Cuando tenía 21 años, Jimena Colombo quedó embarazada. Desde que lo supo, su vida se transformó completamente. Sus pensamientos se centraban en ese futuro hijo o hija. Cuál sería su nombre, cómo reestructuraría sus horarios, cómo sería su pieza. Cómo sería, finalmente, mamá.

En los días que siguieron, ella continuó entablando una relación con el bebé que recién gestaba. Hasta que sufrió un aborto espontáneo, algo que ocurre con entre 10 y 20% de las mujeres embarazadas.

Durante años, Jimena vio cómo no se reconocía su duelo, solo por ser distinto de otras pérdidas. Como lo que se perdía no era exactamente un ser querido con quien se había compartido tiempo y vivencias terrenales, sino más bien una relación simbólica y sensorial en el mundo interno de la madre, este duelo simplemente no era entendido por terceros.

Hasta que escribió su libro “Espontáneo” (Trayecto Editorial, 2021), para el cual entrevistó a más de 20 mujeres y recordó historias de su madre y abuela, quienes también sufrieron aborto espontáneo. De alguna forma, dice Jimena, el libro fue una manera de racionalizar este tema que había vivido, hasta entonces, desde la emoción.

“A partir de escribir, recabar antecedentes, reunir entrevistas, he entendido el aborto espontáneo de otra manera. En esa línea, siento que cualquier iniciativa que viene a apoyar a las madres hace un aporte, porque visibiliza el tema y lo instalan en el debate público”, afirma.

Para ella, su libro era una forma de cerrar una etapa, hacer su duelo. Algo todavía muy complejo en esta materia, pese a la aprobación de la Ley Dominga.

Iniciativas

Escribir e ilustrar ha sido la herramienta que muchas mujeres han encontrado para contar cómo sufrieron su pérdida de embarazo.

Un ejemplo es la reconocida artista británica Tracey Emin, quien sufrió dos abortos en la década de los 1990, que pronto fueron retratados abiertamente en sus obras, como en la serie “Aborto: cómo se siente”, que se divide en la obra “sangrando por los ovarios”, “violada” y “diciendo adiós a mamá”.

En 2018, por ejemplo, se hicieron virales en redes las declaraciones de la ilustradora española Paula Bonet. En su Instagram, publicó su “autorretrato en ascensor con embrión con corazón parado”. “Es acojonante que nadie lo cuente con la cantidad de casos que existen: cuando se trata de nuestros cuerpos todo son tabúes”, escribió entonces.

Más recientemente, las declaraciones de la modelo Vanesa Borghi también emocionaron a la web: perdió a su hija Clara tras seis meses de embarazo. “Mi corazón se desgarra de dolor y no existen palabras para explicar lo que siento. Me invade la pena, la angustia y un sinfín de sentimientos que me agotan, me dejan sin fuerza. Fueron los seis meses más lindos de mi vida y gracias a vos, me di cuenta que existe un amor sin límites, más allá de todo lo imaginable”, escribió en su cuenta de Instagram.

Otro de los casos más destacados de los últimos años es el libro “Tienes que mirar” (Impedimenta, 2020), de la periodista y escritora rusa Anna Starobinets. En este, relata en primera persona cómo fue pasar de la felicidad absoluta a la desilusión al enterarse de que su feto tenía una enfermedad que no le permitiría sobrevivir en caso de que el embarazo avanzara.

Después de vivir una serie de episodios de violencia obstétrica en su país, Anna viajó a Alemania para tener un aborto terapéutico por inviabilidad. Allá, tras perder a su hijo, las matronas le recomiendan mirar al feto para poder lidiar con su duelo posterior. “Tienes que mirar”, le dicen. Pero ella no acepta. Y luego se arrepiente.

Recomendaciones

Especialistas en duelo maternal dicen que, en el shock que significa perder a su bebé, muchas madres no quieren ver su cuerpo, ni guardar las ecografías. Pero después, la ausencia de despedida y de conversaciones con sus seres cercanos al respecto dificulta el proceso de elaboración del luto.

Fue lo que ocurrió con Anna. Aunque rechazó mirar a su hijo y se deshizo de los documentos que mostraban que algún día había estado embarazada de él, después de un tiempo se arrepintió. Sufrió durante meses y decidió hacer un pequeño entierro para el bebé. Este relato, en su libro, es uno de los momentos más emotivos.

Los psicólogos explican que sostener el bebé en brazos y/o tener imágenes suyas ayudan en el proceso de duelo, porque este pasa primero por el reconocimiento del ser vivo que partió.

Es importante que los padres y también los profesionales de la salud lo tengan en cuenta.

De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, el cuidado inmediato y respetuoso del duelo -incluyendo el gestacional o perinatal- debería formar parte de la rutina de todos los profesionales sanitarios. Pero no todas las personas tienen la oportunidad de pasar por un proceso de duelo saludable y evitar la ansiedad o la depresión. Es más, cuando el embarazo finaliza en una fase temprana, los afectados no suelen ser vistos como padres que perdieron a sus hijos.

Por eso, actualmente se llevan a cabo diferentes iniciativas para apoyar a las madres que perdieron a sus hijos.

En Reino Unido, por ejemplo, las matronas están obligadas a ofrecer a las mamás que vean y/o sostengan sus bebés. También les preguntan si quieren una foto o recuerdos de ellos, como pelitos y/o la digital de sus pies. Además, son visitadas -días después- por una enfermera especializada en luto, un servicio ofrecido por el NHS (de salud pública). Las enfermeras están entrenadas para hacer un registro y/o trabajan junto a ONGs que ofrecen fotografías y apoyo profesional.

De acuerdo con la BBC, esta es una normativa nacional porque los médicos, matronas, enfermeras y psicólogos se dieron cuenta de que muchas mujeres, en el momento del shock y del sufrimiento, deciden no relacionarse con su hijo fallecido y, a consecuencia, entran en un loop de culpa por no haber estado con su guagua, no haberla mirado o guardado un recuerdo. No haberse despedido adecuadamente.

Hacer lo que le haga bien

Para Jimena Colombo, lo más importante es que las madres puedan tomar las propias decisiones sobre qué hacer -o no- con respecto a sus pérdidas.

“Es importante entender que no todas las mujeres que viven una pérdida lo sufren. Para algunas, eso es parte de la naturaleza y lo viven comprendiendo eso. Es importante destacar esto, para que la pérdida tampoco esté secuestrada por una mirada conservadora, con la idea de ‘pobrecita, sufrió mucho’. No siempre es así. Y, si lo es, que cada madre lo pueda vivir de la manera que quiera”, plantea.

Macarena Aguayo tiene 36 años, y en febrero de 2020, a sus 33, quedó embarazada. En abril de ese mismo año sufrió un aborto espontáneo.

Si bien valora iniciativas como la que se está tomando en Reino Unido, en su caso no sabe si accedería a fotos o ecografías porque sería “aumentar el dolor”. “En lo personal me parece un poco morboso esto de estar mirando continuamente ecografías”, sostiene.

En su caso, sí hubo mucho dolor. Vivió el duelo en solitario, en plena pandemia, en compañía de su marido, de su hijo de cinco años y de su familia. Pero fue un duelo que vino a sopesar después, porque sufrió una gran hemorragia: tenía 1.700 ml de sangre en su útero y en el hospital le dijeron que si no la operaban de urgencia, o si se hubiese tardado un día más en acudir el recinto, se moría.

“En el momento estaba este impacto de que podía haberme muerto, podía haber dejado a mi hijo que en ese entonces había cumplido cinco años”, cuenta. Además, vivió una serie de negligencias en el proceso: ningún doctor logró detectar que tenía un embarazo ectópico; en ningún momento se le ofreció ayuda psicológica; tras la operación, le insistieron en que, a partir de ese instante, era prácticamente infértil, que iba a ser muy costoso volver a intentar ser mamá.

En su opinión, los padres (o parejas que no conviven con la guagua en su útero) también deben ser considerados al momento de la contención del duelo. “Para mi esposo también fue complejo, porque él también estaba buscando este embarazo. Además, estuve en riesgo, y él tampoco recibió ayuda de ninguna parte”, concluye.

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