Paula 1111. Sábado 22 de diciembre de 2012.

Meditan, hacen yoga y taichí. Aprenden sobre budismo y filosofía oriental. Son estudiantes de Sicología de la Universidad del Pacífico y están entrenándose en el enfoque transpersonal (que significa "más allá de lo personal"), bajo los lineamientos del doctor Héctor Bazán (71), el director de la escuela.

Bazán está en su oficina y un grupo de estudiantes entra a conversar con él y con Mabel, su secretaria, que trabaja ahí hace 10 años, cuando él fundó la escuela. Todos los que estudian y trabajan en el lugar comparten la misma onda, incluso Mabel, que hizo un diplomado en Sicología en la misma escuela. "El doctor es tranquilo y sencillo", dice con admiración. "Tiene muchos seguidores, pero nunca ha tenido un gesto de sentirse superior con nadie. Tampoco da entrevistas. Lo llaman harto, pero no le gusta aparecer".

En efecto, Bazán se cuida, y mide cada palabra que sale de su boca. Sabe que mucha gente puede considerar que su enfoque es demasiado alternativo, porque "aunque esta apertura viene de los años 60, aún siguen imperando los paradigmas científicos racionales", afirma. Aunque también está consciente de que hoy está emergiendo un nuevo movimiento de apertura, y que incluso en las empresas, hoy se usan técnicas como la meditación para mejorar las relaciones laborales y el rendimiento. Por algo pudo instalar su mirada en la universidad, donde publicó el libro Una visión posible (2003) y también mostrar sus planteamientos en el libro Cartografías de la psicología contemporánea (Lom, 2008).

"Me preocupa que en las familias y los colegios no se estimule a los niños a conocerse a sí mismos. Tampoco se educa al conocimiento de la naturaleza, que es donde uno puede reconocer a su ser esencial. Creo que esa es la gran causante del sufrimiento, la pérdida de contacto con uno mismo, con los demás y con la naturaleza".

Esta es la única escuela de sicología en Chile que, desde hace diez años, forma alumnos en la corriente transpersonal. Un movimiento que surge a finales de la década de los 60 y tiene, entre sus fundadores, al siquiatra checo Stanislav Grof –que investigó los estados alterados de conciencia y los efectos de las drogas sicodélicas– y al norteamericano Abraham Maslow, pionero en explorar "experiencias cumbres", como los transes místicos o incluso en sesiones de meditación, donde la persona puede sentir que traspasa sus propios límites y se conecta con seres de otra dimensión. "En meditaciones mis alumnos tienen ese tipo de experiencias", asegura Bazán. "Desde el referente clínico puro podría decirse que esa experiencia es sicótica o una experiencia de tipo religiosa. En cambio, la mirada transpersonal la considera como un fenómeno de expansión de conciencia y lo usa como herramienta de sanación".

Ser estudiante de su escuela de sicología no es nada light: el nivel de exigencia es alto. En el proceso de aprendizaje, los alumnos adquieren los conocimientos académicos propios de sicología, pero, además, aprenden filosofía oriental y se someten ellos mismos a un trabajo de sanación cuando egresan. Además, se les anima a que sigan hábitos saludables de alimentación y ejercicio, pues el enfoque considera una unidad entre cuerpo y mente, en la cual los factores corporales inciden directamente en el estado mental. En estos momentos, hay 300 alumnos estudiando en la escuela que dirige Bazán y cinco generaciones de egresados que se formaron con estos lineamientos.

LA CUARTA FUERZA

El surgimiento de la visión transpersonal coincide con un cuestionamiento generalizado hacia las ciencias instaladas, que se da desde todas las disciplinas académicas. Otros científicos, como el fallecido neurobiólogo Francisco Varela, también en los 60 y 70 intentaron superar lo que denominaron "el reduccionismo científico", que en vez de integrar los distintos aspectos de la persona los divide según un esquema dualista, tratando el cuerpo y la mente como entidades separadas y reduciendo todo a explicaciones racionales o que muchas veces se quedan cortas frente a la complejidad de los fenómenos de la vida. "El reduccionismo es una camisa de fuerza que equivale a torcerle todas las alas que tiene el pájaro y meterlo a una jaula dualista, que calce con el dogma", dijo Varela hace unos años en entrevista con Cristián Warnken, apelando a la necesidad de un pensamiento holístico.

Al interior de la sicología, hay consenso en denominar a la corriente transpersonal como "la cuarta fuerza". La primera sería el sicoanálisis, que sienta las bases del inconsciente; la segunda es el conductismo, que pone el acento en la conducta; la tercera es el humanismo, que se centra en las posibilidades de crecimiento de la persona como un ser en permanente evolución. "La mirada transpersonal, de hecho, deriva del humanismo, ya que esas posibilidades fueron expandiéndose hacia algo que supera la dimensión biológica y se abre a la trascendencia", explica Bazán. "Por eso la escuela está centrada en una visión humanista-transpersonal: se trata de una concepción del ser humano que integra su espiritualidad".

La visión de Bazán reconoce y utiliza los modelos científicos más instalados –como el sicoanálisis o el cognitivo conductual– pero acusa sus limitaciones y se interesa en ir más allá, abarcando también fenómenos síquicos que superan la explicación racional. "Pero el sicoanálisis es un referente fundamental", aclara Bazán. "Las descripciones que hace de las etapas primarias de la vida y de los traumas primarios son sumamente válidas. Nosotros partimos de eso, pero buscamos una salida trascendente. El sicoanálisis solo reconoce el subconsciente, mientras que la teoría transpersonal habla también de un supraconsciente, que permitiría conexiones con fenómenos que superan los límites de la experiencia estrictamente personal".

TRAYECTORIA ACCIDENTADA

El sufrimiento y la enfermedad son, para los transpersonales, oportunidades de cambio de vida, avisos para enmendar el rumbo. Para ellos el paciente es un buscador. "Cuando alguien llega ansioso o deprimido está, consciente o inconscientemente, en una búsqueda de sí mismo. Y esa búsqueda, finalmente, es siempre espiritual", afirma. El terapeuta, en este enfoque, también debe ser un resiliente buscador, y así se siente Bazán. Dice que a los 14 años tuvo su primera crisis existencial: tenía mucha inquietud espiritual y estaba conflictuado entre la idea de ser cura y el sueño de ser médico. En esa época alucinó con la historia del evangelista Lucas, que leyó en la novela El médico de cuerpos y almas, que la inglesa Taylor Caldwell escribió en los años cincuenta. Lucas es considerado por la Iglesia Católica el santo patrono de los médicos y dentistas: precisamente, las disciplinas por las que más tarde él transitaría.

Tras salir del colegio las crisis se sucedieron: "Estaba siempre en la dialéctica entre la insatisfacción y la búsqueda", dice ahora. Como no quedó en Medicina, entró a Odontología y no lo soportó. Se cambió a Medicina y se tituló como cirujano en la Universidad de Chile. Era bien considerado y sus profesores lo motivaban para que hiciera cirugías complicadas, del cerebro o del corazón. Pero eso tampoco lo convencía: "Sentía que la visión de los pacientes era muy mecanizada y que no se consideraban sus aspectos más profundos". Entonces, en los años 60, ingresó a la prestigiosa cátedra de Siquiatría del doctor Armando Roa, en la misma universidad, donde se formaron destacados siquiatras, que también ampliaron la mirada más allá de la medicina tradicional, como Rafael Parada, Rafael Vergara, Jorge Sapiain y Adriana Schnake.

Motivado por una inquietud insaciable, a finales de esa década tuvo su tercera crisis profesional. "Si bien la formación con Roa era amplia y hacíamos diagnósticos muy elaborados, seguía sintiendo que no entraba en la interioridad del paciente, que no lograba realizar un verdadero proceso de sanación", cuenta. Por eso abandonó también ese camino y se lanzó a experimentar por otros lados. El movimiento hippie y la crítica al modelo occidental fueron el paisaje en el que se desplegaron sus inquietudes. Era la época del movimiento Arica, liderado por el boliviano Óscar Ichazo, al que pertenecieron muchos sicólogos y siquiatras que estaban explorando caminos alternativos (como Claudio Naranjo), pero también artistas y personas de distintas áreas. Allí se practicaban técnicas de yoga y meditación y se llamaba al descubrimiento del "ser esencial".

Bazán no perteneció al Arica, pero fue muy cercano al grupo. Como ellos, exploró ejercicios de expansión de la conciencia y también tuvo experiencias con drogas sicodélicas como el LSD. "Tomé como una búsqueda terapéutica, pero rápidamente me di cuenta de que no era el camino. Algunos compañeros tuvieron problemas, derrames, aneurismas. Ahora no uso ni recomiendo ninguna droga y encuentro riesgoso experimentar con ellas".

A poco andar, conoció las flores de Bach y se metió con método y disciplina a estudiarlas. Descubrió que a través de esta terapia también se modificaban los estados de conciencia, pero no a la manera de un viaje alucinógeno, sino de forma más lenta y profunda y sin correr ningún riesgo. Al mismo tiempo, desarrolló la práctica del yoga y la meditación, convirtiéndose en un maestro de ambas disciplinas.

No fue fácil, pues tuvo la resistencia de sus colegas, que le decían "el yerbatero". "En ese tiempo nadie se interesaba en las flores de Bach. Me tocó ampliar la mirada de mi especialidad y por eso mis pares me decían así, pero lo sentí como un privilegio. Ser yerbatero es lo mejor que me puede habar pasado", dice con humor.

Le fue muy bien: ya casado (con la misma mujer que sigue hasta hoy), tenía su consulta llena y aplicaba con éxito sus terapias. Pero el destino le impuso la prueba mayor: sanarse a sí mismo. A mediados de los años 80, cuando lo chocaron en auto. Cuenta, que al momento del accidente, parecía que no había sufrido daños, pero un tiempo después comenzó una rara enfermedad que lo dejó limitado durante casi 20 años. "Cuando me chocaron, después de ir a la urgencia médica, volví a mi casa, porque no me encontraron nada visible. Pero después aparecieron síntomas neurológicos. No podía escribir, no podía tocar piano, no podía hablar porque perdí la voz. Vi a 34 médicos, nadie entendía lo que tenía; algunos dijeron que era depresión y me daban remedios que me hacían peor aún. Como siquiatra, yo sabía que no era eso", explica, "En realidad, era la expresión de una crisis espiritual profunda y radical, que me sacó violentamente del mundo, me hizo meterme para dentro y revisar todas mis categorías".

Para sanarse aplicó todo lo aprendido y, en los noventa, hizo varios viajes a la India, contactándose con una maestra espiritual. "Me metí a meditar y a investigar mucho la profundidad de los caminos de Oriente. Es ahí cuando fui a la India. Me llevaron en silla de ruedas porque no podía casi hablar ni moverme. Allá hice un trabajo interno muy fuerte. Y, de a poco, logré salir. Puedo decirte que hay gente que ahora me ve y no me reconoce".

Usted habla de la crisis y de la enfermedad física y mental como síntomas de una búsqueda espiritual.

Absolutamente. El sufrimiento es síntoma de la búsqueda de uno mismo y debe ser escuchado y atendido. Es un mensaje que te está hablando y te dice que lo que estás haciendo es equivocado. Eso es todo. Estás en un error. No es que estés actuando "mal", sino que en contra tuya. ¿Por qué? Porque estás en un lugar que no te corresponde, estás con una relación afectiva que te hace mal pero la mantienes porque no te atreves a terminar, no te atreves a irte, o a cambiar de carrera o de trabajo. La enfermedad tiene un sentido espiritual, que siempre es la búsqueda de uno mismo, del ser esencial que somos. Yo puedo decirlo, porque la conozco de primera mano.

"El sufrimiento es un mensaje que te dice que estás haciendo algo equivocado, en contra tuyo. ¿Por qué? Porque estás en un lugar que no te corresponde, con una relación afectiva que te hace mal o en un trabajo que no te atreves a dejar".

¿Cree en Dios?

Creo que todas las personas compartimos una esencia divina, que es el ser esencial. Pero no es un dios que está fuera, sino dentro de nosotros. Y también nos trasciende, porque va más allá de lo personal: es una esencia que compartimos con todos los seres vivos.

ACADÉMICO Y TERAPEUTA

En 2003, tras una lenta recuperación, Bazán volvió a ponerse de pie y estaba dispuesto a emprender su último desafío: comunicar su experiencia. Seguía meditando y, una de las personas que practicaban con él, resultó ser la hija del dueño de la Universidad del Pacífico. Ella, que es educadora, comenzó a aplicar los conocimientos de Bazán en su área y, luego, lo contactó con el vicerrector académico. Bazán le contó su idea y, para su sorpresa, cayó en tierra fértil. "Es una universidad muy abierta", dice. "Piensa que este edificio donde funciona la Escuela de Sicología era el Paseo San Damián y luego se transformó en un lugar de estudio. La misma arquitectura es distinta y hay mucho interés por explorar cosas nuevas".

¿Y cómo ha sido su proceso de haber dejado la academia y ahora volver a ella?

He debido superar algunas resistencias, porque al comienzo lo que yo planteaba era muy nuevo. Aún en la academia imperan modelos científicos, entonces cuesta aplicar criterios de medición a los fenómenos transpersonales, que superan la lógica racional. Pero siento que hay una mutua adaptación. Yo he recuperado las herramientas científicas de mi formación como médico y siquiatra, y en el currículo de la universidad se enseñan todas las disciplinas académicas, sobre todo el sicoanálisis, que es la base de la siquiatría. Y, por otra parte, las flores de Bach, la meditación, el yoga, son cosas que se han ido incorporando y que hoy mucha gente utiliza.

Tanto es así que no solo usted logró instalarlo en la universidad, sino que ahora está dando esta entrevista para un medio masivo.

Sí y me da mucho pudor. Yo nunca doy entrevistas, me da plancha. Pero bueno, la cosa se está abriendo, y hay que aceptarlo con humildad.

¿Pero usted se sigue sintiendo como un médico?

Absolutamente. Soy médico. Pero lo que importa es desde dónde ejerzo la medicina, desde dónde veo al ser humano, si lo veo como una máquina o si lo veo desde una dimensión organizada por el espíritu. Pero no dejo la clínica. Yo hago diagnóstico y espero que no se me escape un tumor cerebral.

¿De repente alguien llega a su consulta deprimido y lo que tiene es un tumor cerebral?

Puede pasar, y uno tiene que darse cuenta de eso. Porque en la siquiatría hay muchas patologías mentales que derivan de lo orgánico, del hipotiroidismo, de las suprarrenales u otros orígenes orgánicos. Y yo, como médico, me he mantenido al día con eso.

¿Cómo operan las flores de Bach en esta búsqueda de la propia esencia?

Son un pilar fundamental. Las flores desarrollan la conciencia, cambian tu forma de pensar, cambian tu motivación. Uno las va aplicando según la etapa de evolución de la terapia. Las flores trabajan a un nivel muy profundo. Para modificar el comportamiento y las sensaciones, hay que trabajar la conciencia.

¿Usted no receta antidepresivos?

En caso de que la persona llegue muy mal, puede usar, pero lo receto por poco tiempo, unos seis meses, como máximo.

¿Y por qué no más tiempo?

Porque la enfermedad es un lenguaje que nos está hablando y tenemos que descifrar. No hay que matar al lenguaje: hay que escucharlo.

Pero en el mundo actual la gente tiene que ser productiva y no hay tiempo de ponerse a oír ese lenguaje

Si la depresión te invade y es muy profunda, hay que controlarla, sin duda. Aquí hay que cuidar la vida de la persona, no ser dogmático. Hay que estar abierto a lo que te propone la situación terapéutica. Si en algún momento me proponen que debo usar un medicamento yo lo uso, poco tiempo, y paralelamente sigo usando otras herramientas.

¿Puede combinar antidepresivos con flores de Bach?

Absolutamente, son cosas que no interactúan, porque funcionan en otro nivel energético. Además, uso otros recursos terapéuticos, como homeopatía, fisoterapia, dieta.

¿Les da una dieta a sus pacientes?

No, los voy llevando a que descubran qué les hace bien. Hay algunas cosas que son muy claras. La carne, el alcohol, el cigarro, la trasnochada son, obviamente, elementos que alteran la conciencia. Hay que hacer algunos cambios de hábitos, para que la conciencia pueda instalarse de una manera más armónica en el ser. Pero esto no es una escuela de moral, sino de salud global, física y espiritual. Entonces es un camino que la persona va recorriendo y esos cambios van surgiendo. No se pueden imponer. La persona va descubriendo lo que le hace bien y yo lo voy acompañando.

¿Y la meditación?

La aplico en distintos niveles, según el paciente. Pero en todas las terapias uso técnicas de meditación, para relajar a la persona y que sea capaz de desarrollar la introspección y a observarse a sí mismo sin juicio. Es la autoconciencia.

Si usted tuviera que hacer un diagnóstico espiritual del Chile, ¿qué le preocuparía?

Es difícil decir eso, porque yo no soy sociólogo y me carga botarme a gurú. Pero puedo decir que hay un descontento general y una búsqueda fuerte y creo que el problema pasa por la educación. Pero ya no tanto por el acceso, o los costos, sino por su contenido. Me preocupa que la educación siga pegada en un paradigma estrecho científico de hace 400 años. Me preocupa que en las familias y los colegios no se estimule a los niños a conocerse a sí mismos. Tampoco se educa al conocimiento de la naturaleza, que es donde uno puede reconocer su ser esencial. Creo que esa es la gran causante del sufrimiento, la pérdida de contacto con uno mismo, con los demás y con la naturaleza.

Entonces la gente se angustia y no sabe por qué.

Exactamente. Estás sufriendo porque no sabes. ¿No sabes qué? No sabes quién eres tú.

Y esa falta de contacto consigo mismo, ¿qué consecuencias tiene?

Todas. La primera es la pérdida de energía, cansancio, agotamiento, falta de sentido de lo que estoy haciendo, falta de motivación, fines de semana agotadores, televisión, traguito, comida, salir, pérdida de contacto con los amores más cercanos, con los hijos, parientes, amigos, soledad, pena, angustia, sufrimiento. Esa es la cadena. Son síntomas que se ven con frecuencia.

¿Cómo se puede revertir ese proceso de desconexión?

Justamente aprendiendo a leer esos síntomas. El sufrimiento es una puerta importante. Si uno sabe leer el sufrimiento como un mensaje para revisar la vida, ahí se abre un camino. Para eso hay que atreverse. ·