Un diploma en una mano, mi guagua en la otra
Mi hija nació un mes antes de que defendiera mi tesis. Aunque logré aprobar, desde entonces no he podido ejercer como profesora general básica, porque me he concentrado en la carrera más importante de mi vida: ser madre.
Me enteré de que tenía tres meses de embarazo cuando estaba terminando el primer semestre de mi último año de carrera (2022). Yo estudiaba Pedagogía General Básica y me encontraba en un año de demasiada carga: preparar mi tesis, mi práctica profesional y cursando los últimos ramos.
Fue algo difícil de asimilar, porque yo ya estaba atrasada en terminar mi carrera, entonces el embarazo abría la posibilidad de atrasarme aún más. Además, sacando cuentas, mi bebé nacería cerca del término del semestre, así que la incertidumbre de saber si iba a poder o no, se comenzó a sentir.
Aunque ser madre estaba en mis planes con mi pareja, lo habíamos pensado para un futuro más estable, cuando tuviéramos nuestra casa y yo estuviera ejerciendo como profesora. A pesar de los temores, con el apoyo de mi familia y mi pareja, seguí adelante.
El primer semestre fue estresante, pero el segundo fue caótico, porque terminé el año con una panza gigante, al extremo de que en el último examen del semestre, antes de rendir mi tesis, mi mamá me tuvo que acompañar, porque ya estaba en las últimas y podía parir en cualquier momento. Incluso, yo di ese examen y una semana después nació mi hija.
El alivio de haber entregado mi tesis y aprobado todos los ramos se mezclaba con un nuevo nivel de estrés: en menos de un mes debía defenderla. Me obsesionaba la idea de que tenía que obtener el título para demostrarle a mi hija que podía ser alguien de quien sentirse orgullosa. Sin embargo, los primeros días como madre fueron tan agotadores que apenas recuerdo ese periodo. Mi tiempo se iba en cuidar a mi bebé y cualquier momento libre lo usaba para descansar.
A pesar de todo, logré defender la tesis cuando mi hija cumplió un mes. Fue muy simbólico ese momento en el que me entregaron el diploma, lo tomé con una mano y en la otra estaba mi guagua. Pensé durante años en ese momento, cuando comenzaría mi camino profesional y resulta que ahora, en vez de un camino había dos: mi profesión y mi maternidad. Como si hubiese parido ambas cosas al mismo tiempo.
Pero tuve que elegir. Y es que si bien sentí alegría y alivio al graduarme en la carrera que amo, el camino después no fue el que planeé. Tenía la idea de empezar a trabajar al año siguiente, cuando mi bebé cumpliera un año, pero no pude enviarla al jardín.
Tuve que hacer el duelo de no poder dedicarme a lo que había soñado, no digo que sea una decisión fácil; postergar esa parte, mi carrera profesional, cuando esa fue una meta durante años, resulta frustrante. Pero con el tiempo entendí que podía mantenerme conectada con mi vocación. Empecé a dar clases particulares, lo que me permitió vivir la pedagogía de otra manera mientras cuidaba a mi hija. Me di cuenta de que no todo tiene que ser tan extremo y que es posible encontrar un equilibrio.
Hoy, con mi hija de dos años y esperando a mi segundo bebé, miro hacia atrás y entiendo cuánto aprendí en el proceso. Este embarazo, sin la presión de la universidad y con una mayor estabilidad, me permite disfrutar más plenamente. Estoy convencida de que en el futuro podré ejercer como profesora y que, cuando llegue el momento, mis hijos serán parte de esa etapa, quizás estudiando en el mismo colegio donde yo haga clases.
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