La casa de mi nona quedaba en la calle Curanipe, desde el Ñuñoa de los sesenta en adelante. Luego de una reja baja y un camino de asfalto y piedritas que conducían directo a la puerta de entrada, nos esperaban un par de patines de tela de algodón para lustrar el piso de parquet y deslizarnos al refrigerador que, al abrirlo, arrojaba una luz pálida sobre nuestras sonrisas desprovistas de paletas. La saludábamos con un “hola nonita”, y ella nos sonreía sentada al lado de una tasa de té, con sus lentes a media nariz, posando el Selecciones del Reader’s Digest en sus rodillas para decirnos, “¡sin ensuciar!”. La casa de la Nona, era la Nona: lo era su silla mecedora, la caja con fotografías antiguas, la centrifugadora -ese extraño robot-, las calas al fondo del patio, así como la bodega creada, porque era difícil botar el pasado o había espacio para conservarlo.
En este octubre, mes instituido como el de la salud mental, ha venido a mí la casa de la nona Xenia, sus cinco hijos, sus diecisiete nietos y nietas, y un puñado de bisnietos y bisnietas, todos y todas recorriendo la casa de Curanipe.
La salud mental, para cada persona, es como el recuerdo de mi nona. Digo, es al menos un lugar y una persona en nuestra niñez en que alojamos lo que el psicoanalista húngaro-inglés, Peter Fonagy, llama confianza epistémica. Este, que puede sonar un rimbombante concepto, tiene de fondo la simpleza de lo frágil y de lo duradero.
La confianza epistémica es una disposición que desarrollamos gracias a experiencias tempranas de relaciones seguras que nos permiten aceptar y confiar en la información y el conocimiento -episteme-, que obtenemos del entorno, de los otros significativos, de quienes son figuras de apego. En otras palabras, implica la capacidad de considerar creíbles los contenidos de todo tipo -incluidos los cuidados y afectos-, que recibimos de personas, de instituciones e incluso de la cultura. Esta confianza constituye la base de la salud mental -así como el parquet de la casa de mi nona-, ya que sostiene nuestra percepción y manera de relacionarnos con el mundo, de interpretar lo que nos sucede y, en última instancia (en el mejor escenario), participa de nuestro desarrollo psicológico sano, incluidas las capacidades de imaginación, creatividad, juego, disfrute y de formación de relaciones empáticas.
Lo opuesto a la confianza epistémica es la desconfianza generalizada. Ocurre cuando se crece en entornos donde las figuras de apego, las personas significativas, son incoherentes, difíciles de predecir, poco confiables o ejercen violencia. El resultado, en el mejor de los casos, puede ser el crecimiento con una autoestima disminuida, con dificultades para relacionarse consigo mismos/as, para manejar la incertidumbre y el estrés, y una mayor propensión a la ansiedad o depresión.
Eran principios de los ochenta. Recuerdo que en la casa de mi nona me la pasaba armando y desarmando una muñeca rusa de madera. Yo, sentada en la alfombra imitación persa del living, a la altura de los zapatos de taco y mocasines de las tías y tíos que conversaban, reían y a veces discutían. Hablaban mucho de política, pero más aún de la familia, de dónde veníamos, anécdotas, de quiénes ya habían nacido, de sus trayectorias vitales, de los que habían fallecido. Fonagy dice que la confianza epistémica no solo es responsabilidad de individuos ni asunto de información de relevancia individual, sino además tiene como base esencial la dimensión social. La confianza también es transmitida grupal y culturalmente -en los almuerzos familiares, las celebraciones, en la escuela-. Una relación de apego insegura con un o una cuidadora principal, puede ser suplida o reparada por otra u otras personas significativas -hermanos y hermanas, primos y primas, tíos y tías, docentes, amistades-. A su vez, la confianza en las y los otros, nos permite aceptar o considerar nueva información fundamental para aprender dentro de un grupo y crecer en términos interpersonales, incluso más allá de los aprendizajes tempranos.
Como es de suponer, entonces, la confianza epistémica es fundamental para el desarrollo de una salud mental resistente y resiliente ante situaciones adversas y estresantes. Posibilita el movernos en el mundo de manera más efectiva, discernir entre información interpersonal útil y perjudicial, y establecer relaciones saludables con nosotras y nosotros y con las demás personas. Cultivar y restaurar la confianza epistémica –aunque esté alojada en los individuos y en el lugar que les hace significativos–, es un asunto de interés y responsabilidad intergeneracional, social y pública, de la misma forma que lo es la salud mental. Es, de alguna manera, la construcción de un lugar, una cultura, para habitar el bienestar y acceder a un desarrollo psicológico saludable de responsabilidad mutual.
Algo así como la casa de mi nona.
*Alemka es Directora de la Escuela de Psicología UDP, Investigadora CEPPS y MIDAP.