Una chica Gilmore
Cuando empecé a ver Gilmore girls me consideraba una 'Rory'. Era tímida, pasaba el tiempo leyendo libros gordos, idealmente en inglés –porque al igual que ella era una adolescente snob y no me daba cuenta–, y quería estudiar periodismo. Compartía su grandilocuencia y las ganas de ser algo más, de cambiar el mundo con una grabadora en mano. Igual que la niña símbolo de Stars Hollow, era daltónica frente a mis privilegios, sentía que me merecía –y que el mundo me debía– un escenario para mostrarme, y que si no me aplaudían de pie era porque, sencillamente, no me entendían ¿Y cómo me iban a entender en un 'pueblo chico' si yo le hablaba al mundo? Pasó el tiempo y con los años llegaron la perspectiva y el darme cuenta de que quizás yo no estaba llamada a ganar el Pulitzer ni a terminar con el hambre en África, pero eso no es tan malo. Sí llegaron las responsabilidades y las cuentas, pero también la noción de que no soy el mesías que el mundo esperaba. La pregunta cambió a ¿qué espero yo del mundo? Y así fue como me convertí en una Lorelai, una mujer que pese a estar amarrada a la realidad por tener una hija, quiere vivir, viajar, comer rico. ¡Disfrutar! Creo que la madurez significó para mí ponerle un filtro de humor a la vida.
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