Paula 1161. Sábado 22 de noviembre de 2014.
El último libro del escritor español Javier Marías Así empieza lo malo, parece una novela como las que ya no se escriben: no solo es larga y reflexiva, sino que cuenta una historia íntima de desdichas, con el tono sombrío del que ilumina una época incierta.
Para los españoles un libro nuevo del madrileño Javier Marías (1951) es el acontecimiento literario de la temporada, y nadie espera poco. Es miembro de la Real Academia y uno de los cronistas más agudos y respetados del país, además de traductor y editor célebre. Después de sus magistrales novelas Corazón tan blanco, Mañana en la batalla piensa en mí, Negra espalda del tiempo y la trilogía Tu rostro mañana, que le han valido los más importantes premios literarios –menos el Nacional de Narrativa en 2012, que rechazó como crítica al gobierno del derechista Partido Popular–, las largas narraciones que publica sin apuro cada dos o cuatro años, entran inmediatamente al canon. Son libros exigentes que, sin embargo, se pueden leer de un tirón, con la fascinación de entrar en mentes complejas que llevan una relación intensa con el lenguaje primero y con la vida después, y que lo despliegan con abismante pulcritud y soltura.
Así empieza lo malo anuncia un tono mucho más lúgubre que su entrega anterior, Los enamoramientos, una de sus novelas más exitosas y populares (y la única narrada por una mujer), pues no se puede decir que sea más ligera, aunque hable de amores posibles. Esta vez se encarga de la minuciosa –casi asfixiante– narración de un joven secretario sobre la desdichada vida del escritor al que asiste junto a su inefable e irresistible mujer. Están en la España de los 80, que despierta del horroroso letargo franquista y que se libera a costa de dejar guardados los secretos más ominosos y vulgares. Se trata, entonces, de una historia íntima que apunta a la ética resbalosa de un momento histórico, y de un país construido desde la sospecha, la irritación y la falsedad de las máscaras.
Marías escribe con la libertad e inteligencia de un novelista superior, de un maestro hábil que no teme abundar en frases que se alargan todo lo que quiera y escenas perturbadoras por su sigilosa articulación, como las viejas novelas de Dickens o de Dostoievski. Pero, lo más admirable, es la aparente distancia que el narrador marca para hablar de la terrible angustia de vivir de sus personajes, de la ética que los atormenta y su avasalladora, casi inconsciente, capacidad de enfrentar las relaciones finales con el prójimo y con la historia.