Usar ropa cómoda

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Mi mamá nunca ha sido una persona convencional. A lo largo de su vida, en la que ha vivido en siete países y se ha reinventado múltiples veces, lo único que se ha mantenido constante es su enorme compromiso social. De chica siempre vi cómo las causas la motivaban a diario. A sus 21 años fue parte de campañas de alfabetización en El Salvador y dos años después, cuando nací, me llamó Emiliana por Emiliano Zapata, impulsor de la revolución mexicana. Ese espíritu revolucionario se manifestaba en todas las dimensiones de su vida, y mientras la publicidad nos hacía creer que las mujeres bellas se veían como Kate Moss y Cindy Crawford, ella optó por alejarse lo más posible de ese imaginario. Lo suyo eran los pantalones cómodos -incluso pijamas- y los chaquetones grandes que heredaba de mi papá o algún otro pololo posterior. Durante mi adolescencia, que transcurrió principalmente en Nueva York, le pedí innumerables veces que se vistiera y maquillara como las otras mamás, pero nunca hubo caso. Crecí renegando de su opción y creyendo que de grande sería todo lo contrario. Sin embargo, a mis 28 años me parezco cada vez más a ella. Esos chaquetones grandes, que nunca tuvieron una intención de declaración -se los ponía porque se sentía cómoda- son los que ahora le pido cuando la veo. Porque esa supuesta falta de preocupación se transformó en una manera de vida que nos define también a mí y a mi hermana chica. Pese a mi resistencia, sus enseñanzas fueron las que calaron hondo, y no así las de la sociedad machista, consumista y publicitaria de los 90.

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