de que un cuerpo sin pelos es sinónimo de atractivo y sensualidad.
Hoy la decisión de depilarse es de cada mujer. Pero en la década que nací y sobre todo en la que fui adolescente –los 90– el mandato de “andar siempre depilada” era inquebrantable.
En mi caso, vino siempre de mi mamá. Ella más de alguna vez me dijo “hija, no puedes llegar al doctor sin depilarte” o “hija, tienes que estar siempre depilada, porque una nunca sabe si le pasa algo en la calle, un accidente o cualquier cosa”. Para ella, que otra persona la viera con pelos, era casi una falta de respeto. De hecho, creo que yo nunca le vi un pelo. Sólo las veces que, en la casa de veraneo, con mis tías, hacían una especie de Aquelarre y entre ellas se hacían las manos, se teñían el pelo y se depilaban.
Yo adopté esa misma costumbre. No salgo ni a la esquina sin depilarme, aunque obviamente no considero que una mujer que no se depile sea una falta de respeto, eso me parece una estupidez; cada quien hace con su cuerpo lo que quiere y los pelos son naturales. Lo que pasa es que el mandato pesa, y cuando una crece con una idea fija, ya después cuesta cambiarla.
Aunque racionalmente sé que la depilación es parte de un estereotipo de belleza que se ha construido socialmente, y que nos han impuesto, apenas me empiezan a salir pelos siento las miradas de la gente y tengo que depilarme. No puedo evitarlo. Para mí es una contradicción a la que no le he podido ganar. O quizás tampoco he querido.
Pero volviendo al consejo de mi madre, hoy que ya soy una mujer adulta, lo recuerdo igual con risa y ternura. Es que sé de dónde viene, y no es más que de su amor y su cuidado. Me veo a mí misma chupeteándome el dedo para sacarle la mugre de la cara a mi hijo cuando vamos de visita a otra casa, y pienso que es lo mismo: uno siempre quiere que los hijos estén bien, y que se vean bien.
También puedo identificar su miedo a que me molestaran por ser peluda. Reconozco haber sentido ese temor también con mi hija de 9 años, con la que muchas veces he conversado sobre el tema, dándole la posibilidad de que tome la decisión que la haga sentir más cómoda: sacarse o dejarse los pelos.
Eso sí le agradezco a mi mamá, que aunque su consejo, más que consejo parezca una imposición, abrió el tema entre nosotras, pues recuerdo a compañeras de colegio que sufrían porque se consideraban peludas y sus madres no las escuchaban; u otras a las que nunca siquiera les hablaron de depilación –ni les ofrecieron opciones para depilarse como a mí– que se avergonzaban a tal punto de sus pelos, que ni siquiera se atrevían a pedirle un consejo a su mamá, entonces se pasaban la gillette sin agua, con la piel seca, y se hacían mucho daño.
El consejo de mi madre hoy puede estar super pasado de moda, pero yo lo sigo recordando y atesorando en mi mente y en mi corazón. No porque con él aprendí a depilarme, eso es lo de menos, sino por la segunda lectura que hago de él: y es que ella sólo quería protegerme, cuidarme y que me sintiera bien conmigo misma.
Comenta
Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.