“A los dieciocho años conocí a Felipe y sentí que hubo una atracción inmediata, pero ninguno se atrevió a dar el primer paso. Él era amigo de mis tíos y siempre nos veíamos en las reuniones familiares, entonces dimos paso a un juego en el que lo éramos todo y a la vez nada. Nuestra relación comenzó con encuentros furtivos que nos acercaban cada vez más, y con el tiempo supimos que debíamos estar juntos. El 2020 decidimos vivir en pareja y proyectarnos con metas en conjunto.

Con 23 años egresé como ingeniera en construcción, algo que me apasionaba desde pequeña. Y una vez titulada, tuve la suerte de encontrar trabajo de inmediato, pero la rutina me agotó; llegaba a las once de la noche a mi casa, veía a mi pololo media hora al día, las tareas eran monótonas, no me sentía realizada ni mucho menos contenta. Estaba más delgada, me costaba conciliar el sueño o sentía que no descansaba. En realidad, estaba en la encrucijada de que tenía plata pero no felicidad.

Hace meses venía rondando la idea en mi cabeza de tener mi propia casa rodante. Le conté a Felipe y como él es circense, le encantó la idea. Nos propusimos comprarla entre los dos y que fuese nuestro patrimonio sin importar lo que pasara. Y es que desde que nos conocimos somos basta un gesto o mirada para descifrarnos. Él es un partner incondicional, mi refugio cuando estoy angustiada y esa persona que te acompaña en la idea más loca sin juzgarte. El plan, entonces, era encontrar una casa rodante y crear un circo.

Buscamos por cielo mar y tierra, vimos avisos todos los días y se transformó en una misión exhaustiva. Algunas escapaban de nuestro ideal o el precio era elevado, otras estaban demasiado lejos para ir a buscarlas en remolque. Hasta que una madrugada, alrededor de las cuatro, Felipe se me vino a decir con los ojos empapados de lágrimas: “Nicole, encontré un taxi bus en Chillán, es ideal para lo que queremos y vale un millón de pesos”. No lo podíamos creer, funcionaba perfecto, podíamos restaurarla sin grandes complicaciones y estaba a dos horas de nuestro domicilio. Al día siguiente, emprendimos rumbo a lo que sería nuestra nueva casa y nos convertimos en los auténticos trabajadores de nuestro sueño, la bautizamos como “Home on Wheels”. No era la casa rodante que buscábamos, pero sí un taxi bus que adaptamos para este propósito. Nos preocupamos de instalar luz, agua, cocina, baño, dormitorio, entre otros espacios, como un pequeño toldo para los días de sol.

Sin embargo, admito que no ha sido tarea fácil. En el camino se presentaron varias dificultades como quedar parados en la carretera y muchas veces quedamos sin luz. Una de las más cómicas fue cuando queríamos ver un partido amistoso de Chile y teníamos una televisión que me regaló mi hermana en mi cumpleaños. Nunca supimos si hubo goles o no porque se cortaban las transmisiones cuando los anunciaban. También nos pasó que en el último viaje que hicimos a la casa de mi mamá se pincharon las ruedas. Fue un día soleado que viajamos desde Concepción hacia Antuco, en ruta, sentimos que el manubrio temblaba, algo andaba mal, coincidió que los días anteriores había temblado y no lo asociamos a una falla del vehículo. Por curiosidad, paramos a ver que pasaba y el neumático estaba reventado, dando sus últimos gritos de auxilio; nos reímos como unos niños. En el camino, un chofer nos auxilió.

Reconozco que la idea del circo fue una epifanía, desde hace un tiempo me propuse aprender malabares por mí misma, también me reencontré con el hula hoop, ese baile que recuerdo de los pasillos del colegio porque no me resultaba, pero ahora controlo con facilidad. Para este plan solo veo ventajas y no impedimentos; mi pololo es circense, creció en la industria del circo y si nos dedicamos al 100 %, puede ser un proyecto extraordinario.

Así es como en este tiempo montamos un show encabezado por Felipe que hace trucos de magia y yo lo acompaño con baile, malabares y animación. Tratamos de hacerlo entretenido, que la gente quiera volver en primera fila. Ahora estamos organizando los preparativos para irnos de gira por Licanray un mes. Dada la pandemia y evaluando los permisos de circulación, la posibilidad de funcionar como circo de atracciones no es viable, así que iremos como carrito para vender algodón de azúcar, palomitas o fotografías.

Pese a las situaciones adversas que hemos vivido como compañeros de viaje, hemos aprendido tanto el uno del otro que no se compara a mi antigua vida. Creo que esta conexión de unirnos como pareja por un proyecto de vida en común es una experiencia única. Y de verdad, aunque suene cliché, luchar por tus sueños y dedicarte a ellos puede transformar tu vida de un momento a otro. Esta vivencia me enseñó que de nada sirve tener un trabajo estable si no eres feliz.

Además, esta nueva entrada económica de trabajar en el circo nos permite mantenernos bien y, sin exagerar, gano lo mismo que antes, pero con un ritmo de vida mucho más flexible y relajado. La diferencia es que como es nuestro proyecto, debemos ser mucho más organizados. Realmente considero que el amor que le pones a tus metas y propósitos puede ser la mejor decisión que se toma en la vida.

Nicole Campodonico (23) es ingeniera.