Paula 1154. Sábado 16 agosto de 2014.
El biólogo norteamericano David George Haskell escogió un lugar en medio del bosque cerca de donde vive, en Tennessee, y durante un año escribió un diario a partir de su experiencia como observador. El resultado es el fascinante ensayo En un metro de bosque, que invita a sorprenderse de verdad con la enorme complejidad de la vida.
"Ver un mundo en un grano de arena / y un cielo en una flor silvestre". La invitación del poeta inglés William Blake a fines del siglo XVIII es la misma que hacen los monjes budistas cuando componen sus mandalas con arenas de colores: percibir la enormidad del universo en una pequeña fracción de lo real. Inspirado por esta contemplación de orden mística, el biólogo David George Haskell se propuso descubrir la vastedad de la vida en un pedazo de tierra montañosa: "¿Podemos ver todo el bosque a través de una pequeña ventana de hojas, piedras y agua? He intentado encontrar la respuesta a esa pregunta, o el principio de una respuesta, en un mandala hecho de bosque primario. El mandala del bosque es un círculo de un diámetro algo superior a un metro. Escogí la ubicación del mandala durante un paseo sin rumbo fijo por el bosque, al encontrarme una piedra en la que uno se podía sentar".
Durante un año, Haskell asistió periódicamente a su piedra y a su metro cuadrado para conocer las manifestaciones de vida y reflexionar sobre ellas. El resultado es el sorprendente ensayo En un metro de bosque (Turner), en el que este profesor universitario describe con precisión científica y creatividad poética las complejidades que suponen las existencias individuales y sus relaciones: líquenes, musgos, pájaros, mariposas, orugas, ciervos, musarañas, hongos, hormigas, gusanos, flores y una infinidad de formas vitales, desde el copo de nieve –maravilla que permite al torpe ojo humano conocer la organización primordial de la materia– hasta una roca enorme. La naturaleza se manifiesta así en toda su bondad y perversión, en el equilibrio difícil y en la explotación cruel, y permite al observador reflexionar sobre el desarrollo de las especies, ver en qué lugar se pueden situar los humanos, y también poner en duda los dogmas ecológicos y económicos que amenazan la libertad de la vida por todas partes.
En un momento del invierno pleno, a varios grados bajo cero, Haskell se saca toda la ropa para intentar sentir el frío que soportan los animales y las plantas: se da cuenta de que tras un par de minutos podría perecer. Con acciones de este tipo puede comprender la maravilla de los pájaros que se quedan quietos para guardar energía y sobrevivir, o la magnificencia de del mundo vegetal, que es capaz de volver a brotar luego de estar a punto de congelarse. Y, por supuesto, nos explica con detalles los procesos biológicos que lo permiten. Un poco después, el nombre que se le da a una flor, la hepática (por los supuestos beneficios estomacales anunciados por los curanderos hace siglos), le sirve a Haskell para reconocer que lo que él puede ver está condicionado por la cultura, "de modo que solo en parte veo la flor; el resto de mi campo visual lo ocupan siglos de palabras humanas". Intentar desarmar lo que imponen esas palabras y esa cultura, tener como única respuesta el asombro, es lo que ofrece este libro que invita a mirar el mundo de nuevo, como nunca antes se ha visto. Es probable que el lector inicie una nueva relación con la naturaleza a partir de la lectura.