"Empecé a escribir Una madre la noche exacta en que me di cuenta y fui consciente de que llegaría un día en mi vida en que no iba a tener a la mía". Angélica, la madre del escritor español Alejandro Palomas, es chilena, el motor de su novela Una madre y casi un reflejo de su protagonista, Amalia. Su último trabajo narra la historia de una familia, inspirada en la suya, donde es fundamental la figura materna, que a sus 65 años ha logrado reunirlos para cenar la noche de Año Nuevo. "Nosotros hemos sido muy maternos y nos hemos criado en un pequeño Chile. Crecí tomando once, con todas las costumbres y expresiones chilenas, comiendo bocadillos de palta cuando en España no tenían idea qué era el aguacate".
¿Cómo es crecer con una madre chilena en un país europeo?
Es complicado. Piensa que mi mamá no solo es chilena sino que también albina. Vivíamos en Barcelona pero nos mudamos a un pueblo de la costa pequeñito y mi mamá hablaba muy extraño para ellos. Ella además era y sigue siendo una mujer peculiar, en su mundo, buena e inocente. Siempre tuve una madre especial, lo difícil fue crecer con una madre tan especial y que hablaba de esa manera. Y ella no ha perdido en absoluto el acento chileno después de 50 años.
¿Qué tanto tiene la protagonista de tu propia mamá?
Los arquetipos sobre los que he construido son mis dos hermanas, mi madre y yo. Y Amalia es muy mi madre en cuanto al carácter, las reacciones, a cómo ve la vida y lo inocente y confiada que es. Admiro mucho a mi madre para escribir. Cada vez que habla es para grabarla, con dos horas te sale una novela porque dice unas cosas que dices '¿cómo puede ser posible que alguien tenga esta dinámica cerebral?' (ríe). Es muy divertida, me reí bastante cuando escribía. También me lo lloré un poco con algunas escenas, pero me reí mucho, mucho. Y esa era una de las cosas que me daban miedo porque pensaba que la gente no iba a entender mi sentido del humor. Pero es lo que más engancha de la novela.
¿Ella leyó el libro?
Sí.
¿Y cuál fue su opinión?
Me dijo una cosa muy heavy cuando terminó de leer, que fue: "Cómo me gustaría tener una amiga como Amalia" (ríe). Le dije: "A ver, mamá... tú, ¿cuántas mujeres albinas de 65 años, con tres hijos como nosotros, con una perrita como la tuya, con un apartamento como este, con una terraza y con una plaza como estas, conoces?", y me respondió: "Yo, ninguna". Le dije: "¡Tú, te conocemos a ti!"
¿No se dio cuenta?
No (ríe). Vivió en la negación absoluta. Y luego dijo una cosa que me mató: "Pero, ¿sabes qué? Yo nunca voy a ir ninguna presentación de tus novelas porque me da miedo que alguien quiera conocerme y se dé cuenta de que yo no doy la talla". Y nunca ha ido. A mi madre no le da vergüenza la exposición sino que piensen que Amalia es mejor que ella.